viernes, 4 de octubre de 2019

Viva la diversidad de opinión y pensamiento



Venceréis, pero no convenceréis

El General Millán Astray había llegado al paraninfo de la Universidad de Salamanca escoltado por sus legionarios armados con metralletas. Varios oradores soltaron los consabidos tópicos acerca de la «anti-España». Un indignado Unamuno, que había estado tomando apuntes sin intención de hablar, se puso de pie y pronunció un apasionado discurso:

«Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. (… ) Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Se ha hablado también de catalanes y vascos, llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis…».

En ese punto, Millán empezó a gritar: ¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?. Su escolta presentó armas y alguien del público gritó:¡Viva la muerte!, en lo que, según Ridruejo, fue un exhibicionismo fríamente calculado. Millán habló:»¡Cataluña y las Vancongadas, las vancongadas y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!». Se excitó sobremanera hasta tal punto que no pudo seguir hablando. Resollando, se cuadró mientras se oían gritos de ¡Viva España!». Se produjo un silencio mortal y unas miradas angustiadas se volvieron hacia Unamuno:

«Acabo de oír el grito necrófilo e insensato de ’¡viva la muerte!’. Esto me suena lo mismo que, ¡muera la vida!’. Y yo, que he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de quienes no las comprendieron, he de deciros, con autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la,muerte. ¡Y otra cosa! El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente, hay hoy en día demasiados inválidos. Y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Míllán Astray pueda dictar las normas de psicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de esa superioridad de espíritu suele sentirse aliviado viendo cómo aumenta el número de mutilados alrededor de él. (… ) El general Millán Astray quisiera crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por ello desearía una España mutilada…»

Furioso, Millán gritó: «¡Muera la inteligencia!». En un intento de calmar los ánimos, el poeta José María Pemán exclamó: «¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!».
Unamuno no se amilanó y concluyó: «¡Éste es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España».


Millán se controló lo suficiente como para, señalando a la esposa de Franco, ordenarle: «¡Coja el brazo de la señora!», cosa que Unamuno hizo, evitando así que el incidente acabara en tragedia.



Viva

Soy nieta de un buen hombre militar antifranquista y otro buen hombre franquista.
Soy hija de un ateo y una católica.
Quizá por eso me resisto a la institución eclesiástica y sin embargo albergo una espiritualidad que apareció a temprana edad y un amor profundo hacia el hombre más bueno que ha pisado la tierra, Jesús.
No hay ninguna guerra que no haya dejado más que muerte.
No he visto aún ninguna bandera que derrame sangre.
Pero los hombres sí.
Los únicos bandos que existen están en los pensamientos de las personas, los mismos que aún hoy siguen cobijando odio.
Ninguna idea es lo suficiente fuerte como para que me haga creer que una muerte está justificada.
No hay bandos, solo veo colores y los colores son neutros.
Como lo son nuestros corazones en la infancia, pero poco a poco somos domesticados en las diferencias, la competitividad, el odio e incluso hasta la violencia, que es la máxima expresión de la radicalidad o en la indiferencia, que nos hace creernos a salvo en una mayoría dormida y anestesiada por el consumismo.
Mi patria es el impenetrable Amazonas, Galicia, Cataluña, el infinito cielo de Wisconsin o mi amado Madrid y Toledo.
Soy del cielo bajo el que esté.
Todos pertenecemos solo a un padre y una madre o a unos hijos o esposos. Todo lo demás, es inventado.
Amo mi país porque lo conozco, pero también amo todo país al que tengo la oportunidad de conocer gracias a mi afortunada condición de persona del primer mundo.
Desde el cielo no se ven fronteras.
Sigo los valores silenciosos de bondad, solidaridad, compasión, fraternidad y paz.
No hacen ruido como pistolas o escopetas pero calan más hondo.
Mi estandarte es la cultura porque otorga sensibilidad, empatía e inteligencia.
Permite mediante autorización voluntaria de un artista, meterte en la cabeza de otro y empaparte de la visión de su mundo.
Es tan altruista que comparte sus palabras, sus creaciones.
Se desnuda dejando al descubierto todo aquello que no vemos de él y que sabe expresar a través del talento.
Eso nos hace ricos a todos, porque si algo sé es que las experiencias son lo único que nos hace crecer y mientras más tengamos, ya sean vividas en carne propia o ajena, más crecemos.
Es gracias a la diversidad que se despliega un amplio abanico de posibilidades de aprendizaje.
Uno es más cuando es más de uno.  
Amo la vida y eso es lo único que veo cuando miro a los ojos de alguien.
Viva la vida y el amor. 
Arriba la paz, la cultura, la inteligencia, los intelectuales que nos permiten vivir más de una vida, la solidaridad, la ayuda entre hermanos.
Que viva, y ya de paso, por favor, vivamos todos.
Pensemos como pensamos o seamos como seamos.
Vivamos.
No es broma.
Vamos hacia un abismo 
y yo no pienso caer.

Beatriz Casaus 2019 ©