viernes, 11 de junio de 2021

Rompiendo prejuicios

 


Siempre he sentido que no pertenezco a ningún sitio. De pequeña, mientras miraba anonadada por las noches al firmamento despejado, me sentía incluso más de allí que de aquí. Alguna vez me han dicho incluso, que “soy demasiado sensible para este mundo”, pero no creo que sea solo mi sensibilidad la que me hace sentir ajena a la abundancia de emociones frías y egoístas a mi alrededor, sino mis valores y la forma en la que concibo la vida. No siento que pertenezca a un mundo tan materialista cuyos intereses van encaminados a conseguir cada vez más o a tener mucho dinero. Mis ambiciones son espirituales y mis inquietudes, creativas, artísticas y humanistas. ¿Dónde tiene eso cabida en un mundo como éste?

Aún ahora, me puedo pasar horas mirando el cielo. E incluso, una vez al año duermo a la intemperie bajo el manto estrellado en mi saco de dormir en la montaña. Y si cuento esto, se me percibe cómo una romántica o una soñadora que no tiene los pies en la tierra. En vez de hablar de facturas, horarios extra escolares, hipotecas… me gusta perderme en conversaciones sobre el espíritu, el propósito de vida, la ayuda a los demás, mis sueños, y es por eso por lo que tantas veces tengo que callarme para poder adaptarme a las conversaciones o para “encajar” en esta realidad. Creo que puedo decir que tengo los pies muy bien asentados sobre la tierra. Soy perseverante, siempre cumplo los horarios y soy muy responsable con mi trabajo o con las cosas mundanas. Más allá incluso de aquellos que se proclaman realistas y que se escaquean cuando aparece la más mínima oportunidad. Por lo que puedo afirmar que soy una ciudadana cívica y muy respetuosa, ya que aun a mi pesar, vivo en este mundo limitado en el que cumplo sus normas.

A veces creo que Hermann Hesse y yo debíamos haber sido primos hermanos. Fuera broma, digo esto porque tanto él, como yo nos rebelamos (él muchos años antes que yo, lo que le otorga más mérito) ante la firme creencia de que, para ser feliz en la vida, hay que sacarse una carrera, conseguir un puesto estable en una empresa, casarse, comprar una casa y tener hijos. Me cuesta entender cómo las personas, una vez han conseguido eso, no se preguntan si eso es todo, o si solo de eso se trata la vida.  

 A mi parecer, recibimos una educación que nos intoxica. La creencia que más daño hace, sobre todo en la treintena es “cuando te cases y formes una familia serás feliz” por eso te encuentras personas desesperadas por cumplirla y a veces sin importar mucho con quién se establecen esos compromisos, porque el caso, es cumplirlos. Ese pensamiento nos hace vulnerables y necesitados del otro. En vez de transmitirnos que cada uno debe ser feliz a su manera, que cada uno debe encontrar su camino y su modelo de vida, aquel que encaje con sus propios valores y con su manera de ver, sentir y pensar, en vez de ayudarnos a lograr esto, nos transmiten que para sentirnos realizados y ser felices de verdad, tenemos que encontrar una pareja ideal con quien podamos casarnos y tener hijos. Ahí acaba todo.

Si lo conseguimos, si vamos siguiendo los patrones preestablecidos, podremos agarrarnos a una falsa seguridad, y digo falsa porque, en el fondo, tampoco nos sentimos seguros así. Una vez lo hemos conseguido, una vez tenemos esa pareja con quien hemos tenido hijos y formado una familia, ¿qué? toca mantenerla, claro. ¿Pero eso es todo?

Si se es mujer, la creencia está aún más arraigada. Aún en el S. XXI los prejuicios inundan las mentes de la mayoría de las personas que no entienden cómo una mujer puede realizarse de otro modo. Es como si nuestro sistema reproductivo nos definiera. Porque seamos honestos, sobre nosotras cae el pesado peso de esa losa que es la creencia de que la realización de una mujer va directamente de la mano de tener hijos y casarse. ¿De verdad nuestra labor en este mundo es solo esa?

Cuando tenía 20 años recuerdo que conocí a una mujer soltera, en sus 50, que estaba completamente realizada y feliz, era muy alegre y siempre estaba contenta. Yo tenía una profunda admiración hacia ella, porque no entendía como podía estar tan feliz estando soltera, (queda constancia de que por aquel entonces yo era una dependiente emocional de manual), y con los años, gracias a mi propia experiencia personal, a tener un pensamiento crítico, una visión más allá de la establecida, y sobre todo a escucharme, descubrí su secreto. ¡Era fiel a sí misma!, había seguido su propio camino de vida. Ahora entiendo esa misma satisfacción y comparto esa felicidad.

Para los que seáis así, ¡ánimo! somos pocos pero no estáis solos :)

Un abrazo.


Beatriz Casaus 2021 ©