jueves, 25 de enero de 2018

De la rivalidad a la fraternidad


El cuento de Blancanieves de los hermanos Grimm es un cuento de un ejemplo de rivalidad femenina escrita por hombres. Blancanieves queda huérfana de madre y su padre viudo se casa con otra mujer. La madrastra de Blancanieves tiene un espejo mágico al que cada día pregunta quién es la más bella. Al cumplir los diecisiete años, el espejo revela que Blancanieves le destrona en belleza y eso provoca la ira y maldad de su madrastra quien manda asesinar a Blancanieves. Sin embargo, su verdugo no cumple la condena y le deja en el bosque para que pueda huir, allí conoce a unos enanitos que le dicen que puede vivir con ellos a cambio de que realice todas las labores del hogar. Su madrastra descubre que no está muerta e intenta por tres veces asesinarla disfrazada, en el tercer intento le da una manzana envenenada y consigue que Blancanieves muerda un trozo y pierda la conciencia. Los enanitos creen que está muerta y le construyen un ataúd de cristal. Un príncipe que pasaba por allí se queda prendidamente enamorado de ella y les pide a los enanitos que le den el ataúd. Durante el viaje a su palacio, Blancanieves escupe el trozo de manzana que le había envenenado, recobrando así la vida. Se casa con el príncipe y le cuenta lo que su malvada madrastra hizo con ella. Al final la madrastra perece pagando por su actitud en el pasado.

Este cuento muestra, además de un machismo latente, una rivalidad enfermiza que enfrenta a una mujer que tiene envidia de otra y de cómo es incluso capaz de matarla para conseguir ser la más bella. He de confesar que, en mi experiencia personal, he sufrido rivalidad en algunos momentos de mi vida. Incluso viví una situación difícil hace cinco años por parte de una chica en un mismo entorno. Fue un episodio que se alargó durante varios meses hasta que finalmente esta persona se fue a vivir a otro país. Durante ese tiempo yo lo pasé mal y eso creo que es algo que no se tiene por qué padecer. Después de ese suceso, he vivido otro más en ese mismo entorno, pero no tan intenso.

Creo que lo mejor que se puede hacer ante una tesitura así es ignorar esa actitud. Primero por salud mental y segundo, para rechazarlo y estar por encima de ello. Ignorar ese comportamiento aplaca el ego y enseña que no todas somos así ni que tenemos una actitud soberbia y un interés tan superficial. Siempre he dicho que el mejor piropo que me pueden hacer es que me llamen inteligente, interesante o buena persona, que guapa. Eso no quita que me siente bien si se da el caso de que me lo digan, porque reconozco que también tengo vanidad como todo el mundo, pero no es algo que ansíe ni valore más que otras cosas, desde luego. Aunque yo misma he tenido que aguantar esa situación que no era mi guerra, quiero creer que esa minoría que manifiesta la parte oscura de la psiquis femenina, no puede representar a una inmensa mayoría de mujeres nobles, personas con valores y buenos sentimientos, que forman el conjunto de la población femenina.

Me gustaría centrar la atención en esas mujeres. La mayoría no mira mal, ni te hace sentir mal, sólo la gente envidiosa lo hace, pero gente envidiosa existe en los dos géneros, aunque en las mujeres se centre más en el físico. La idea de que el peor enemigo para una mujer es otra mujer, debería erradicarse del inconsciente colectivo. La mejor forma de hacerlo es comportándose de forma diferente a esa actitud destructiva. Las mujeres debemos hermanarnos, ayudarnos, no competir y mostrarnos el cariño que proviene de pertenecer a un mismo género, precisamente porque sabemos lo difícil que es y romper con ese lastre de cosificación de la mujer que ha sido inducido por un sistema patriarcal y machista. Cambiar los roles tradicionales de género, los cuales nos enseñan desde pequeñas, como dice Gema Otero, experta en género e igualdad y colaboradora del Instituto Andaluz para la Mujer, que las mujeres tenemos que tener éxito en el amor o que hay que ser bellas y deseadas, mientras que a los niños se les enseña a ser fuertes y conseguir poder social.

Cuidarse y sacarse partido no está reñido con nada, pues es algo que tanto hombres como mujeres hacemos, el problema está en la cosificación que se produce sobre la mujer. A mí me gusta vestir bien y sentirme bien y por ello no sólo cuido mi cuerpo, sino que atiendo otros ámbitos igual de importantes o más. Entre nosotras, creo que no se debería mirar mal a alguien porque esa persona vaya arreglada o sea atractiva. Además, creo que es una pérdida de tiempo y una falta de educación mirar fijamente a alguien. La idea que me gustaría que se erradicara es que por el hecho de ser mujer se tenga la obligación de ser guapa, me parece una aberración que se demande eso, sobre todo porque no sucede lo mismo con los hombres. A veces he escuchado comentarios injustos hacia una mujer que sustenta un cargo político o público. En vez de comentar sobre lo que dice o hace, se comenta sobre su aspecto físico, como si por ser mujer se tuviera obligatoriamente que ser guapa o atractiva. Si una mujer está en el cargo que está, es porque debe ser válida para ese puesto, nada más. Sin embargo, no se escuchan esos comentarios si se trata de hombres que desarrollan esos mismos puestos. Al hombre se le da por sentado que es válido para un cargo más allá de su apariencia.

No solo el cuento de Blancanieves muestra la rivalidad entre mujeres, observando otros cuentos, dibujos, series de TV, libros, películas… aparece la competición entre nosotras para conseguir el amor del príncipe azul. Véase la Cenicienta compitiendo contra sus hermanastras para casarse con el príncipe, por ejemplo. Este solo pensamiento crea rivalidad, competencia y busca confrontación. No creo que el amor se tenga que conseguir, no es un premio que se ofrece después de una lucha. Hay que darse valor y eliminar cualquier clase de disputa y competencia.

Otra idea arraigada es el que las mujeres no pueden ser amigas. Esa idea está basada en la creencia de que las mujeres somos retorcidas y malas entre nosotras, y no es así. Cuando miro a mi alrededor la mayoría de mujeres que conozco ni son retorcidas ni actúan por maldad. Evidentemente existirán mujeres que sean de ese modo, pero no es debido a un fallo congénito femenino, sino a que como en todo, hay personas con actitudes buenas y malas, y no por ello todos somos malos, ni tienen que pagar justos por pecadores. Se trata de desprogramar viejos prejuicios y estereotipos machistas.

Para no perpetuar esta cosificación se pueden tomar varias decisiones, una de ellas es alejarse de personas que fomentan ese enfoque superficial, así como de los entornos que también lo promuevan, no ver programas de TV, películas o leer libros que cosifiquen a la mujer y cuidar mucho nuestra forma de hablar incluido nuestro vocabulario y expresiones, porque este cambio producirá un cambio en nuestra forma de pensar. Se trata de una toma de conciencia de nuestro rol en la sociedad, que puede ser el que nosotras decidamos y no el establecido. Requerirá un esfuerzo al principio, pero es cuestión de decidir quiénes queremos ser y qué queremos ser, más allá de un físico bonito.

 Beatriz Casaus 2018 ©




Os dejo con un poema que escribí en 2012:


Esta no es mi Guerra




Un corte en mi muñeca que no sangra


anuncia la llegada del próximo combate.

Hay un eco cayendo en la tarde,

y yo río, sonrío y me desdigo,

mientras un huracán me agita por dentro.

En esta guerra las palabras

se clavan como un puñal en el costado.

El mar inmenso de voz muda

que pugna por salir a la superficie

mantiene fresco mi honor.

Y los ojos,

los tengo turbios de mirar el campo de batalla,

y morados, de tantos golpes.

Mi mirada no ve a través de esta lucha,

¿o es que aquí siempre es de noche?

Tal vez, este es el día o la hora,

o el instante en que lo intuyo.

Si el cauce del río está en calma,

Pronto llega la caída en la cascada.

Y entonces siento fatiga,

y la fatiga no es amiga, aunque la conozca muy bien.

Ya se han gastado muchas vidas

en intentar solventar errores.

Malherida, alzo mi mano con el pañuelo blanco.

Las coordenadas del armisticio me dan tregua.

Estandarte rojo por la sangre derramada.

Una copa de vino al ganador

y destierro, para el que no sigue banderas.

He preferido dar mi otra mejilla

que responder al contraataque,

porque estas no son mis armas,

y esta, no es mi guerra.


Beatriz Casaus 2012 ©