sábado, 22 de junio de 2013

El valor de la elegancia

“El bruto se cubre, el rico se adorna, el fatuo se disfraza, el elegante se viste” (Honoré de Balzac).

Si hay algo que he buscado siempre y he valorado entre las personas que he conocido o en mí misma, ha sido  entre cosas, la elegancia. No soy la más adecuada para hablar sobre ello, pero me atrevo a hacerlo porque desde mi humilde opinión le atribuyo una gran importancia que quiero compartir. Todo ello lo hago desde mi punto de vista y según como yo la entiendo, por lo que pido encarecidamente que no se tome lo que digo a pies puntillas pues no soy ni mucho menos una experta en el tema, esta es mi simple opinión personal.

 La elegancia no es una doctrina que sigue la filosofía de los gurús de revistas de moda ni mucho menos, incluso si así se hiciera no serviría para nada, porque debe tener un sello personal único que se debe notar más allá de la vestimenta por cara o exclusiva que sea. Se trata más bien del acto más puro y afín con uno mismo que alguien puede manifestar a nivel exterior, pues es un simple reflejo de lo que hay en el interior de cada cual, una exteriorización de la delicadeza y gracia que todas las personas poseen pero que tan sólo unos pocos saben demostrarla y que es tan bello observar, porque la elegancia va de la mano de la belleza y el atractivo personal.

La elegancia tiene que ver con la actitud, con los comportamientos que se demuestran con compostura y que van más allá de un protocolo social aprendido. Por lo tanto, es un modo de ser y de estar armonioso, que se manifiesta mediante la nobleza de espíritu, la sencillez, el respeto a los demás, la naturalidad y el buen gusto.  Su opuesto sería lo cutre, zafio o lo vulgar. Todo lo obvio y desproporcionado es vulgar. La elegancia está más bien ligada con el término medio, el que tanto anhelan los budistas o con la proporción equilibrada que buscaban los griegos o con “la virtud”, a la que apelaba Sócrates. Tiene que ver con la medida justa, con la proporción correcta, ya sea en palabras, actitudes o aspecto físico.

Está compuesta de adaptabilidad, estética, buen gusto, sencillez y cultura (según mi opinión, repito). Adaptabilidad, o el saber estar, porque ser elegante es aquella persona capaz de adaptarse a cualquier circunstancia de forma armoniosa y de modo que aprenda de cada una de esas situaciones o circunstancias y deje una huella positiva allá por donde pase. Estética, tema con el que podría explayarme a nivel femenino, es la capacidad de sacarse partido de forma equilibrada. Tal y como dice la cita que encabeza este texto, sólo los que son elegantes logran hacerlo del modo correcto. Si una persona no tiene cultivado su interior y tiene un mal gusto estético, da igual que se vista con los mejores vestidos o prendas, porque no llegará a parecer distinguida. Para mí, lo principal a nivel estético para vestir en una mujer, (porque el tema masculino no lo domino tanto) es el cumplimiento de las tres “S”: Sofisticada, sexy y sencilla. En un mundo como el de hoy en día en el que ser mujer significa hacer un exhibicionismo del cuerpo a toda costa yo reniego y sin embargo apuesto por resaltar aquellos atributos de nuestra anatomía que nos hagan ser especiales, sin necesidad de enseñar. No hace falta tener una talla 36 para ser elegante vistiendo, hace falta saber combinar y saber sacarse partido de forma precisa. Conozco mujeres que en un alarde de autoestima, se enfundan en vestidos minúsculos que resaltan sus figuras redondeadas, adolescentes que acaban de descubrir la moda de los grandes almacenes y se convierten en “chonis” de barrio, o mujeres que creen que enseñar delantera es todo lo necesario para resultar atractivas, todo ello ocasiona un cierto ridículo. Cada uno tiene que descubrir cuál es su punto fuerte a nivel corporal y sacarle el debido partido, es así de sencillo. Hay que aceptarse tal y como uno es y reconocer nuestros puntos fuertes y débiles actuando en consecuencia. 
El buen gusto es un atributo que pocas personas practican. Buen gusto no significa estar rodeado de riqueza (vivienda, prendas, objetos…) sino discreción y belleza en el gusto. Menos, siempre es más. La pomposidad está reñida con el buen gusto.La sencillez, es difícil de conseguirla en un mundo en el que hay tanto de todo, las personas tendemos a acumular cosas, incluso a nivel del interior de la persona.  Acumulamos costumbres, formas de pensar, pero sobre todo, acumulamos ego. El ego no sirve para nada más que para perderse y no encontrarse. Ser sencillo es darle importancia a las cosas que de verdad la tienen. Ser llano y no sentirse superior a nadie. Tener una actitud humilde que siga el lema de que todos los seres humanos somos iguales sin importar ninguna condición. Significa aparcar el protagonismo y la soberbia, ser natural. 

Por último, la cultura es el ejercicio de la elegancia. Otorga conocimiento y da valor al arte. El arte es la expresión de la creación en las personas a la que atribuyo suma importancia. Todo aquello que haga que se nos encoja el alma, al mirarlo, al leerlo o al escucharlo,  provoca que lo queramos compartir con nuestros seres queridos porque nos ha hecho sentir bien y queremos que nuestros allegados también se sientan así. Por lo tanto, es un valor ligado a nuestra alma, y a nuestro intelecto, porque nos hace crecer y expandir nuestra mente. Es de vital importancia, no sólo a nivel personal, sino para el conjunto de la sociedad y por eso, tal y como está el actual panorama social en nuestro país en el que se están haciendo recortes en los ámbitos más importantes como son la educación, la sanidad o la cultura, deberíamos poner el grito en el cielo y frenar esta atrocidad, porque nos están privando de lo básico para que un ser humano se pueda desarrollar a todos los niveles. Es un suicidio colectivo privar a una sociedad de lo más importante, como decía Federico García Lorca en su discurso “Medio pan y un libro”: “No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos”.

Ante todo, quiero resaltar desde aquí, que el universo interior es lo más importante de la persona, por encima de su coche o de su armario y que ese universo abarca desde nuestras opiniones, nuestros criterios, hasta nuestros gustos. Mientras unos tienen pensamientos vulgares, chabacanos, groseros, a otros, sus pensamientos les llevan por ámbitos culturales y artísticos, presididos por la delicadeza y la finura de espíritu. Pensamos en función de lo que somos (elegantes o vulgares, lo siento pero así es) sin embargo, tenemos la capacidad para cambiarlo y mejorar. Podemos cambiar cómo somos si nos lo proponemos.

La elegancia siempre va unida a la sencillez, que no a la simpleza. Se trata de un acto afín con uno mismo que va desde adentro hacia afuera y que se nota sin necesidad de ser resaltado. Hay personas que por el simple hecho de estar a su lado, hacen que aprendas y que mejores, esas personas, suelen ser elegantes porque además suelen gozar de buen gusto estético, por lo que es un placer observarlas y estar con ellas. Espero que cultivéis vuestro interior, como yo lo intento leyendo, escuchando, aprendiendo, porque no es más que lo que los demás vamos a observar desde fuera. Os envío un abrazo inmenso y espero no haber resultado pedante.


Beatriz Casaus 2013 ©


sábado, 15 de junio de 2013

Pisar el suelo de las nubes

 Fragmento de una de las cartas que Néstor Paz le escribió cuando estaba en la selva a su mujer Cecilia: "Ninguna muerte es inútil si la ha precedido una vida dedicada a otros, una vida en que hemos buscado sentido y valores. Te beso tiernamente, te tomo entre mis brazos…".

"La mayoría de las personas buscan la experiencia de estar vivos, pero sólo unos pocos se atreven a buscar el sentido de la misma"(No sé exactamente quién lo dijo, pero era algo más o menos parecido y que guardo en mi memoria desde que lo oí...)


Pisar el suelo de las nubes

Varada a un destino ficticio,

velaba, sin ton ni son
por aquellos que aún lloraban
sin consuelo en el fragor de la batalla.
Ahora se le antojaban pequeños
los brazos que le dieron cobijo,
la querencia a la culpa
la tediosa inseguridad.
No los necesitaba más a su lado,
los había cambiado por el amor
que le susurraba amistosamente,
con un dulce lenguaje que llevaba
tatuado como himno en su alma.
Un vendaval se había desatado
desde su ventana
sin darla el tiempo preciso
para huir, desplegando la futilidad de unas alas
ancladas a la espalda,
como sus pensamientos lo estaban a su mente.
Se desató de lo conocido
y se desprendió del mayor peso 
para poder volar,
de sí misma.
Así, voló, voló como hacía ella en sus sueños,
de forma ineluctable,
emprendiendo un ascenso limpio, largo y recto
hasta llegar tan alto como las infinitas
connotaciones de una palabra pueden llegar.
Se estableció en las nubes,
que no eran escurridizas y etéreas
como durante tanto tiempo había creído,
sino contundentes y tan reales
como la luz o el silencio.
La piel del viento las daba forma.
Allí la justicia no se arrepentía
de sus decisiones,
ni la vida se resistía al giro
de las horas de la tierra.
Los sentimientos flotaban
y como no había nada,
tampoco había sombra.
Su efervescencia mística se hizo fuerte,
resultando rimbombante a un mundo
en el que entre suspiro y suspiro,
la gente envejecía.
Pronto el cielo no era oscuro
por las noches y florecían
las semillas más hermosas,
las de las ilusiones,
que se guardaban en el pecho
para que creciesen a sus anchas,
porque un corazón encomendado al amor
es más grande que cualquier otro,
y esperaría con la paciencia que queda
sin el paso del tiempo
hasta el día en el que todos pudieran
pisar ese mismo suelo,
o hasta que la mayoría aceptase
la realidad tal cual es,
una simple visión
desde donde uno elige estar.



Beatriz Casaus 2013 ©