lunes, 23 de diciembre de 2013

Semillas


“Nadie tira piedras a un árbol sin frutos”

Semillas a borbotones brotan del pecho
como esperando a ser germinadas
y crecer en otro corazón sano.
 
Estoy sujeta a las dioptrías del amor,
convertida en su blanco perfecto.
Mi sueño
me sueña a mí todas las noches,
en sentido literal y figurado,
aprieta contra mis costillas
tantos límites y barreras,
una infancia dichosa enlatada,
un jardín con verjas,
el agua embotellada
con fecha de caducidad.
Hasta el pan y el hambre
se han hecho amigos inseparables.
A la felicidad,
la conozco de vista,
me estrechó la mano una vez,
me dio las gracias y me dejó,
como a los sitios abandonados.
He crecido en ciudades mojadas
donde debo subsistir
como el tronco de un árbol
bajo una tormenta.
Intento llenar las botellas de perdón
en vez del alcohol,
para ofrecer a los borrachos
la paz que anhelan.
Persigo otra vez la esperanza,
la espero sentada en mi portal cada día,
ilusionada,
como un gusano que se siente mariposa.
Hay algunas barras de bares donde llueve,
y praderas con sobredosis de sequía,
hay quienes incluso,
buscan la causa climatológica de ello.
Yo lo acepto, como todo lo demás.
No me reservo nada para los malvados
ni los culpables,
si hasta la justicia se encoge de hombros con ellos.
Estoy limpiando mi casa,
he empezado por mi corazón
y mis zapatillas.
Cuando termine, dejaré un regalo para cada uno:
Existe un día, una moraleja,
un abrazo o una propina que dar.
El tambor de la confianza
palpita al ritmo del latir,
hace que nazcan hojas nuevas
donde antes
sólo había cigarrillos.
Mientras,
mis semillas se esparcen en macetas
plantadas por todas partes,
en algunas de ellas nazco,
en otras renazco,
pero en la mayoría me reinvento.


 Beatriz Casaus 2013 ©
 

sábado, 21 de diciembre de 2013

El ermitaño


“Sé la luz de ti mismo” (Buda).


                    La noche oscura del alma (San Juan de la Cruz)


  En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.                     5

 
  A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
(¡oh dichosa ventura!)
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.                     10

 
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía                             
sino la que en el corazón ardía.                 15
 

Aquésta me guïaba
más cierta que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.                    20

 
¡Oh noche que me guiaste!,
¡oh noche amable más que el alborada!,
¡oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!                  25

 
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.               30

 
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.                  35

 
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado. 

(San Juan de la Cruz)

 
El ermitaño
 
Cayó la noche y lo hizo con su particular estruendo silencioso, inundando los rincones de oscuridad con perpetuo sigilo, como tratando de ocultar lo que encierra el día. Apenas había comido en las jornadas anteriores, sus dolores persistían y su cabeza no paraba de atormentarla por ello. De pronto percibió el olor de un aroma que brotaba desde todas partes. Siempre había escuchado que la nariz era el mejor vínculo con el pasado, que el olfato era el sentido más fuerte para perforar la historia olvidada y, entonces, reminiscencias del accidente almacenadas revolotearon en su mente, como unas aves que se filtran con cantos ominosos. Mientras intentaba restablecer cierto equilibrio mental, el enojo que creía muerto comenzó a emerger de nuevo. Hizo un gran esfuerzo para no caer en el agujero negro de sus emociones y volvió a recordar ese olor. El olor de los abrazos cálidos que hacen naufragar al alma. El olor de unos brazos fuertes que no estaban fabricados para soltarla. La misma presencia del amor hecho carne. Se sintió arrollada por el recuerdo del perfume que formaba parte de su piel, un aroma dulce con dejos de ébano y sándalo. El inconfundible perfume que ella misma le había regalado en tantas ocasiones. Sintió el calor de las lágrimas empezar a congregarse detrás de sus ojos, como si tocaran a la puerta de su corazón. Y las dejó salir. Se puso rígida cuando sintió el recuerdo de las caricias que su marido le daba suavemente en sus mejillas.

Era el día de navidad, pero para ella había llegado el momento de alejarse lejos del barullo y estar consigo misma, sola, acompañada únicamente de la presencia de sus dolores y recuerdos. “Qué afortunado se es cuando se está rodeado de personas que te quieren y te lo demuestran, pero cuánto más afortunado se es, cuando eres tú quien les quieres a ellos” pensó. Las ideas se atropellaban unas a otras en su mente. Decidió sacar fuerzas para levantarse, se abrigó y salió de la cabaña. Caminó un buen rato haciéndose paso entre la nevada y se alejó bastante. De pronto, lo que vio no era posible, los bancos de nieve se habían desvanecido, el camino frente a ella había perdido su cubierta de nieve y hielo como si alguien lo hubiera secado soplando. Miró a su alrededor mientras el manto blanco se disolvía y vislumbró una figura acercarse. Era una imagen sobria y pacífica, un anciano que portaba una lámpara en una de sus manos y en el interior de la lámpara había una estrella que brillaba con gran resplandor. El anciano se apoyaba con un báculo dorado, y vestía una larga túnica gris como el color de la ceniza. La expresión de su rostro era pacífica y su espalda estaba doblada hacia delante, como si hubiera trabajado mucho en su vida y quizás fuera el resultado de las preocupaciones pasadas. Se dirigió hacia ella y se paró a menos de dos metros, le saludó y empezó a hablar con serenidad. Ella no daba crédito ante el hecho de cómo había llegado hasta allí ese anciano. Se lo preguntó, pero él no contestó a ninguna de sus inquisitivas preguntas. Quizás estaba viviendo un brote psicótico. El hombre le recordó que estaba lejos, muy lejos y sola en la montaña. Le dijo que había dedicado su vida a aprender, a conocer y amar su cuerpo, pero que ahora debía trascenderlo y amar su alma para encontrar en ella una luz. Le pidió que cerrara los ojos. En este instante observó en su mente la luz que brillaba en la lámpara de aquel hombre con mucha más intensidad.
-“Es la primera vez que veo una luz directamente, antes sólo la veía reflejada en los ojos de él”. Le dijo al anciano asombrada y él sólo replicó:
-“Sigue el camino más puro, el camino de la conciencia”.
Cuando los abrió, el anciano había desaparecido misteriosamente. La noche seguía rodeando todo de oscuridad, la nieve había vuelto a cubrir el paisaje y el camino se había congelado. Increpada por ello y por la desaparición de aquel hombre de forma súbita, volvió a cerrar los ojos para tranquilizarse y vio de nuevo la estrella que había dentro de la lámpara, cada vez más brillante y resplandeciente. Aceptó la noche y paso a paso, volvió a la cabaña andando pacientemente. Supo que nadie podría ofrecerle respuestas y deseó que el trazado de aquel camino se hiciera a partir de ella misma. Había encontrado su propia luz, pero el precio que tenía que pagar para descubrirla, era cerrando los ojos.

Beatriz Casaus 2013 ©

 

viernes, 6 de diciembre de 2013

Dos formas de amar


Quiero expresar mediante estos dos escritos, dos tipos de amor: uno es el que todo el mundo conoce, (yo misma he sido toda una profesional y experta del mismo) y el otro, sólo los que se han tomado el tiempo y la dedicación de conocerse a sí mismos, experimentan.

Sobre este tema ya me he explayado en varias ocasiones con anterioridad, pero me parece necesario hablar acerca de él porque mucha gente no se ha dado cuenta de un detalle que quiero enfatizar: Cuando se necesita a la gente, no se puede amar a la gente.
Sé que desconcierta lo que acabo de decir, porque precisamente hemos estado escuchando lo contrario a través de una cultura que nos ha transmitido un tipo de mensaje sobre el amor, mediante películas, canciones, anuncios publicitarios o un sin fin de modos. Sin embargo se ha omitido un hecho en todo este tiempo, que es lo contrario a lo que se ha transmitido: Mientras necesites a alguien, a ese alguien no lo amas. Lo puedes llamar amor, pero no lo amas en realidad. En nuestra vida se produce una o en varias ocasiones (como es mi caso) ese milagro que es el enamoramiento. Me enamoro de alguien y ese alguien además, ¡por suerte se enamora de mí! Inmediatamente ahí aparece un elemento: la necesidad de la persona de la que me he enamorado, una necesidad desesperada e imperiosa por tenerla a nuestro lado y es entonces, cuando al amor le introducimos una serie de elementos derivados de esa necesidad y lo contaminamos. Aparece así el miedo a la pérdida, los celos, y un montón de emociones junto al amor, que son consecuencia de esa necesidad y del miedo que produce a que desaparezca y así el amor deja de serlo y se convierte en otra cosa, en un fenómeno emocional sin parangón.

En cambio, cuando lo único que importa para vivir es la vida, cuando uno medita y conecta consigo mismo, irremediablemente esa necesidad va desapareciendo poco a poco y ahí es cuando de verdad uno siente o se percata de que ama, y cuando de verdad se disfruta de la vida. Cuando sentimos la necesidad de alguien, realmente no es nuestro verdadero ser, es otra parte de nosotros la que tiene esa necesidad de personas o de cosas, la misma parte que además nos ha llevado por un camino por el que no hemos vivido, sino por el que nos hemos limitado a sobrevivir. Cuando empezamos a vivir, es cuando de verdad nos damos cuenta de lo que es el amor.

Tanto al que le guste como al que no, que se dé por abrazado J
 
Te vas

Como quien no dice nada,
te escabulles
entre los nombres impronunciables
y te vas.
Me conmociona
el minúsculo abismo que separa
tu boca de la mía.
Y yo tengo celos,
de la cuchara que toca tus labios.
Me duele
echarte tanto de menos
que ya casi hasta me gusta,
porque significa
que te quiero en demasía,
pero quererte tanto
lastima.
Así que el dolor es amor
y el amor es dolor.
Tengo marcas invisibles
que lo demuestran.
Quien ama más a alguien
que a uno mismo sufre,
pero quien sufre amando,
vive viviendo
una desdicha placentera.
 

Beatriz Casaus 2013 ©
 
 
Casada conmigo misma
 
No vivo encorvada o encogida por el amor, ni por el tuyo, ni el de nadie.
No vivo temerosa porque acabe, o sumida en celos o emociones que circundan al enamoramiento.
Vivo libre y feliz, porque he abierto mi corazón de par en par. Es soberano y no está maniatado a una emoción limitadora.
Te amo, porque no te necesito. Y sin embargo es ahora, cuando más te estoy amando, y mejor.
Estoy casada conmigo misma y para ello tampoco necesito un anillo, como no necesito nada, ni nadie, porque sé quién soy y de dónde vengo.
Gozo de la vida y sé lo que es y representa, porque vivo en la libertad de amar,
desde el interior más puro.
 
 
 Beatriz Casaus 2013 ©