viernes, 8 de octubre de 2021

Soy el camino

 "La vida de la mayoría de la gente está abarrotada de cosas: cosas materiales, cosas que hacer, cosas sobre las que pensar. Tienen la mente llena de pensamientos; un pensamiento tras otro. Esta es la dimensión de la consciencia del objeto, que es la realidad predominante de muchas personas, y por eso, su vida es tan desequilibrada" (Eckhart Tolle)


Soy el camino

 

¿Te vas a rendir justo ahora? ¿Ahora que has llegado hasta aquí?

No tengo fuerzas ya. No puedo seguir. Siento que todo es cuesta arriba, 

como si fuera a contracorriente. ¿Para qué seguir?

Porque no hay otra alternativa. Seguir, es el único camino.

¿No me puedo rendir? ¿Qué otro juegue por mí?

No existe ningún otro.

Entonces me rindo, sin más. No tengo fuerzas.

No hay opción. Rendirse no existe tampoco.

¿Entonces qué es lo que existe?

Tú. Siempre. Por eso no te puedes rendir. Nunca acabas.

¿No hay final?

Solo eres y al ser, siempre existes. Por eso solo se puede seguir. Lo único que es, es el cambio.

Me apunto al cambio. ¿Cuándo llega?

Cuando sepas que tú lo eres. Porque eres todo lo que es.

Si yo soy el cambio, quiero verlo ya.

El cambio y el final, el inicio y el medio. Todo es. Mira dentro de ti. ¿Lo ves?

Solo veo una gran maraña, aquí no hay orden.

Por eso no ves el cambio.

Si no me puedo rendir, y si no veo el cambio, que pare todo ya.

¿Te das cuenta que no puedes parar lo que no eres?

Creí entender que era todo lo que es, y quiero que pare todo lo que soy.

Lo empiezas a entender. Ahora, sigue.

¿Y tú quién eres?

Otra parte de ti. Aquella que no conoce la confusión. Todo lo que no eres. Lo que no puedes parar.

¿Cómo puede existir lo que no soy, si soy todo lo que es?

Lo que es, también es lo que no eres.

Pues entonces siempre tuve razón, porque siempre me gustó lo que no soy.

En realidad, aunque no lo entiendas, incluso eres lo que no eres.

Si lo entendiera, dejaría de ser yo.

¿Ya tienes ganas de seguir?

Qué remedio. Es lo único que hay. Yo soy el camino.

 

Beatriz Casaus 2021 ©




sábado, 28 de agosto de 2021

Parece que el verano se ha acabado

“Si nunca te vuelvo a ver siempre te llevaré conmigo; adentro, afuera, en mis dedos, y en los bordes del cerebro y en centros de centros de lo que soy y de lo que queda.” (Charles Bukowski)


Dos noches opacas

disfrutan de este momento.

Pero no es disfrutar,

es matar la costumbre de sufrir.


He caído y reído a partes iguales,

como dos mitades de un precipicio.

Ahora lo nuevo llega tarde.

Y yo me sigo alimentando de ilusiones.


Es querer comerte crudo,

sin parabenos ni venenos varios.

Las superficies nunca me parecieron tan atractivas

como la propia esencia,

esa que deja de ser

cuando no he llegado aún a hacerme

una conclusión de ti.


Pues parece que se ha quedado buena noche

o que el verano se ha acabado

y a mí se me ha quedado una cara de tonta

con tu sonrisa…

esa que me dio de comer en su momento

y que aún me sigue dando hambre.


Ya toca recogerse,

apagarse la luz de este éxtasis

que ha durado más bien poco.

Da igual, 

me quedo con lo se queda,

tu mirada vacía de mí.


Pronto o tarde, 

pero siempre

hagamos de la felicidad

nuestra mejor costumbre.

 

Beatriz Casaus 2021 ©




viernes, 11 de junio de 2021

Rompiendo prejuicios

 


Siempre he sentido que no pertenezco a ningún sitio. De pequeña, mientras miraba anonadada por las noches al firmamento despejado, me sentía incluso más de allí que de aquí. Alguna vez me han dicho incluso, que “soy demasiado sensible para este mundo”, pero no creo que sea solo mi sensibilidad la que me hace sentir ajena a la abundancia de emociones frías y egoístas a mi alrededor, sino mis valores y la forma en la que concibo la vida. No siento que pertenezca a un mundo tan materialista cuyos intereses van encaminados a conseguir cada vez más o a tener mucho dinero. Mis ambiciones son espirituales y mis inquietudes, creativas, artísticas y humanistas. ¿Dónde tiene eso cabida en un mundo como éste?

Aún ahora, me puedo pasar horas mirando el cielo. E incluso, una vez al año duermo a la intemperie bajo el manto estrellado en mi saco de dormir en la montaña. Y si cuento esto, se me percibe cómo una romántica o una soñadora que no tiene los pies en la tierra. En vez de hablar de facturas, horarios extra escolares, hipotecas… me gusta perderme en conversaciones sobre el espíritu, el propósito de vida, la ayuda a los demás, mis sueños, y es por eso por lo que tantas veces tengo que callarme para poder adaptarme a las conversaciones o para “encajar” en esta realidad. Creo que puedo decir que tengo los pies muy bien asentados sobre la tierra. Soy perseverante, siempre cumplo los horarios y soy muy responsable con mi trabajo o con las cosas mundanas. Más allá incluso de aquellos que se proclaman realistas y que se escaquean cuando aparece la más mínima oportunidad. Por lo que puedo afirmar que soy una ciudadana cívica y muy respetuosa, ya que aun a mi pesar, vivo en este mundo limitado en el que cumplo sus normas.

A veces creo que Hermann Hesse y yo debíamos haber sido primos hermanos. Fuera broma, digo esto porque tanto él, como yo nos rebelamos (él muchos años antes que yo, lo que le otorga más mérito) ante la firme creencia de que, para ser feliz en la vida, hay que sacarse una carrera, conseguir un puesto estable en una empresa, casarse, comprar una casa y tener hijos. Me cuesta entender cómo las personas, una vez han conseguido eso, no se preguntan si eso es todo, o si solo de eso se trata la vida.  

 A mi parecer, recibimos una educación que nos intoxica. La creencia que más daño hace, sobre todo en la treintena es “cuando te cases y formes una familia serás feliz” por eso te encuentras personas desesperadas por cumplirla y a veces sin importar mucho con quién se establecen esos compromisos, porque el caso, es cumplirlos. Ese pensamiento nos hace vulnerables y necesitados del otro. En vez de transmitirnos que cada uno debe ser feliz a su manera, que cada uno debe encontrar su camino y su modelo de vida, aquel que encaje con sus propios valores y con su manera de ver, sentir y pensar, en vez de ayudarnos a lograr esto, nos transmiten que para sentirnos realizados y ser felices de verdad, tenemos que encontrar una pareja ideal con quien podamos casarnos y tener hijos. Ahí acaba todo.

Si lo conseguimos, si vamos siguiendo los patrones preestablecidos, podremos agarrarnos a una falsa seguridad, y digo falsa porque, en el fondo, tampoco nos sentimos seguros así. Una vez lo hemos conseguido, una vez tenemos esa pareja con quien hemos tenido hijos y formado una familia, ¿qué? toca mantenerla, claro. ¿Pero eso es todo?

Si se es mujer, la creencia está aún más arraigada. Aún en el S. XXI los prejuicios inundan las mentes de la mayoría de las personas que no entienden cómo una mujer puede realizarse de otro modo. Es como si nuestro sistema reproductivo nos definiera. Porque seamos honestos, sobre nosotras cae el pesado peso de esa losa que es la creencia de que la realización de una mujer va directamente de la mano de tener hijos y casarse. ¿De verdad nuestra labor en este mundo es solo esa?

Cuando tenía 20 años recuerdo que conocí a una mujer soltera, en sus 50, que estaba completamente realizada y feliz, era muy alegre y siempre estaba contenta. Yo tenía una profunda admiración hacia ella, porque no entendía como podía estar tan feliz estando soltera, (queda constancia de que por aquel entonces yo era una dependiente emocional de manual), y con los años, gracias a mi propia experiencia personal, a tener un pensamiento crítico, una visión más allá de la establecida, y sobre todo a escucharme, descubrí su secreto. ¡Era fiel a sí misma!, había seguido su propio camino de vida. Ahora entiendo esa misma satisfacción y comparto esa felicidad.

Para los que seáis así, ¡ánimo! somos pocos pero no estáis solos :)

Un abrazo.


Beatriz Casaus 2021 ©



miércoles, 14 de abril de 2021

Cuento sin moraleja

 




Cuento sin moraleja

 

 

Los días traen en la incertidumbre

su peculiar fantasma

para reclamarme si

pude haber hecho más

o si hubiera sido mejor

haber dado menos,

pero no es culpa mía…


Me repito esas palabras

incesantemente

para conseguir creérmelas.

 

Di entre otras muchas cosas que no son cosas,

el tiempo,

eso que es lo único que tenemos.

Que es tan breve,

y que nunca regresa.

 

El amor debería tener más importancia,

se debería estudiar junto a la física,

aunque no entiende de teorías

ni es demostrable,

y como lo que no se puede demostrar no existe,

por eso no es tan importante.

 

Nadie podrá demostrar cuánto amó,

solo sus actos lo reflejarán.

Los actos nos delatan

antes de formar una palabra,

y nos condenan, sin darla.

 

Estoy exiliada en mi corazón 

para reconstruirlo,

y encontrar el fondo de un pozo de pena.

Aunque sea repetidora de esta asignatura,

no me podré acostumbrar

con ejercicios de desamor.

Es como la primera vez

que descubrí que lo que no se ve

es lo que hace vivir o morir.

 

Me permito sanar,

porque también me he permitido transitar por el dolor

y la locura de no tenerte.

Y en ese tránsito me perdí a mí,

dejando mi nombre olvidado

sobre el felpudo de tu casa.

Casi como tantas cosas que he dejado olvidadas

en casas ajenas.


Lleva tiempo curar una herida invisible,

tan poco como lo que dura dejar de respirar tu cuerpo

y tanto como lo que se tarda

en volver a reír con ganas.

He de tener la paciencia de esperar,

y de eso, siempre me falta.

 

Te estás difuminando como una nube

que se evapora en el cielo,

y cuando seas azul, no te sentiré más.

Aunque me duele pensar eso,

se ha convertido

en mi pensamiento de esperanza

para sobrellevar el duelo.

 

Volverán a ser huérfanos mis latidos,

pero empezarán a construir la casa por las bases

del amor más importante en esta vida.

Los cimientos y estructura

del amor hacia mí misma.


La única certeza que me queda en este pantano

donde me estoy hundiendo,

es el orgullo de lo que te he querido,

y la satisfacción de mi forma de querer.

Hacerlo como si no hubiera sufrido antes,

como si hubieras sido el primero,

con todas mis ganas, con toda mi fuerza,

con todo lo que queda de mí sin ti.


No dejé ni uno de tus cabellos sin acariciar.

He amado todas las imperfecciones

que no conocías de ti

y memorizado cada gesto y detalle que me has brindado

como un trofeo en mi memoria.

He palpado tus límites con la exquisita delicadeza,

de la pluma de un ángel.

Fuiste lo más bonito que vieron mis ojos

con los que solo te veía a ti. 


No he perdido años

como muchos me reclaman.

He llenado años de amor

y eso siempre hace elevarse.

Aunque la caída sea sin red

y no haya anestesia que me calme.

Porque amar es de valientes.

 

Creo que no me equivoqué.

Cómo se puede uno arrepentir de amar,

cuando hay personas que no se arrepienten

ni del mal que hacen.

No puedo arrepentirme de eso.

Mi naturaleza es blanca y fina,

no de miserias.

 

He caminado lejos muy sola.

Supongo que llegué a pensar que me acostumbraría.

Pero he sido dañada hasta la mutilación del amor.

Y es entonces cuando no queda más remedio

que retirarse.

 

Aún no consigo averiguar la moraleja en este cuento.

Supongo que llegará el día menos pensado.

Cuando descifre el contenido del silencio.

 

No sabía lo difícil que era decir basta.

A veces Dios permite el dolor

para aprender a decirlo.

 

Me asombro de que sigo viva.

Cuántas veces he creído que no lo estaría si esto pasara.

Es posible sobrevivir 

aunque tenga que aprender a nacer de nuevo,

para seguir viendo el mundo

como si nada hubiera pasado.

 

A veces parece que el mal triunfa, 

pero no es así,

porque la gente buena no pierde a nadie,

sino que los demás les pierden a ellos.

 

 Amé.

Hasta querer tu bien como destino.

Hasta beber de tus besos y sanarme con ellos. 

Hasta abrazar la soledad de tus paredes,

Hasta que querer, era mi único verbo.

 

 

 

Beatriz Casaus 2021 ©




jueves, 4 de marzo de 2021

Superar la ira


“Se cuenta que, en una ocasión, un hombre se acercó a Buda y, sin decir palabra, le escupió en la cara. Sus discípulos se enfurecieron. Ananda, el discípulo más cercano, le pidió a Buda:

- ¡Dame permiso para darle su merecido a este hombre!

Buda se limpió la cara con serenidad y le respondió a Ananda:

- No. Yo hablaré con él.

 Y uniendo las palmas de las manos en señal de reverencia, le dijo al hombre:

- Gracias. Con tu gesto me has permitido comprobar que la ira me ha abandonado. Te estoy tremendamente agradecido. Tu gesto también ha demostrado que a Ananda y a los otros discípulos todavía pueden invadirle la ira. ¡¡Muchas gracias!! ¡Te estamos muy agradecidos!!

Obviamente, el hombre no daba crédito a lo que escuchaba, se sintió conmocionado y apenado. “

 

He querido dejar esta breve parábola aquí porque me parece de gran valor su enseñanza y creo necesaria para los momentos que vivimos. Ofrece varias lecturas, pero yo he sacado estas de las que hablo a continuación y quiero compartir con vosotros por si le ayuda a alguien.  

 

Lo fácil es recurrir a la ira o a la venganza. Si aprendemos a controlar eso y a situarnos en nuestro centro, nos volvemos poderosos, porque podemos controlar los propios impulsos naturales humanos y nos liberamos de ellos. Para ello recurro a algunos trucos que a mí me funcionan: ayunar, ya que controlas el deseo de comer y cuando lo superas, te empoderas. También la práctica de la meditación, porque ayuda a centrarnos y a relajarnos, y, por último, practicar la bondad, la compasión y el perdón,  incluso con nuestros enemigos.

 

Cuando se aprende a controlar los bajos instintos, se evoluciona como seres humanos y como espíritus, y esa es la verdadera razón de nuestra existencia, pues somos seres espirituales viviendo una experiencia física.

 

Hay que cultivar el amor. Cuando desprendes amor y no juzgas, te liberas. Llegar a ese punto es difícil pero no imposible. Sobre todo, aporta algo que no aporta la ira y la rabia que es la paz.

 

Una vez me preguntaron si podría enumerar las buenas personas y malas personas que me he encontrado en mi camino y lo tuve claro. Nunca he encontrado ninguno de los dos. Pero buenas personas cometiendo errores que las han hecho parecer malas personas, muchas, muchas veces.

 

Puedo hablar con conocimiento de causa porque yo también he sufrido injusticias y lo he pasado mal.  Aunque sufrí por un tiempo, luego me di cuenta de que los que me hacían daño eran yo, ya que no hay separación y que podía entender incluso su dolor, aunque no su comportamiento.  En el momento en que entendí su verdadera labor a un nivel profundo, la situación cesó.

 

Las personas que nos hacen daño son nuestros maestros porque nos enseñan nuestras heridas para poder sanarlas.

 

Aunque sea una experiencia difícil, soportar a enemigos o personas que nos hacen daño, en realidad es una experiencia rica en aprendizaje y de limpieza. A no ser que nos apeguemos a la revancha y al juego de hacer daño, porque en ese caso nos crearemos más sufrimiento.

 

Los enemigos presentan lo que no soportas de ti, porque lo que vemos en los otros es un reflejo nuestro. Con eso me refiero a que son los verdaderos maestros, porque nos enseñan qué tenemos que arreglar dentro de nosotros, y cuando se hace, desaparecen las situaciones desagradables y nuestras heridas, el hacernos consciente de ellas, se superan.

 

Esta parábola además enseña que no solamente se trata de ignorar las actitudes negativas de los demás: a veces, también puede ser bueno no tomar en serio cuando nos elogian o nos adulan. Mantenernos distantes de esos elogios puede ser la mejor opción para controlar el ego.


Que tengáis un bonito día 😊

 

Beatriz Casaus 2021 ©




jueves, 4 de febrero de 2021

Revolución de la mente

 “En las próximas generaciones habrá un método farmacológico que logrará que las personas adoren su esclavitud y servidumbre. Permitirán una dictadura sin lágrimas y estarán contentas porque no querrán rebelarse” (Un mundo feliz, Aldous Haxley)

“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo” (Voltaire)

“En una época de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario” (George Orwell, autor de 1984)



Revolución


Llueve en mí.

Hay una tempestad aquí dentro

sacudiendo los cimientos de la resignación.

Algunos creen que no tengo nada que decir.

Y yo creo que lo que no tengo es que callar más.

Si no tuviera nada que decir,

no todos tendríamos una boca para hablar.

Todo el mundo tiene una opinión

o debería tenerla.

Pero en estos tiempos escasean.

No existe un precio para las ideas,

pero sin embargo se pagan y muy caras.

El rebaño lo ignora y por eso es el rebaño.

No sé hacia donde me dirijo,

pero sí sé dónde no quiero estar.

No pertenezco a este sinsentido.

El corazón y la mente se excusan demasiado.

Existe una estrecha relación entre ambos,

en un fuerte impulso por no caerse juntos.

¿Se respira bien en ti?

A mí se me va el aire

cómo se van las esperanzas.

Solo me cabe esperar en el silencio impuesto.

Lo mismo que ayer.

Lo mismo que mañana.

Mientras el deseo de libertad ruge 

desde lo más profundo de mí.

Que no os confundan, no somos insolidarios, ni egoístas,

queremos ser libres. 

Aunque sea en este cachito de realidad que es la mía.

Me calma el hecho de saber que al final todo cae,

cómo demuestra la gravedad de Newton,

caerán los viejos paradigmas

y comenzarán los nuevos aliados de la humanidad.

Es una extraña manera de vivir, 

vivir esperando.

No me conformo con el dulce dolor que conozco,

aunque es amigo de tanto que me visita.

Nadie vendrá a salvarnos,

solo nosotros.

Liberando nuestras mentes,

porque es hora de la revolución,

la verdadera revolución

de nuestras mentes.

 

Beatriz Casaus 2021 ©






martes, 19 de enero de 2021

A ti

"Todos los poemas nacen del amor, incluso aquellos que transmiten el mal, tienen en el fondo una forma de amor hacia el mundo" (Wislowa Szymborska)


Este es mi chico haciéndome mi comida favorita el día de mi cumpleaños. Madruga mucho para que cuando me despierte esté recién hecha. Y yo el día de su cumpleaños, le dedico algo en mis redes, porque soy más de escribir que de cocinar… pobrecito, qué aguante tiene...


Hoy es el cumpleaños de esta persona con quien comparto mi felicidad.  Y voy a expresar a lo que me refiero con “compartir mi felicidad”, por si a alguien le sirve:


 Somos felices juntos y también por separado. Es decir, no es su responsabilidad ni es la mía hacernos felices, sino que se trata más bien de un trabajo personal e individual. La felicidad solo es responsabilidad de uno mismo. Nosotros compartimos nuestra felicidad individual cuando estamos juntos. Y eso, a su vez, hace que vivamos en plenitud.


 En cuanto a él, gracias a esta personita sé lo que es el amor verdadero correspondido.  


Le admiro porque es un hombre de palabra, todo lo que dice lo cumple, y eso es difícil de encontrar en alguien. Es íntegro, leal, valiente, aventurero, inteligente, divertido, y tiene un gran corazón, además de ser un buenísimo cocinero (para mí supone un alivio ya que no me gusta cocinar y a él le encanta hacerlo para mí) me cuida mucho, tanto, que hasta me lleva el desayuno a la cama casi todos los días y ese es solo un detalle entre mil más.  


 No tiene redes sociales y no le gusta nada todo esto de escribir sobre una fotografía. Ahí se demuestra su inteligencia y lo poco vanidoso que es. Y es guapo a rabiar…


 Es un privilegio vivir a tu lado.


¡Gracias por todo!


TE QUIERO.



Beatriz Casaus 2021 ©