Cuento sin moraleja
Los días traen en la incertidumbre
su peculiar fantasma
para reclamarme si
pude haber hecho más
o si hubiera sido mejor
haber dado menos,
pero no es culpa mía…
Me repito esas palabras
incesantemente
para conseguir creérmelas.
Di entre otras muchas cosas que no son cosas,
el tiempo,
eso que es lo único que tenemos.
Que es tan breve,
y que nunca regresa.
El amor debería tener más importancia,
se debería estudiar junto a la física,
aunque no entiende de teorías
ni es demostrable,
y como lo que no se puede demostrar no existe,
por eso no es tan importante.
Nadie podrá demostrar cuánto amó,
solo sus actos lo reflejarán.
Los actos nos delatan
antes de formar una palabra,
y nos condenan, sin darla.
Estoy exiliada en mi corazón
para reconstruirlo,
y encontrar el fondo de un pozo de pena.
Aunque sea repetidora de esta asignatura,
no me podré acostumbrar
con ejercicios de desamor.
Es como la primera vez
que descubrí que lo que no se ve
es lo que hace vivir o morir.
Me permito sanar,
porque también me he permitido transitar por el dolor
y la locura de no tenerte.
Y en ese tránsito me perdí a mí,
dejando mi nombre olvidado
sobre el felpudo de tu casa.
Casi como tantas cosas que he dejado olvidadas
en casas ajenas.
Lleva tiempo curar una herida invisible,
tan poco como lo que dura dejar de respirar tu cuerpo
y tanto como lo que se tarda
en volver a reír con ganas.
He de tener la paciencia de esperar,
y de eso, siempre me falta.
Te estás difuminando como una nube
que se evapora en el cielo,
y cuando seas azul, no te sentiré más.
Aunque me duele pensar eso,
se ha convertido
en mi pensamiento de esperanza
para sobrellevar el duelo.
Volverán a ser huérfanos mis latidos,
pero empezarán a construir la casa por las bases
del amor más importante en esta vida.
Los cimientos y estructura
del amor hacia mí misma.
La única certeza que me queda en este pantano
donde me estoy hundiendo,
es el orgullo de lo que te he querido,
y la satisfacción de mi forma de querer.
Hacerlo como si no hubiera sufrido antes,
como si hubieras sido el primero,
con todas mis ganas, con toda mi fuerza,
con todo lo que queda de mí sin ti.
No dejé ni uno de tus cabellos sin acariciar.
He amado todas las imperfecciones
que no conocías de ti
y memorizado cada gesto y detalle que me has brindado
como un trofeo en mi memoria.
He palpado tus límites con la exquisita delicadeza,
de la pluma de un ángel.
Fuiste lo más bonito que vieron mis ojos
con los que solo te veía a ti.
No he perdido años
como muchos me reclaman.
He llenado años de amor
y eso siempre hace elevarse.
Aunque la caída sea sin red
y no haya anestesia que me calme.
Porque amar es de valientes.
Creo que no me equivoqué.
Cómo se puede uno arrepentir de amar,
cuando hay personas que no se arrepienten
ni del mal que hacen.
No puedo arrepentirme de eso.
Mi naturaleza es blanca y fina,
no de miserias.
He caminado lejos muy sola.
Supongo que llegué a pensar que me acostumbraría.
Pero he sido dañada hasta la mutilación del amor.
Y es entonces cuando no queda más remedio
que retirarse.
Aún no consigo averiguar la moraleja en este cuento.
Supongo que llegará el día menos pensado.
Cuando descifre el contenido del silencio.
No sabía lo difícil que era decir basta.
A veces Dios permite el dolor
para aprender a decirlo.
Me asombro de que sigo viva.
Cuántas veces he creído que no lo estaría si esto pasara.
Es posible sobrevivir
aunque tenga que aprender a nacer de nuevo,
para seguir viendo el mundo
como si nada hubiera pasado.
A veces parece que el mal triunfa,
pero no es así,
porque la gente buena no pierde a nadie,
sino que los demás les pierden a ellos.
Amé.
Hasta querer tu bien como destino.
Hasta beber de tus besos y sanarme con ellos.
Hasta abrazar la soledad de tus paredes,
Hasta que querer, era mi único verbo.
Beatriz Casaus 2021 ©