“Todavía soy un niño. Un niño de 59 años” (Keanu Reeves)
Nací un jueves 13 de septiembre para averiguar de qué se trataba el mundo. Al año de nacer aprendí a andar por las calles de Alicante. A los 2 años era un bebé sonriente y simpático. A los 4 años me vestían de flamenca y bailaba para mi familia. A los 5 años recuerdo orar con Dios o una inteligencia superior, y lo he seguido haciendo durante toda la vida. A los 7 años vivía mis cumpleaños con magia, a esa edad descubrí la verdadera amistad y hoy en día es lo que más valoro. A los 9 años amaba mi cuerpo y el de todos, no existía ni un atisbo de comparación. Todo el mundo era bello y perfecto, incluida yo. A los 10 años mi mundo interior se empezó a desarrollar, me llené de fantasía y ensoñaciones. Vivía en una realidad paralela. Siempre me ha costado mantener los pies en la tierra. A los 12 años empecé a estudiar astrología y a dejar de comer. Vomitaba casi todo lo que comía. Me diagnosticaron anorexia nerviosa y bulimia. A los 14 años me di mi primer beso y comencé a ser vegetariana. A esa edad tuve mi despertar espiritual y devoraba libros de metafísica. A los 15 años fue la primera vez que volé a Estados Unidos. A los 16 años dejé de vomitar. A los 17 años tuve una experiencia real con mi ángel de la guarda, hacía ballet, estaba en un equipo de fútbol femenino y fui la reina del baile en un instituto americano. A los 18 años perdí la virginidad. A los 19 años tuve episodios de ataques de pánico. A los 20 años comencé a leer poesía. A los 21 años me pasaba todos los fines de semana borracha. A los 22 ya había tenido 10 novios. A los 23 años estudiaba es una escuela de cine y trabajaba para poder pagarlo. A los 24 años tuve un gran desamor y ese dolor emocional me derivó en una enfermedad. A los 26 años estudié Reiki y lo practicaba. A los 27 años me fui a vivir a Barcelona y luego a Alemania. A los 28 volví a Madrid y empecé a hacer cartas astrales. Pasé una etapa bastante promiscua. A los 29 años superé mi miedo a escribir y abrí un blog de escritura, recitaba en bares de Lavapiés y bares alternativos de Madrid. A los 32 años publiqué mi primer libro de poesía. A los 33 años emprendí, pero lo cerré al año. Aprendí mucho. A los 34 años entendí lo que era el verdadero amor. A los 35 años renací porque tuve que enfrentarme a mis peores miedos y los superé. Perdoné todo lo que tenía que perdonar. Sobre todo a personas que nunca pidieron perdón. Volví a comer carne y desde entonces mantengo una dieta sana y practico el ayuno intermitente. A los 37 años fue la primera vez que comí jamón. Descubrí mi propósito vital. Que es ayudar a otros y desde entonces me dedico a ello cada vez que se me requiere. A los 38 años me di cuenta que soy tan importante como los demás. Me ha llevado toda esta vida descubrirlo. A los 39, siento que he aprendido a habitarme. Y me siento tremendamente cómoda dentro de mí.
Dando lo mejor de mí a cada persona con la que me encuentro. Para llegar hasta este punto, he tenido que atravesar varias tormentas, pero creo que esa es la forma en la que nos vamos puliendo para el honrado cometido de volvernos más evolucionados. Nadie dijo que fuera fácil.
No sé qué me depara el destino de ahora en adelante, pero estoy segura de que será para mi mayor bien, así como a todos.
Aún me queda por vivir la mejor época de mi vida. Da igual cumplir años, vivo mejor en mí cada año.
Que no nos engañen, la vida no se acaba a los 20. La mayor parte de nuestras vidas las pasamos siendo adultos, ¡así que disfrutemos!. Nunca se es demasiado mayor para disfrutar.
En todo este tiempo he aprendido a “habitarme”, de ahí el título del siguiente poema. También, a poner la mente en conexión con el corazón. Pero sobre todo, a darme cuenta de que a lo único a lo que venimos aquí, es a evolucionar en el amor.
El amor es la única fuerza del universo. Lo único importante es el amor, como bien sabían los Beatles, vivimos en y a través de él, por eso, pasar tiempo con nuestros seres queridos es lo más importante. Y aprender a amar, a todos, ese es nuestro gran desafío en esta tierra.
Le pido a Dios aprender a vivir la vida como se merece y a seguir aprendiendo a amar.
Por mi parte, hace mucho que me comprometí en esa tarea. En hacer que cada año, y cada día valgan la pena.
Habitarme
Qué extraña sensación esa
de conocerse,
de sincerarse,
como si uno fuera el otro,
y a medida que te vas conociendo,
se va haciendo todo más sencillo.
Pienso que sí,
que todos somos lo mismo
en diferentes envolturas.
Sin perpetrarse en un estado
de conocedor de las circunstancias
sino cambiándolas
desde tan dentro como uno mismo.
Prefiero ser culpable de equivocarme.
Soy adicta al perdón.
En todas sus formas posibles.
Y sin esa necesidad azarosa de incordiar,
vivir sin molestar es más satisfactorio
para todos.
No estoy incluida en la palabra nadie.
Allí se ha perdido mucha gente.
Yo solo he estado escondida
en un gran silo de piedra,
esperando ser descubierta
por la persona que habitaba más lejos,
yo misma.
Y ahora que me noto cerca,
me gusta esta sensación
de confort íntimo,
de alegría profunda
y paz neutra,
porque no depende de nada,
para que resida en mí
y me abarca,
abrazándome despacio
como si quisiera no romperse.
No vaya a ser
que la volvamos a perder.
Beatriz Casaus 2023 ©