El ritmo frenético que rige en nuestros días así como el modo de vida en el que vivimos provoca un estado de total agitación en nuestro interior al que no le damos la suficiente importancia o intentamos evadir con todo tipo de artimañas. Vivimos en un tiempo en el que lo único que importa es todo aquello exterior a uno mismo: la casa, el aspecto físico, el coche, el dinero, el trabajo... es decir, todo tipo de aspectos y objetos materiales. También se le da máxima importancia a las relaciones personales a las que acudimos casi de manera obsesiva para encontrar sentido en nuestras vidas. Concebimos ese sentido de nuestra vida como algo ajeno a nosotros mismos, algo que se encuentra en el exterior, sin reparar tan siquiera en la idea de que tenemos un interior por descubrir, y no me refiero sólo al interior que aparece en una radiografía hecha por Rayos X, sino más bien a un interior sutil e invisible ante nuestros ojos. Parece que tomemos conciencia de él sólo cuando nos sentimos mal, entonces nos atañe y nos ponemos manos a la obra para intentar sanarlo de cualquier modo posible. No se nos ha enseñado a apreciarlo y por lo tanto, no sabemos tan siquiera cómo acceder a él. Aquel que habla de ese interior es visto como un místico por lo que puede provocar cierta vergüenza hablar de ello cuando en realidad, debiera ser lo más importante en nuestras vidas y se debería enseñar desde pequeños en las escuelas como tantas otras cosas a las que se hace caso omiso.
En las escuelas se nos enseña, mediante el sistema de educación que prima, a competir para sentirnos mejor y para ser mejores en la sociedad. Sacar buenas notas es lo único que importa y no la adquisición en sí de conocimientos. Desde muy temprana edad se insta a los niños a que dejen de ser creativos para que aprendan historia, matemáticas u otras disciplinas, dando importancia a la memorización de conceptos y no a la creatividad y sensibilidad emocional. Se castra radicalmente la creatividad de los niños, quienes la poseen a raudales, para encauzarles por el mundo de la razón y la lógica. Mundo al que no quiero menospreciar en absoluto pero que a mi parecer se queda cojo sin la polaridad del mundo de las artes. Aquellos niños que no paran quietos en las aulas (quizás por el hecho de que tengan afinidad por la danza o por otras actividades que requieran un mayor ejercicio físico) se les denomina cruelmente como “hiperactivos” y en algunas ocasiones se les medica para que no muestren ese exceso de actividad que interrumpe el proceso de competitividad del resto del alumnado. Este aprendizaje en las escuelas, provoca que se relacione el hecho de sacar una buena nota con ser mejor que el otro y por lo tanto, nuestro concepto de nosotros mismos ya empiece a depender según nos consideren los demás y no por lo que somos cada uno de nosotros.
A medida que vamos creciendo nos vemos inmersos en todo tipo de mensajes a nuestro alrededor que provocan que nos identifiquemos con ellos y perdamos nuestra propia identidad.Si eres mujer, debes estar siempre perfecta y bella y para ello, debes consumir una lista interminable de productos que mediante su uso, provocarán que te parezcas al prototipo de mujer que se supone que debes ser. En el caso de los hombres también sucede esta identidad con el físico pero es un tanto menor ya que su autoestima está más ligada con el estatus social y el trabajo que se desempeñe o el coche que se tenga. Los medios de comunicación se ocupan de esta labor de lavado de cerebro ayudado por multitud de programas de TV, revistas, o demás productos de consumo.
En Oriente u otros lugares del mundo donde conservan una tradición milenaria sin embargo, es inconcebible este modo de ver el mundo. Están acostumbrados a no dejar que el ego sea lo único que les domine porque conocen que tienen un lugar interior sagrado al que se puede acceder sin necesidad de conectarse a una red inalámbrica sino simple y llanamente, escuchándose en silencio.
En la sociedad actual, las personas ocupamos nuestros días con innumerables tareas para no escucharnos. Nos da mierdo reservar un hueco al día para pensar o meditar, pues quizás si nos dejáramos ese espacio, aflorarían sentimientos que intentamos reprimir. Se nos ha inculcado una forma de vida en el que eres según lo que tengas o lo que parezcas ser y esto ha llevado irremediablemente a que en la actualidad exista el más elevado porcentaje de la historia de la humanidad que sufre trastornos psicológicos.
En la sociedad actual, las personas ocupamos nuestros días con innumerables tareas para no escucharnos. Nos da mierdo reservar un hueco al día para pensar o meditar, pues quizás si nos dejáramos ese espacio, aflorarían sentimientos que intentamos reprimir. Se nos ha inculcado una forma de vida en el que eres según lo que tengas o lo que parezcas ser y esto ha llevado irremediablemente a que en la actualidad exista el más elevado porcentaje de la historia de la humanidad que sufre trastornos psicológicos.
Un ejercicio sencillo para conocer nuestro interior, es darnos cuenta de un hecho muy sencillo y cotidiano. Cuando preguntas a una persona cómo se llama, la persona suele responder que se llama “Fulanito” y cuando lo hace, suele poner la mano en el pecho y decir: Yo soy tal… o me llamo tal… no ponemos la mano en la cabeza para decir “Yo soy Juanito”, sino que la situamos en el pecho porque inconscientemente, relacionamos nuestra identidad, nuestro Yo, con nuestro corazón.
Cuando conectamos con nuestro interior, dedicando para ello aunque sea unos minutos al día, se descubre un camino directo a nuestras emociones, a nuestra intuición y a un mundo nuevo que sabe perfectamente que no depende de nada más para ser feliz.
Beatriz Casaus 2011 ©