jueves, 15 de septiembre de 2011

Una bola que ha tenido mucho bolo: "La media naranja"


Ya el concepto en sí, basado en la metáfora de una media naranja, en vez de una fruta completa, me parece desacertado.

El dramaturgo Aristófanes en la Grecia Clásica fue el que introdujo el término, refiriéndose al principio de los tiempos cuando los seres eran esféricos como las naranjas enteras, pero su vanidad les llevó a enfrentarse con los dioses y Zeus los castigó partiéndolos en dos, por lo que en adelante quedaban condenados a buscar entre sus semejantes a su otra mitad. En nuestra cultura, esta expresión ha quedado muy enraizada y se nos habla acerca de esa pesquisa o de la suerte que tienen los que la han encontrado. Sin embargo, he llegado a la conclusión, a base de unos cuantos tés y de alguna que otra charla distendida, que es casi una quimera encontrar a lo que se conoce coloquialmente como nuestra “media naranja”, sencilla y llanamente, porque somos naranjas enteras.

Desde nuestro prematuro contacto con el exterior, se nos ha alentado con el pensamiento de que hay alguien allí fuera que contiene todos los componentes que faltan en nuestro puzzle. Esta concepción, alude a una falta de plenitud en nosotros mismos que solo podemos hallar mediante la unión con otra persona. Yo creo que esta idea es completamente falsa y perjudicial para la construcción de una relación sana. En primer lugar, cada ser humano es completo en sí mismo y goza de atributos positivos (conocidos por virtudes, fortalezas…) y componentes negativos (defectos, cualidades a mejorar o de las que aprender, rarezas) además de componentes neutros (los que hemos aprendido de la sociedad para vivir y que han sido imitados en el aprendizaje y que no consideramos ni buenos ni malos) si bien es cierto que en la interacción con nuestras personas más allegadas tendemos a contrarrestar nuestros desequilibrios en consonancia con los desequilibrios de los otros, no es cierto que nuestra media naranja nos complete y nos proporcione la tan ansiada plenitud.

Durante la fase espléndida y mágica del enamoramiento, el cuerpo percibe cómo a nivel físico, somos más vulnerables y estamos más expuestos ante los peligros del exterior, así que de forma natural, el cuerpo en aras de su supervivencia, intenta que esta fase no se prolongue demasiado en el tiempo. Todos hemos experimentado (y algunos en varias ocasiones, en las que me incluyo) la sensación de estar temporalmente en una nube y en apreciar a la pareja como un ser perfecto. Durante este idílico período no estamos al 100% de nuestras posibilidades y andamos todo el día embobados en  nuestro peculiar mundo sin darnos mucha cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor. Por ello, el propio organismo humano es el encargado mediante la homeostasis, de regular este descontrol hormonal y comenzar a producir otra hormona, la que en adelante nos provocará una mayor paz y felicidad, la oxitocina, o también conocida como “la hormona del amor” relacionada con la fase posterior al enamoramiento, la del amor verdadero o real, que es la fase que de verdad importa, en la que nos enamoramos con una mayor dosis de realismo de la persona que tenemos delante y no de la ilusión que nos provoca. Es cuando empezamos a valorar a la pareja tal cual es, con todas sus peculiaridades personales. Sin embargo,  puede empezar a ocurrir que todo aquello cuanto antes nos parecía perfecto, ahora descubramos con sorpresa que no lo hace tanto. Cuando al principio nos llamaban la atención y nos hacían gracia, con el tiempo, comienzan a parecernos extraños porque no se asemejan a los nuestros. Es decir, nuestra “media naranja” nos completaba con rasgos que considerábamos atractivos por ser opuestos a los nuestros, pero puede surgir que a medida que se va afianzando la relación se nos haga más difícil adaptarnos a ellos. En este momento, entran en juego actitudes como la comprensión, la paciencia y la empatía para poder encajar y adaptarnos al otro. En todo momento debemos recordar que cada ser humano es un mundo complejo y único, y como tal, posee una inmensidad de cualidades de las cuales muchas nos pueden gustar y otras menos. Se trata de un pequeño microcosmos al que debemos conocer y nunca intentar cambiar. Para llegar a este nivel de superación es el amor que circunda a la relación el que toma partido demostrándolo de forma concreta.

En ocasiones nos hemos podido sentir decepcionados por estas diferencias y creemos que quizás la culpa sea nuestra por no ser de una manera determinada. Podemos intentar cambiarnos a nosotros mismos para encajar con los desacuerdos que nos perturban, pero esto no funcionará .El quid de la cuestión no es ese, se trata más bien de apreciar a las personas como un todo completo y entero. Aceptarla tal cual es e intentar encajar del mejor modo posible en esa unión siendo exactamente como somos. Nada es tan complicado que sea irreversible. Ni ninguna pareja es tan perfecta que no haya discutido alguna vez. Esto es así porque nadie es perfecto del modo en que concebimos la perfección. Que por ser perfecta, es hasta aburrida. Por otro lado, son las relaciones imperfectas las que más nos aportan.

El concepto de la “media naranja” puede causar múltiples daños en nuestro nivel más esencial, nuestra propia identidad, por hacernos creer que debemos buscar en el exterior la felicidad, en este caso, enfocada en la que nos aporta la pareja. Es verdad que somos seres sociales y que necesitamos la interacción con los otros, pero esta interacción debe ser una interacción basada en el intercambio. Y el intercambio sólo se da entre seres completos conscientes de su totalidad. Cuando el intercambio se hace desde el nivel de la necesidad del otro, todo falla, se desmorona y perdemos el norte.

Es muy lícito pensar que hay alguien que posee todo aquello que nos falta  y nos completa. Pero este pensamiento es muy primario y una forma muy infantil  de reducirlo todo. Enfocando en el otro nuestra propia búsqueda de la felicidad sólo conseguimos limitarnos y hacernos dependientes emocionales. La mayor libertad la da el conocimiento de nuestra propia autonomía y poder personal y el saber que podemos llegar a ser felices por nosotros mismos.
La mayor riqueza se extrae en las dificultades y es de las diferencias, de lo que se aprende. Los conflictos traen cambios necesarios, los polos opuestos se atraen, los retos promueven un mayor esfuerzo personal que nos hace crecer.

Que las medias naranjas sólo sirvan para exprimir el zumo en el desayuno y no para compararlas con los seres completos, únicos y especiales que somos cada uno de nosotros :)

Beatriz Casaus  2011 ©

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