“Nadie tira piedras a un árbol
sin frutos” Semillas a borbotones brotan del pecho
como esperando a ser germinadas y crecer en otro corazón sano.
Estoy sujeta a las dioptrías del
amor, convertida en su blanco perfecto. Mi sueño me sueña a mí todas las noches, en sentido literal y figurado, aprieta contra mis costillas tantos límites y barreras, una infancia dichosa
enlatada, un jardín con verjas, el agua embotellada con fecha de caducidad. Hasta el pan y el hambre se han hecho amigos inseparables. A la felicidad, la conozco de vista, me estrechó la mano una
vez, me dio las gracias y me
dejó, como a los sitios
abandonados. He crecido en ciudades
mojadas donde debo subsistir como el tronco de un árbol
bajo una tormenta. Intento llenar las
botellas de perdón en vez del alcohol, para ofrecer a los
borrachos la paz que anhelan. Persigo otra vez la
esperanza, la espero sentada en mi
portal cada día, ilusionada, como un gusano que se
siente mariposa. Hay algunas barras de bares donde llueve, y praderas con sobredosis
de sequía, hay quienes incluso, buscan la causa
climatológica de ello. Yo lo acepto, como todo lo
demás. No me reservo nada para
los malvados ni los culpables, si hasta la justicia se
encoge de hombros con ellos. Estoy limpiando mi casa, he empezado por mi corazón
y mis zapatillas. Cuando termine, dejaré un
regalo para cada uno: Existe un día, una
moraleja, un abrazo o una propina
que dar. El tambor de la confianza palpita al ritmo del latir, hace que nazcan hojas
nuevas donde antes sólo había cigarrillos. Mientras, mis semillas se esparcen
en macetas plantadas por todas partes, en algunas de ellas nazco,
en otras renazco, pero en la mayoría me
reinvento.
con ansias en amores inflamada, (¡oh dichosa ventura!) salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada.5
A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada, (¡oh dichosa ventura!) a oscuras y en celada, estando ya mi casa sosegada.10
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz ni guía sino la que en el corazón
ardía.15
Aquésta me guïaba
más cierta que la luz del
mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía.20
¡Oh noche que me guiaste!, ¡oh noche amable más que el
alborada!, ¡oh noche que juntaste amado con amada,
amada en el amado
transformada!25
En mi pecho florido,
que entero para él solo se
guardaba, allí quedó dormido, y yo le regalaba, y el ventalle de cedros aire
daba.30
El aire de la almena, cuando yo sus cabellos esparcía, con su mano serena en mi cuello hería, y todos mis sentidos suspendía. 35
Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.
(San Juan de la Cruz)
El ermitaño
Cayó la noche y lo hizo con su particular estruendo silencioso,
inundando los rincones de oscuridad con perpetuo sigilo, como tratando de
ocultar lo que encierra el día. Apenas había comido en las jornadas anteriores,
sus dolores persistían y su cabeza no paraba de atormentarla por ello. De pronto
percibió el olor de un aroma que brotaba desde todas partes. Siempre había
escuchado que la nariz era el mejor vínculo con el pasado, que el olfato era el
sentido más fuerte para perforar la historia olvidada y, entonces,
reminiscencias del accidente almacenadas revolotearon en su mente, como unas aves
que se filtran con cantos ominosos. Mientras intentaba restablecer cierto
equilibrio mental, el enojo que creía muerto comenzó a emerger de nuevo. Hizo
un gran esfuerzo para no caer en el agujero negro de sus emociones y volvió a
recordar ese olor. El olor de los abrazos cálidos que hacen naufragar al alma.
El olor de unos brazos fuertes que no estaban fabricados para soltarla. La
misma presencia del amor hecho carne. Se sintió arrollada por el recuerdo del
perfume que formaba parte de su piel, un aroma dulce con dejos de ébano y sándalo.
El inconfundible perfume que ella misma le había regalado en tantas ocasiones. Sintió
el calor de las lágrimas empezar a congregarse detrás de sus ojos, como si
tocaran a la puerta de su corazón. Y las dejó salir. Se puso rígida cuando
sintió el recuerdo de las caricias que su marido le daba suavemente en sus
mejillas.
Era el día de navidad, pero para ella había llegado el
momento de alejarse lejos del barullo y estar consigo misma, sola, acompañada
únicamente de la presencia de sus dolores y recuerdos. “Qué afortunado se es cuando se está rodeado de personas que te quieren
y te lo demuestran, pero cuánto más afortunado se es, cuando eres tú quien les
quieres a ellos” pensó. Las ideas se atropellaban unas a otras en su mente.
Decidió sacar fuerzas para levantarse, se abrigó y salió de la cabaña. Caminó
un buen rato haciéndose paso entre la nevada y se alejó bastante. De pronto, lo que vio no era posible, los
bancos de nieve se habían desvanecido, el camino frente a ella había perdido
su cubierta de nieve y hielo como si alguien lo hubiera secado soplando. Miró a
su alrededor mientras el manto blanco se disolvía y vislumbró una figura acercarse.
Era una imagen sobria y pacífica, un anciano que portaba una lámpara en una de
sus manos y en el interior de la lámpara había una estrella que brillaba con
gran resplandor. El anciano se apoyaba con un báculo dorado, y vestía una larga
túnica gris como el color de la ceniza. La expresión de su rostro era pacífica y
su espalda estaba doblada hacia delante, como si hubiera trabajado mucho en su
vida y quizás fuera el resultado de las preocupaciones pasadas. Se dirigió
hacia ella y se paró a menos de dos metros, le saludó y empezó a hablar con
serenidad. Ella no daba crédito ante el hecho de cómo había llegado hasta allí ese
anciano. Se lo preguntó, pero él no contestó a ninguna de sus inquisitivas
preguntas. Quizás estaba viviendo un brote psicótico. El hombre le recordó que
estaba lejos, muy lejos y sola en la montaña. Le dijo que había dedicado su
vida a aprender, a conocer y amar su cuerpo, pero que ahora debía trascenderlo y amar
su alma para encontrar en ella una luz. Le pidió que cerrara los ojos. En este
instante observó en su mente la luz que brillaba en la lámpara de aquel hombre
con mucha más intensidad.
-“Es la primera
vez que veo una luz directamente, antes sólo la veía reflejada en los ojos de
él”. Le dijo al anciano asombrada y él sólo replicó:
-“Sigue el camino más puro, el camino de la conciencia”.
Cuando los
abrió,el anciano había desaparecido
misteriosamente. La noche seguía rodeando todo de oscuridad, la nieve había
vuelto a cubrir el paisaje y el camino se había congelado. Increpada por
ello y por la desaparición de aquel hombre de forma súbita, volvió a cerrar
los ojos para tranquilizarse y vio de nuevo la estrella que había dentro de la lámpara, cada vez más brillante y resplandeciente. Aceptó la
noche y paso a paso, volvió a la cabaña andando pacientemente. Supo que nadie podría ofrecerle respuestas y deseó que el trazado
de aquel camino se hiciera a partir de ella misma. Había encontrado su propia luz,
pero el precio que tenía que pagar para descubrirla, era cerrando los ojos.
Quiero expresar mediante estos dos escritos, dos tipos de amor: uno
es el que todo el mundo conoce, (yo misma he sido toda una profesional y experta
del mismo) y el otro, sólo los que se han tomado el tiempo y la dedicación de
conocerse a sí mismos, experimentan.
Sobre este tema ya me he explayado en varias ocasiones con
anterioridad, pero me parece necesario hablar acerca de él porque mucha gente
no se ha dado cuenta de un detalle que quiero enfatizar: Cuando se necesita a la gente, no
se puede amar a la gente.
Sé que desconcierta lo que acabo de decir, porque precisamente
hemos estado escuchando lo contrario a través de una cultura que nos ha
transmitido un tipo de mensaje sobre el amor, mediante películas, canciones,
anuncios publicitarios o un sin fin de modos. Sin embargo se ha omitido un
hecho en todo este tiempo, que es lo contrario a lo que se ha transmitido: Mientras
necesites a alguien, a ese alguien no lo amas. Lo puedes llamar amor,
pero no lo amas en realidad. En nuestra vida se produce una o en varias
ocasiones (como es mi caso) ese milagro que es el enamoramiento. Me enamoro de
alguien y ese alguien además, ¡por suerte se enamora de mí! Inmediatamente ahí
aparece un elemento: la necesidad de la persona de la que me he enamorado, una
necesidad desesperada e imperiosa por tenerla a nuestro lado y es entonces, cuando al amor le introducimos una serie de elementos derivados de
esa necesidad y lo contaminamos. Aparece así el miedo a la pérdida, los celos,
y un montón de emociones junto al amor, que son consecuencia de esa necesidad y del
miedo que produce a que desaparezca y así el amor deja de serlo y se
convierte en otra cosa, en un fenómeno emocional sin parangón.
En cambio, cuando lo único que importa para vivir es la vida, cuando
uno medita y conecta consigo mismo, irremediablemente esa necesidad va
desapareciendo poco a poco y ahí es cuando de verdad uno siente o se percata de
que ama, y cuando de verdad se disfruta de la vida. Cuando sentimos la
necesidad de alguien, realmente no es nuestro verdadero ser, es otra parte de
nosotros la que tiene esa necesidad de personas o de cosas, la misma parte que además nos ha
llevado por un camino por el que no hemos vivido, sino por el que nos hemos
limitado a sobrevivir. Cuando empezamos a vivir, es cuando de verdad nos damos
cuenta de lo que es el amor.
Tanto al que le guste como al que no, que se dé por abrazado J