De siempre me han gustado las zapatillas Converse All Stars.
Cuando era adolescente las tuve de varios colores, aunque mis favoritas eran
las rosas sin duda. Siendo honesta y desde la perspectiva que tengo ahora, por
aquel entonces era un poco nazi porque sólo entablaba relaciones verdaderas con
personas que también las llevaran. Me parecía un indicativo que expresaba el
buen gusto musical y una visión alternativa de las cosas, aunque la mayoría de
las veces me equivocara porque lo único
que seguían era una moda, la moda de ser moderno, más allá de que fueran
interesantes o no. Ahora las zapatillas Converse All Stars se han quedado
rezagadas en un tercer puesto por otros atributos más modernos como son las
gafas de pasta y el perfil en las redes sociales. Se es más moderno cuanto
mayor barba se lleve al estilo “Hipster Abraham
Lincoln” si eres chico, o cuanto mayor ropa vintage vistas y labios rojos lleves, si eres chica. Es decir, que
lo antiguo es moderno, por opuesto que parezca. En la actualidad las camisetas
de grupos de culto como los Rolling Stones o The Doors, las puedes conseguir en
cualquier tienda mainstream por poco
dinero sin tener que buscar mucho y es bastante probable que una parte de la gente
que las compre ni haya escuchado una sola canción de ellos. Lo antiguo está en auge y se comercializa con
ello, aunque la inmensa mayoría no sepa ni que el propio Jim Morrison, vocalista de The
Doors, escribiera poesía y tuviera una visión muy crítica de la sociedad. Eso
no importa. Importa lo cool que seas
porque lleves una camiseta con un grupo de música rock de los 70.
Pero la moda no es
sinónima de ser moderno, la moda es llevar algo porque los demás lo lleven,
porque esté en boca de todos y porque si lo llevas, formas parte de un
colectivo. Yo provengo de una ciudad medianamente grande del sur de Madrid
donde los diferentes grupos urbanos imponían su moda, costumbres y creencias.
Lógicamente una adolescente con semejante sobrecarga cultural sobre sus hombros
no tenía más remedio que seguir alguna. En mi caso seguí varias y aprendí de
todas. Alcorcón es una ciudad muy diversa. Hay gente punky y gente fascista,
hay gente hippie y hay gente pija, hay gente normal, gente alternativa y hay
bastante gente hortera. Un requisito que casi te requieren para empadronarte es
que lleves chándal o lo utilices al menos varias veces a la semana. El chándal
es la vestimenta más usada por antonomasia en esa ciudad y cualquier buen
ciudadano que se precie debe llevarlo por lo menos en alguna ocasión. Un rasgo
característico que me molestaba bastante es que las chicas se te quedan mirando
de arriba abajo a menos de medio metro como si eso de la educación no fuera con
ellas. No sabes si te están odiando por tu apariencia física mientras escanean
tu figura con envidia o si es que te encuentran tan extraña como un
extraterrestre de Orión al no concebir lo que llevas puesto. Esto sobre todo me
ha pasado cuanto más al centro de la ciudad me encontraba y se correspondía con
la creencia que tenía de adolescente sobre la Calle Mayor. Para mí marcaba como
la frontera donde se daban cita la mayor parte de los chonis y poqueros, la
gente que escuchaba a Camela, los
hombres con escaso aprecio por su estética o las mujeres cuyo sentido de la belleza
estaba basado en las mechas en el pelo y en conjuntos imposibles. Me parecía
que existía una proporción directa entre vivir por esa zona y pertenecer a la
gente malota bacala que siempre estaba metida en líos. Yo no tenía muchas cosas
claras en mi adolescencia, pero lo único que tuve siempre claro es que a mí no
me gustaba la música bacalao. Ni las gafas macarras, ni los abrigos de plumas. Solamente
entré una vez en el Inn de los polígonos por curiosidad, que era una especie de
discoteca templo de los bacalas de la época, y salí despavorida al instante,
pues nunca había visto tanto chico con coronas de pelo pincho y la mandíbula
desencajada, ni tanta chica con más abalorios en el pelo y ropa ultra ajustada
toda junta en un mismo sitio. Y ni qué decir ya de la música, si se le podía
llamar así…
Como yo no vivía en el centro de la ciudad ni cerca del Recinto
Ferial, que era para mí como el núcleo central y neurálgico de concentración de
los chonis y del chándal, mi espectro cultural abarcaba un mayor campo de
visión. Tenía amigos hippies que viajaban en sus caravanas a lo largo del
territorio nacional y que se pasaban el día haciendo malabares, punkys que
vivían en una casa ocupa y que iban a conciertos de SKA, amigos rastafaris
crudívoros, skaters que se pasaban el día fumando porros y patinando, heavys que
estaban todo el día en “El Casas” que
era una plaza muy transitada los fines de semana hasta que prohibieron el
botellón en la calle, raperos que hacían sus propias rimas y que tenían a
Violadores del Verso o a CPV como grupos de culto, alternativos que vestían sólo
con marcas como Carhartt, Volcom, DC...
y por último, los bien conocidos como gente normal, que era imposible de
encasillar porque no te los encontrabas los fines de semana por ningún lado ni
conocían ningún otro grupo que no se escuchara en la lista de los 40 Principales. Gracias a
tener contacto con gente tan distinta, aprendí mucho de ellos y me lo pasé muy
bien, sin embargo debido a toda esa amalgama de diferentes ambientes y al haber
conocido personas de muchos estilos diversos, puedo afirmar que algunos de
ellos, lo reconozcan o no, vestían o actuaban de esa manera para ser aceptados
dentro de cada grupo. Es decir, su apariencia física no era más que otra moda a
seguir, un modo de conseguir ser aceptado y en última instancia ser querido por
los demás.
En realidad, todos estos diferentes grupos, por distintos
que sean y parezcan, se comportan del mismo modo sin excepción: tienes que ser
como ellos, vestir como ellos y comportarte como ellos para estar en su grupo. Yo
me considero más radical que muchos punkis, más hippie y abierta de mente que
muchos hippies, quiero a mi país igual que cualquier persona tradicional sin necesidad de llevar ninguna bandera que lo demuestre, más crítica social en mis poesías que muchos raperos en sus
letras, más seguidora de grupos de culto que los grunge, más adaptable en marcas
que los alternativos, más original que la gente normal o más asidua a las
planchas de pelo que las chonis, pero todo eso sin necesidad de aparentarlo de
ningún modo en mi vestimenta ni forma de vida sino en mi mentalidad. Gracias a
haber tenido contacto con todos ellos y aprendido de todos, aprendí también a ver a las personas más allá
de lo que llevan puesto.
Aunque yo también practiqué el encasillamiento durante bastantes
años, a medida que fui creciendo me fui apartando de todas esas limitaciones y
escuchándome a mí misma. Aprendí a no juzgar a nadie por cómo va vestido y me
esfuerzo en conocer a una persona sin
importar su apariencia física. Escucho la música que quiero sea del estilo que
sea, con la única condición de que a mí me guste y de que tenga buena letra
o una buena instrumentación. Visto como quiero y me considero ecléctica, porque
cambio bastante pero sobre todo sigo lo que me apetece llevar cada día según mi
estado de ánimo. Practico la educación y no miro fijamente a nadie de arriba
abajo. Aprendí a tener una mejor visión de Alcorcón Central y a que me dejara de importar si alguien me
mira con envida, ese es su problema, no el mío. Para mí es importante el
aspecto físico, porque creo que cada uno debería ser la mejor expresión de uno
mismo, pero eso es algo que practico conmigo, no con los demás. Cada uno puede
hacer lo que quiera con su aspecto y yo no soy nadie para juzgarle, me da
exactamente igual cómo vayan los demás ni lo que hagan, a mí lo que me interesa
es cómo voy yo y si me gusto a mí. A los demás los acepto tal y como son y
aunque a veces me horrorice más que Karl
Lagerfeld por algunas aberraciones que veo, no puedo sino tragarme mi
opinión. Si a esa persona le gusta cómo va, no es mi problema y en verdad ni
tan siquiera me importa, es su vida y que haga lo que dé la gana con ella y con
su cuerpo. Lo más importante es ser como uno es y para eso el ejercicio más importante
que se puede practicar es escucharse a uno mismo. Conozco muchas mujeres que
cambian de gustos según la pareja con la que salgan y eso lo único que causa es
que no tengan ni la menor idea de quiénes son y que pierdan su identidad si en
algún momento pierden a esa pareja.
Las modas y las marcas, tienen la única finalidad de que nos
identifiquemos con ellas y así lograr una identidad falsa, son símbolos que en
realidad nos separan. Me encanta la diversidad y por ello no acepto la intolerancia de
cualquier índole. Otorgamos más valor a las ideas aprendidas que a las personas
reales con las que nos encontramos, ese es el error. La vestimenta no es más
que un envoltorio que desvía la atención a nuestros cuerpos de los ojos, que es
la parte de nuestros cuerpo que muestra la esencia de las personas. Ser moderno no es más que
abrir tu mente y estar por encima de la mentalidad de la época que te ha tocado
vivir, mucho más allá de la música que escuches o de cómo vistas y más
allá que las zapatillas que calces. El día en que aprendí a dejar de encasillar
y a juzgar, me liberé un poquito más.