domingo, 29 de junio de 2014

Zapatillas

"The sign of a beautiful person is that the always see beauty in others" (Omar Suleiman)




De siempre me han gustado las zapatillas Converse All Stars. Cuando era adolescente las tuve de varios colores, aunque mis favoritas eran las rosas sin duda. Siendo honesta y desde la perspectiva que tengo ahora, por aquel entonces era un poco nazi porque sólo entablaba relaciones verdaderas con personas que también las llevaran. Me parecía un indicativo que expresaba el buen gusto musical y una visión alternativa de las cosas, aunque la mayoría de las veces me equivocara  porque lo único que seguían era una moda, la moda de ser moderno, más allá de que fueran interesantes o no. Ahora las zapatillas Converse All Stars se han quedado rezagadas en un tercer puesto por otros atributos más modernos como son las gafas de pasta y el perfil en las redes sociales. Se es más moderno cuanto mayor barba se lleve al estilo “Hipster Abraham Lincoln” si eres chico, o cuanto mayor ropa vintage vistas y labios rojos lleves, si eres chica. Es decir, que lo antiguo es moderno, por opuesto que parezca. En la actualidad las camisetas de grupos de culto como los Rolling Stones o The Doors, las puedes conseguir en cualquier tienda mainstream por poco dinero sin tener que buscar mucho y es  bastante probable que una parte de la gente que las compre ni haya escuchado una sola canción de ellos.  Lo antiguo está en auge y se comercializa con ello, aunque la inmensa mayoría no sepa ni que el propio Jim Morrison, vocalista de The Doors, escribiera poesía y tuviera una visión muy crítica de la sociedad. Eso no importa. Importa lo cool que seas porque lleves una camiseta con un grupo de música rock de los 70.

 Pero la moda no es sinónima de ser moderno, la moda es llevar algo porque los demás lo lleven, porque esté en boca de todos y porque si lo llevas, formas parte de un colectivo. Yo provengo de una ciudad medianamente grande del sur de Madrid donde los diferentes grupos urbanos imponían su moda, costumbres y creencias. Lógicamente una adolescente con semejante sobrecarga cultural sobre sus hombros no tenía más remedio que seguir alguna. En mi caso seguí varias y aprendí de todas. Alcorcón es una ciudad muy diversa. Hay gente punky y gente fascista, hay gente hippie y hay gente pija, hay gente normal, gente alternativa y hay bastante gente hortera. Un requisito que casi te requieren para empadronarte es que lleves chándal o lo utilices al menos varias veces a la semana. El chándal es la vestimenta más usada por antonomasia en esa ciudad y cualquier buen ciudadano que se precie debe llevarlo por lo menos en alguna ocasión. Un rasgo característico que me molestaba bastante es que las chicas se te quedan mirando de arriba abajo a menos de medio metro como si eso de la educación no fuera con ellas. No sabes si te están odiando por tu apariencia física mientras escanean tu figura con envidia o si es que te encuentran tan extraña como un extraterrestre de Orión al no concebir lo que llevas puesto. Esto sobre todo me ha pasado cuanto más al centro de la ciudad me encontraba y se correspondía con la creencia que tenía de adolescente sobre la Calle Mayor. Para mí marcaba como la frontera donde se daban cita la mayor parte de los chonis y poqueros, la gente que escuchaba a Camela, los hombres con escaso aprecio por su estética  o las mujeres cuyo sentido de la belleza estaba basado en las mechas en el pelo y en conjuntos imposibles. Me parecía que existía una proporción directa entre vivir por esa zona y pertenecer a la gente malota bacala que siempre estaba metida en líos. Yo no tenía muchas cosas claras en mi adolescencia, pero lo único que tuve siempre claro es que a mí no me gustaba la música bacalao. Ni las gafas macarras, ni los abrigos de plumas. Solamente entré una vez en el Inn de los polígonos por curiosidad, que era una especie de discoteca templo de los bacalas de la época, y salí despavorida al instante, pues nunca había visto tanto chico con coronas de pelo pincho y la mandíbula desencajada, ni tanta chica con más abalorios en el pelo y ropa ultra ajustada toda junta en un mismo sitio. Y ni qué decir ya de la música, si se le podía llamar así…

Como yo no vivía en el centro de la ciudad ni cerca del Recinto Ferial, que era para mí como el núcleo central y neurálgico de concentración de los chonis y del chándal, mi espectro cultural abarcaba un mayor campo de visión. Tenía amigos hippies que viajaban en sus caravanas a lo largo del territorio nacional y que se pasaban el día haciendo malabares, punkys que vivían en una casa ocupa y que iban a conciertos de SKA, amigos rastafaris crudívoros, skaters que se pasaban el día fumando porros y patinando, heavys que estaban todo el día en “El Casas” que era una plaza muy transitada los fines de semana hasta que prohibieron el botellón en la calle, raperos que hacían sus propias rimas y que tenían a Violadores del Verso o a CPV como grupos de culto, alternativos que vestían sólo con marcas como Carhartt, Volcom, DC... y por último, los bien conocidos como gente normal, que era imposible de encasillar porque no te los encontrabas los fines de semana por ningún lado ni conocían ningún otro grupo que no se escuchara en la lista de los 40 Principales. Gracias a tener contacto con gente tan distinta, aprendí mucho de ellos y me lo pasé muy bien, sin embargo debido a toda esa amalgama de diferentes ambientes y al haber conocido personas de muchos estilos diversos, puedo afirmar que algunos de ellos, lo reconozcan o no, vestían o actuaban de esa manera para ser aceptados dentro de cada grupo. Es decir, su apariencia física no era más que otra moda a seguir, un modo de conseguir ser aceptado y en última instancia ser querido por los demás.

En realidad, todos estos diferentes grupos, por distintos que sean y parezcan, se comportan del mismo modo sin excepción: tienes que ser como ellos, vestir como ellos y comportarte como ellos para estar en su grupo. Yo me considero más radical que muchos punkis, más hippie y abierta de mente que muchos hippies, quiero a mi país igual que cualquier persona tradicional sin necesidad de llevar ninguna bandera que lo demuestre, más crítica social en mis poesías que muchos raperos en sus letras, más seguidora de grupos de culto que los grunge, más adaptable en marcas que los alternativos, más original que la gente normal o más asidua a las planchas de pelo que las chonis, pero todo eso sin necesidad de aparentarlo de ningún modo en mi vestimenta ni forma de vida sino en mi mentalidad. Gracias a haber tenido contacto con todos ellos y aprendido de todos, aprendí también a ver a las personas más allá de lo que llevan puesto.

Aunque yo también practiqué el encasillamiento durante bastantes años, a medida que fui creciendo me fui apartando de todas esas limitaciones y escuchándome a mí misma. Aprendí a no juzgar a nadie por cómo va vestido y me esfuerzo en conocer  a una persona sin importar su apariencia física. Escucho la música que quiero sea del estilo que sea, con la única condición de que a mí me guste y de que tenga buena letra o una buena instrumentación. Visto como quiero y me considero ecléctica, porque cambio bastante pero sobre todo sigo lo que me apetece llevar cada día según mi estado de ánimo. Practico la educación y no miro fijamente a nadie de arriba abajo. Aprendí a tener una mejor visión de Alcorcón Central  y a que me dejara de importar si alguien me mira con envida, ese es su problema, no el mío. Para mí es importante el aspecto físico, porque creo que cada uno debería ser la mejor expresión de uno mismo, pero eso es algo que practico conmigo, no con los demás. Cada uno puede hacer lo que quiera con su aspecto y yo no soy nadie para juzgarle, me da exactamente igual cómo vayan los demás ni lo que hagan, a mí lo que me interesa es cómo voy yo y si me gusto a mí. A los demás los acepto tal y como son y aunque a veces me horrorice más que Karl Lagerfeld por algunas aberraciones que veo, no puedo sino tragarme mi opinión. Si a esa persona le gusta cómo va, no es mi problema y en verdad ni tan siquiera me importa, es su vida y que haga lo que dé la gana con ella y con su cuerpo. Lo más importante es ser como uno es y para eso el ejercicio más importante que se puede practicar es escucharse a uno mismo. Conozco muchas mujeres que cambian de gustos según la pareja con la que salgan y eso lo único que causa es que no tengan ni la menor idea de quiénes son y que pierdan su identidad si en algún momento pierden a esa pareja.

Las modas y las marcas, tienen la única finalidad de que nos identifiquemos con ellas y así lograr una identidad falsa, son símbolos que en realidad nos separan. Me encanta la diversidad y  por ello no acepto la intolerancia de cualquier índole. Otorgamos más valor a las ideas aprendidas que a las personas reales con las que nos encontramos, ese es el error. La vestimenta no es más que un envoltorio que desvía la atención a nuestros cuerpos de los ojos, que es la parte de nuestros cuerpo que muestra la esencia de las personas. Ser moderno no es más que abrir tu mente y estar por encima de la mentalidad de la época que te ha tocado vivir, mucho más allá de la música que escuches o de cómo vistas y más allá que las zapatillas que calces. El día en que aprendí a dejar de encasillar y a juzgar, me liberé un poquito más.

 Beatriz Casaus 2014 ©

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