El cuento de Blancanieves de los hermanos Grimm
es un cuento de un ejemplo de rivalidad femenina escrita por hombres.
Blancanieves queda huérfana de madre y su padre viudo se casa con otra mujer.
La madrastra de Blancanieves tiene un espejo mágico al que cada día pregunta
quién es la más bella. Al cumplir los diecisiete años, el espejo revela que
Blancanieves le destrona en belleza y eso provoca la ira y maldad de su
madrastra quien manda asesinar a Blancanieves. Sin embargo, su verdugo no
cumple la condena y le deja en el bosque para que pueda huir, allí conoce a
unos enanitos que le dicen que puede vivir con ellos a cambio de que realice
todas las labores del hogar. Su madrastra descubre que no está muerta e intenta
por tres veces asesinarla disfrazada, en el tercer intento le da una manzana
envenenada y consigue que Blancanieves muerda un trozo y pierda la conciencia.
Los enanitos creen que está muerta y le construyen un ataúd de cristal. Un
príncipe que pasaba por allí se queda prendidamente enamorado de ella y les
pide a los enanitos que le den el ataúd. Durante el viaje a su palacio,
Blancanieves escupe el trozo de manzana que le había envenenado, recobrando así
la vida. Se casa con el príncipe y le cuenta lo que su malvada madrastra hizo
con ella. Al final la madrastra perece pagando por su actitud en el pasado.
Este cuento muestra, además de un machismo
latente, una rivalidad enfermiza que enfrenta a una mujer que tiene envidia de
otra y de cómo es incluso capaz de matarla para conseguir ser la más bella. He
de confesar que, en mi experiencia personal, he sufrido rivalidad en algunos
momentos de mi vida. Incluso viví una situación difícil hace cinco años por
parte de una chica en un mismo entorno. Fue un episodio que se alargó durante
varios meses hasta que finalmente esta persona se fue a vivir a otro país.
Durante ese tiempo yo lo pasé mal y eso creo que es algo que no se tiene por
qué padecer. Después de ese suceso, he vivido otro más en ese mismo entorno, pero no tan intenso.
Creo que lo mejor que se puede hacer ante una
tesitura así es ignorar esa actitud. Primero por salud mental y segundo, para
rechazarlo y estar por encima de ello. Ignorar ese comportamiento aplaca el ego y enseña
que no todas somos así ni que tenemos una actitud soberbia y un interés tan
superficial. Siempre he dicho que el mejor piropo que me pueden hacer es que me
llamen inteligente, interesante o buena persona, que guapa. Eso no quita que me
siente bien si se da el caso de que me lo digan, porque reconozco que también
tengo vanidad como todo el mundo, pero no es algo que ansíe ni valore más que
otras cosas, desde luego. Aunque yo misma he tenido que aguantar esa situación
que no era mi guerra, quiero creer que esa minoría que manifiesta la parte
oscura de la psiquis femenina, no puede representar a una inmensa mayoría de
mujeres nobles, personas con valores y buenos sentimientos, que forman el
conjunto de la población femenina.
Me gustaría centrar la atención en esas mujeres. La mayoría no mira mal, ni te hace sentir
mal, sólo la gente envidiosa lo hace, pero gente envidiosa existe en los dos
géneros, aunque en las mujeres se centre más en el físico. La idea de que el
peor enemigo para una mujer es otra mujer, debería erradicarse del inconsciente
colectivo. La mejor forma de hacerlo es comportándose de forma diferente a esa
actitud destructiva. Las mujeres debemos hermanarnos, ayudarnos, no competir y
mostrarnos el cariño que proviene de pertenecer a un mismo género, precisamente
porque sabemos lo difícil que es y romper con ese lastre de cosificación de la
mujer que ha sido inducido por un sistema patriarcal y machista. Cambiar los
roles tradicionales de género, los cuales nos enseñan desde pequeñas, como dice Gema
Otero, experta en género e igualdad y colaboradora del Instituto Andaluz para
la Mujer, que las
mujeres tenemos que tener éxito en el amor o que hay que ser bellas y deseadas,
mientras que a los niños se les enseña a ser fuertes y conseguir poder social.
Cuidarse y sacarse partido no está reñido con
nada, pues es algo que tanto hombres como mujeres hacemos, el problema está en
la cosificación que se produce sobre la mujer. A mí me gusta vestir
bien y sentirme bien y por ello no sólo cuido mi cuerpo, sino que atiendo otros
ámbitos igual de importantes o más. Entre nosotras, creo que no se debería
mirar mal a alguien porque esa persona vaya arreglada o sea atractiva. Además,
creo que es una pérdida de tiempo y una falta de educación mirar fijamente a
alguien. La idea que me gustaría que se erradicara es que por el hecho de ser
mujer se tenga la obligación de ser guapa, me parece una aberración que se
demande eso, sobre todo porque no sucede lo mismo con los hombres. A veces he
escuchado comentarios injustos hacia una mujer que sustenta un cargo político o
público. En vez de comentar sobre lo que dice o hace, se comenta sobre su
aspecto físico, como si por ser mujer se tuviera obligatoriamente que ser guapa
o atractiva. Si una mujer está en el cargo que está, es porque debe ser válida
para ese puesto, nada más. Sin embargo, no se escuchan esos comentarios si se
trata de hombres que desarrollan esos mismos puestos. Al hombre se le da por
sentado que es válido para un cargo más allá de su apariencia.
No solo el cuento de Blancanieves muestra la
rivalidad entre mujeres, observando otros cuentos, dibujos, series de TV,
libros, películas… aparece la competición entre nosotras para conseguir el amor
del príncipe azul. Véase la Cenicienta compitiendo contra sus hermanastras para
casarse con el príncipe, por ejemplo. Este solo pensamiento crea
rivalidad, competencia y busca confrontación. No creo que el amor se tenga que
conseguir, no es un premio que se ofrece después de una lucha. Hay que darse
valor y eliminar cualquier clase de disputa y competencia.
Otra idea arraigada es el que las
mujeres no pueden ser amigas. Esa idea está basada en la creencia de que las
mujeres somos retorcidas y malas entre nosotras, y no es así. Cuando miro a mi
alrededor la mayoría de mujeres que conozco ni son retorcidas ni actúan por
maldad. Evidentemente existirán mujeres que sean de ese modo, pero no es debido
a un fallo congénito femenino, sino a que como en todo, hay personas con
actitudes buenas y malas, y no por ello todos somos malos, ni tienen que pagar
justos por pecadores. Se trata de desprogramar viejos prejuicios y estereotipos
machistas.
Para no perpetuar esta
cosificación se pueden tomar varias decisiones, una de ellas es alejarse de personas que fomentan ese enfoque
superficial, así como de los entornos que también lo promuevan, no ver
programas de TV, películas o leer libros que cosifiquen a la mujer y cuidar
mucho nuestra forma de hablar incluido nuestro vocabulario y expresiones,
porque este cambio producirá un cambio en nuestra forma de pensar. Se trata de una
toma de conciencia de nuestro rol en la sociedad, que puede ser el que nosotras
decidamos y no el establecido. Requerirá un esfuerzo al principio, pero es
cuestión de decidir quiénes queremos ser y qué queremos ser, más allá de un
físico bonito.
Beatriz Casaus
2018 ©
Os dejo con un poema que escribí en 2012:
Os dejo con un poema que escribí en 2012:
Esta no es mi Guerra
Un corte en mi muñeca que no sangra
anuncia la llegada del próximo combate.
Hay un eco cayendo en la tarde,
y yo río, sonrío y me desdigo,
mientras un huracán me agita por dentro.
En esta guerra las palabras
se clavan como un puñal en el costado.
El mar inmenso de voz muda
que pugna por salir a la superficie
mantiene fresco mi honor.
Y los ojos,
los tengo turbios de mirar el campo de batalla,
y morados, de tantos golpes.
Mi mirada no ve a través de esta lucha,
¿o es que aquí siempre es de noche?
Tal vez, este es el día o la hora,
o el instante en que lo intuyo.
Si el cauce del río está en calma,
Pronto llega la caída en la cascada.
Y entonces siento fatiga,
y la fatiga no es amiga, aunque la conozca muy bien.
Ya se han gastado muchas vidas
en intentar solventar errores.
Malherida, alzo mi mano con el pañuelo blanco.
Las coordenadas del armisticio me dan tregua.
Estandarte rojo por la sangre derramada.
Una copa de vino al ganador
y destierro, para el que no sigue banderas.
He preferido dar mi otra mejilla
que responder al contraataque,
porque estas no son mis armas,
y esta, no es mi guerra.
Beatriz Casaus 2012 ©
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