“Realmente quiero saber el secreto de las personas muy seguras de sí mismas. ¿Hay un secreto? ¿es genético? ¿hay una pastilla? ¿una guía? “ (James Rhodes)
“Mi miedo es mi sustancia” (Franz Kafka)
La sociedad en la que vivimos, tiene un especial interés en defender a ultranza el ego y en que las personas sean fuertes, extrovertidas, seguras y, sobre todo, en no querer mostrar ningún atisbo de inseguridad, porque se percibe como una debilidad.
Sin embargo, las filosofías de Oriente, valoran más los aspectos internos de las personas e incluso se incita a librarse del ego para conseguir logros espirituales. Aspectos como la modestia y la humildad son considerados dignos de cultivar y admirados.
Por raro que nos suene a los occidentales, ser inseguro puede ser un atributo positivo, ya que, si se acepta y trasciende, puede ser una fuente de inspiración y de desarrollo personal. Personas remarcables en la historia han sido grandes inseguros, sobre todo si hablamos del mundo del arte: músicos, escritores, poetas, pintores, actores…
Por poner dos ejemplos, el escritor Franz Kafka, autor que lidiaba con problemas de autoestima, escribió una pieza clave de la literatura moderna “La Metamorfosis”, en el que se describe la transición de un hombre que se convierte en insecto, que se puede interpretar como una exposición literal del propio sentimiento de inferioridad de Kafka, o por citar alguno más, el cineasta Woody Allen, quien no duda en presentar todos sus temores e inseguridades en los guiones de sus películas.
Ser inseguro me parece un terreno maravilloso en donde no se deja de aprender. Gracias a mis inseguridades, mis contradicciones y mis puntos débiles, soy lo que soy y es gracias al dolor que todos hayamos vivido en alguna ocasión, que hemos aprendido y crecido y nos ha hecho seres más profundos.
El escritor Marcel Proust, autor de una de las obras cumbre de la literatura del S.XX, casi sacralizaba el sufrimiento percibiéndolo como la forma más precisa de aprendizaje y otorgándole un valor positivo en la vida de las personas.
Hay inseguros confesos, como yo, e inseguros que no han salido del armario. Con frecuencia encuentro personas inseguras que, en vez de hablar abiertamente sobre ello, lo esconden y lo tapan bajo una capa de aparente seguridad. Incluso hay personas inseguras que logran sentirse mejor haciendo sentir mal a los demás, eso no se debería permitir y aunque les cueste admitirlo, se trata de un caso de inseguridad, pero muy mal encauzada.
Desde aquí animo a todos a que dejéis de querer ser siempre fuertes y seguros, y de vez en cuando, mostraros vulnerables. Siempre me he sentido atraída por personas que son frágiles, que comparten sus miserias, dolores, heridas... A ellos va dedicada este primer poema del 2020.
Heridas
Aquellas personas
seguras de sí mismas soplan lejos de mí.
Soy testigo de sus mordeduras al Olimpo
con la resonancia de su ego en las alturas,
lentas y pareciendo serenas.
Se esconden bajo una falsa
apariencia de seguridad
detrás de cada acción
para ser transformados.
Los que comparten sus heridas
son paisajes cercanos.
Intuyo las emociones que intentan esconder.
Conozco sus hojas caídas.
Hemos bebido lejos
de los dulces barcos de gloria
y hasta nos hemos lastimado
por las llamas de las emociones.
Las personas con heridas son infinitas.
Sin ellas estamos verdes.
En el lodo las hojas secas dejan de estarlo.
Mientras el tiempo se escapa dejando solo cenizas.
El dolor se perpetúa en el fondo,
y se pudre si no se saca.
En silencio, todos tenemos heridas.
Beatriz Casaus 2020 ©
No hay comentarios:
Publicar un comentario