Esta mañana he estado a punto de contestar a una publicación en una red social de un amigo con la que no estaba de acuerdo. Sin embargo, me he dado mi espacio para sentir la emoción que me ha provocado, he respirado profundamente, me he hecho consciente de la situación y me he preguntado por qué me ha molestado hasta el punto de querer dejar mi opinión. Me he vuelto a dejar espacio para sentir y a continuación me he formulado la siguiente pregunta: ¿lo que voy a decir va a traer paz? Y si la respuesta es negativa, entonces no voy a sumar con mi aportación y es mejor dejarlo estar. No me va a aportar nada positivo ni a mí ni a la otra persona. Así que, ¿por qué quiero rebatir un pensamiento que esa otra persona tiene que es opuesto a lo que yo creo? Lo que yo creo no es más certero que lo que otra persona cree. Esto me ha devuelto a mi centro y ha hecho disipar la emoción que estaba sintiendo.
Entonces, me ha venido a la memoria la siguiente reflexión
que tuve durante una meditación que hice cuando tenía 27 años: Me di cuenta por primera vez en mi vida, que yo no soy mi
pensamiento. Durante la meditación y dentro de la quietud que alcancé, me llegó
la siguiente pregunta: “¿Quién está pensando? ¿Soy yo la que piensa o yo soy
la que observa que piensa?” Y fue en ese preciso instante en el que dejé de
identificarme con mi pensamiento. De pronto, me di cuenta que yo era el silencio
que quedaba al darme cuenta de ese hecho. Yo no era mi pensamiento.
Llega un momento en el que eso hay que trascenderlo si se quiere mejorar como persona. El hecho de hacernos conscientes de la mente condicionada, ayuda a despertar del gran letargo en el que el ego nos tiene sumidos. Al asumir la educación que se nos enseña, la enraizamos en nuestra propia base de valores creándonos una identidad en consonancia con ella. Incluso cuando nuestra personalidad física está formada, y con ello el ego que va ligado a ella, dejamos de cuestionarnos las cosas. Hacemos como propias las creencias que hemos recibido y se convierten en patrones que vamos a repetir. En muchas ocasiones, ni nos paramos a cuestionar esos patrones.
Esto sucede porque nos identificamos completamente con la
mente. Creemos que el pensamiento soy yo y ahí es donde empieza la trampa y
donde comienza el sufrimiento. Cada vez que estoy pensando, no me doy cuenta de
que ese que piensa no soy yo, sino que es una mente repitiendo un
condicionamiento aprendido. Así que de lo que se trata, es de poder observar el
pensamiento. Y si yo puedo observar el pensamiento, no soy ese pensamiento. Es
hacerse consciente de la voz en la cabeza, de lo que dice y las emociones que
provoca, porque son los pensamientos los que generan las emociones. Y las
emociones alimentan los pensamientos, y de ese modo se crea un círculo, como la
serpiente que se muerde la cola.
Todo no deja de ser una reacción del ego, de esa mente
condicionada que se siente atacada y que está interpretando o juzgando algo
como negativo según la identidad construida. Darse cuenta de ello, nos libera, o al menos a mí me funciona :)
Beatriz Casaus 2023 ©
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