sábado, 5 de noviembre de 2011

Un soldado cualquiera

Cuando entró en la sala el general Klaus, Steve esbozó una leve sonrisa pues intuía algo de esperanza en el rostro del general. Era un hombre menudo y medio calvo. Todos decían de él que era gentil y considerado a pesar de su cargo y que había llegado allí por su gran inteligencia.
-Todo va a salir bien- le dijo Klaus.
Steve no le contestó pero se aferró a aquellas palabras como a un clavo ardiendo y confió en que no le mintiera.
Mientras salíamos de la habitación, le pregunté desconsolado. 
-¿Cómo lo sabe mi general? está muy mal y ni siquiera le hemos podido curar las heridas, está perdiendo mucha sangre-
- No me gusta resignarme a ver cómo pierdo a otro de los nuestros. Se va a poner bien, sea como sea.
-¡Pero usted no es médico!- me encontré chillándole sin querer.- Perdone, señor.
-Todos perdemos los nervios en estos momentos y es en estos momentos donde demostramos lo que somos. Aquí nos volvemos más personas aunque cueste creerlo. No se preocupe.
-Podríamos pedir ayuda si damos el apellido de Steve. Estoy seguro que ayudaría a que llegasen antes los del equipo móvil.
-¿Usted cree que a Steve le puede salvar el dinero de su familia? ¡Claro que no!. Fue muy valiente en alistarse voluntariamente pero su linaje no le sirve de nada aquí. Lo que le va a curar son las medicinas que no llegan y nuestra esperanza. Es lo único que nos queda y lo que nos hace fuertes. Vuelva a su puesto inmediatamente.
Yo había sido un soldado entre tantos otros que había dejado su país para alistarse  y así darle un futuro a mi hijo de dos años. No había finalizado la escuela y el ejército me pareció la salida perfecta para poder regresar con dinero bajo el brazo. El riesgo era alto pues la vuelta no era segura. Steve sin embargo, provenía de una  familia acaudalada y no necesitaba estar en aquel infierno. Contra todo pronóstico, se había alistado tras acabar la universidad. Recuerdo una noche que no podíamos dormir en la que Steve me confesó que no le encontraba sentido a su vida y que sabía que aquel sitio al menos, le daría otra perspectiva de las cosas. Yo le decía que estaba loco, por eso nos llevábamos bien. Él y yo nos conocimos en el cuartel, ambos íbamos en misión  de paz, sin embargo, en uno de sus arrebatos de protagonismo, Steve se había ofrecido a salir a por provisiones teniendo la nefasta suerte de que estallara una mina debajo de las ruedas del vehículo que conducía, destruyendo parte del fuselaje blindado. Él era el único ocupante y estaba muy grave.
-¡Espere soldado!
-Sí, señor.
-¿Ha visto la sangre que corre por sus venas?
-Claro, señor. Fui yo quien le encontré moribundo en la carretera, el que le trajo hasta aquí.
-Aunque le parezca obvia la pregunta, respóndame soldado. ¿De qué color es la sangre de Steve?
-Roja, mi general.
-Eso es lo primero que aprendemos en cuanto llegamos aquí. El color de la sangre. En todos es la misma. Y desde luego, no es azul. Se pondrá bien. Recemos para ello pues..
Beatriz Casaus 2011 ©

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