Cuando era pequeña no sabía distinguir entre lo tuyo y lo mío, mis juguetes eran tus juguetes.
Cuando era pequeña, no me comparaba con nadie. Ni siquiera tenía conciencia de ello porque no había aprendido el término “mejor que”o “peor que”.
Cuando era pequeña el mundo era lo que yo quisiera que fuese y los problemas se solucionaban con una sonrisa.
Cuando era pequeña, me reía tanto, que cada vez que lo hacía me dolían los mofletes.
Cuando era pequeña, no tenía conciencia del tiempo y vivía en un eterno presente.
Cuando era pequeña, me daba igual la opinión de los demás. No proyectaba mis miedos sobre nadie. Ni mi propio valor sobre ninguna pareja. No sabía que mi cuerpo debiera ser perfecto para gustar a alguien, o a la sociedad. Amaba a mi cuerpo tal y como era.
Cuando era pequeña, ponía nombres a los árboles y hablaba con ellos mientras los regaba y les acariciaba.
Cuando era pequeña, no existían límites para mí más que los marcaban mis padres para llegar a casa.
Cuando era pequeña, lo único que me apetecía era jugar constantemente. Y en realidad eso es lo único que hacía.
Cuando era pequeña, mis muñecos estaban vivos y dormía con todos ellos para que ninguno se enfadara. Les leía cuentos y representábamos obras de teatro. Tenía muchos peluches y barriguitas, pero ninguna barby.
Cuando era pequeña, me movía por mi intuición y siempre decía lo que pensaba. Cuando no me gustaba algo se notaba. Si lloraba, se enteraba todo el vecindario. Y cuando chillaba de alegría, también.
Cuando era pequeña, no distinguía a nadie por el color de su piel, raza, estatus social, género o nacionalidad. Para mí todos eran iguales y me atraían especialmente la gente de raza negra. Mi rey mago favorito siempre fue Baltasar. Me parecía el más simpático.
Cuando era pequeña, las cosas con las que ahora pierdo el tiempo, antes no eran importantes. Yo sólo quería estar con mis amigos y con mi familia y para hacer un amigo sólo tenía que preguntarle si quería jugar conmigo.
Cuando era pequeña, las cosas eran más sencillas: cuando tenía sueño dormía. Si tenía hambre, comía. Si tenía ganas de dar un abrazo, lo daba. No necesitaba decir a nadie que le quería, lo demostraba constantemente acurrucándome a su lado o dándoles la mano.
Cuando era pequeña, no tenía que dormir para soñar. Sólo tenía que imaginar.
Cuando era pequeña cantaba todo el tiempo, bailaba sin parar y me ensuciaba. Hacía dibujos en las paredes, en las mesas y se los enseñaba a los mayores como si fueran auténticas obras de arte.
Cuando era pequeña, un simple paseo por un campo en construcción era un viaje de aventuras por tierras desconocidas.
Cuando era pequeña, me gustaban tantos chicos como los dedos de mi mano. Y si me preguntaban quién me gustaba más, yo no me ponía colorada al responder que todos a la vez.
Cuando era pequeña, jugaba con los animales y les reconocía como mis amigos incondicionales. Tuve pájaros, un polluelo y un perro y los quería como a mis hermanos.
Cuando era pequeña se me daban mal las matemáticas, porque entendía que el mundo no era un lugar cuantitativo sino cualitativo.
Cuando era pequeña, los días, significaban hacer cosas divertidas. Los días lluviosos también lo eran, porque podía jugar con mi hermano en casa.
Cuando era pequeña, no sabía que algún día todo acabaría, porque sabía que si yo existía, era imposible dejar de hacerlo.
Me he hecho tan adulta que me he llenado de muchas ideas equivocadas en la cabeza. 1984 no sólo fue el comienzo de lo que me han enseñado estos años, sino el recuerdo de que una vez, fui un pequeño ser sabio.
Beatriz Casaus 2011 ©
(“-¡Buenos días! -dijo el principito.
-¡Buenos días! -respondió el guardagujas.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó el principito.
Clasifico a los viajeros por paquetes de mil, dijo el guardagujas, y despacho los trenes que los llevan, tanto a la derecha, como a la izquierda.
-¡Buenos días! -respondió el guardagujas.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó el principito.
Clasifico a los viajeros por paquetes de mil, dijo el guardagujas, y despacho los trenes que los llevan, tanto a la derecha, como a la izquierda.
Y un tren rápido iluminado, rugiendo como el trueno, hizo temblar la cabina de las agujas.
-Llevan mucha prisa -dijo el principito-. ¿Qué buscan?
-Hasta el hombre de la locomotora lo ignora -dijo el guardagujas.
Y un segundo rápido iluminado rugió, en sentido inverso.
-Hasta el hombre de la locomotora lo ignora -dijo el guardagujas.
Y un segundo rápido iluminado rugió, en sentido inverso.
-¿Ya vuelven? -preguntó el principito.
-No son los mismos -contestó el guardagujas-. Es un cambio.
-¿No se sentían contentos donde estaban?
-Nadie está nunca contento donde está -respondió el guardagujas.
-No son los mismos -contestó el guardagujas-. Es un cambio.
-¿No se sentían contentos donde estaban?
-Nadie está nunca contento donde está -respondió el guardagujas.
Y rugió el trueno de un tercer rápido iluminado.
-¿Van persiguiendo a los primeros viajeros? -preguntó el principito.
-No persiguen absolutamente nada -le dijo el guardagujas-; duermen o bostezan allí dentro. Únicamente los niños aplastan su nariz contra los vidrios.
-Únicamente los niños saben lo que buscan -dijo el principito. Pierden tiempo por una muñeca de trapo y la muñeca se transforma en algo muy importante y si se la quitan, lloran…
-¡Qué suerte tienen! -dijo el guardagujas.”
-No persiguen absolutamente nada -le dijo el guardagujas-; duermen o bostezan allí dentro. Únicamente los niños aplastan su nariz contra los vidrios.
-Únicamente los niños saben lo que buscan -dijo el principito. Pierden tiempo por una muñeca de trapo y la muñeca se transforma en algo muy importante y si se la quitan, lloran…
-¡Qué suerte tienen! -dijo el guardagujas.”
EL PRINCIPITO, Antoine de Saint-Exupéry)
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