Cuando las serpientes aprietan más mis pies,
los fieles corderos balan desconsolados
apelando a los corazones mansos.
Expulsada de la manada uniforme
reconozco que se celebran cacerías
contra presas indefensas.
Bajo la influencia del
fulgor de la luna
los aullidos se trocan en llantos nocturnos,
pero no le tengo miedo a la noche,
pues soy yo la única fiera
a la que debo temer.
He lavado mis pensamientos
en ríos de verdad,
y aún así puedo resultar mortal
al enemigo venenoso.
Esta libertad es belleza
y es el único credo que sigo a rajatabla.
El bosque es un desierto que no sabe que lo es,
y los árboles, en realidad están huyendo.
Sólo el suave viento que se alza ante mí
se lleva las dudas de mis dientes afilados.
En la cueva soy errante en mi sombra
mientras le aúllo al invierno
para seguir hibernando.
La nieve ha envuelto al bosque en blancura
y las víboras no le sobreviven.
No permite recordar que la hierba existe,
sin embargo está ahí,
bajo el espesor blanco,
aunque no se vea.
Como un lobo entre serpientes,
mientras los corderos sigan balando
te recito:
“El silencio más especial
es aquel que precede a tus palabras.
Sólo deseo recostarme sobre ti
y llorar en tu cobijo”.
Beatriz Casaus 2012 ©
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