"¡No renuncies jamás a tus sueños, los cuerdos nada saben del sueño admirable de un loco!" Charles Baudelaire. ¡¡FELIZ 2013 PARA TOD@S!!
Que tengáis un año original, lleno de optimismo, fuerza, y
sobre todo cargado de tres palabras tan importantes que deberían convertirse en
nuestro mantra: Amor, paz y salud. Y que todos fluyamos con el cambio alegremente… ;)
“Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano es intentar sacarde la cabeza aquello que no sale del corazón”.Mario Benedetti.
Mito del rapto de Perséfone (o mito de la primavera)
Un día, Perséfone, hija de Zeus y Deméter, estaba tranquilamente recogiendo unas flores junto a sus hermanas y sus amigas las ninfas cuando de pronto, la tierra se abrió con una enorme grieta de la que emergió Hades, hermano de Zeus y dios de los Infiernos, llevándose consigo a Perséfone. Su madre Deméter, diosa de la fertilidad, el trigo y las cosechas, comenzó a vagar triste en busca de su hija, y la tierra se volvió estéril con su pena. Zeus, viendo sufrir a su mujer, le pidió a su hermano Hades que devolviera a su hija. Sin embargo Hades, listo como pocos, por ello era el dios de los Infiernos, le había dado de comer a Perséfone un grano de granada, y todo aquel que probara un bocado de cualquier cosa en el Infierno, quedaba siempre obligado a permanecer allí. Zeus, preocupado por la esterilidad de la tierra acordó con Hades que al menos Perséfone pasara parte del año con su madre Deméter en la tierra y otra parte, con él en los infiernos. Esos serían los seis meses al año en los que la tierra es fértil, el periodo de la primavera, y otros seis meses en el submundo, en el que el invierno taparía las cosechas
Crónica de una obsesión
Le fascinaba mirarle a los ojos mientras hacían el amor. Se deleitaba observando cómo sus movimientos le hacían retorcerse de placer y se esforzaba en no apartar su mirada de él para no perderse ni un ápice de su disfrute, darle gozo le reportaba tanto o más satisfacción que el suyo propio. Era un espectáculo tan irresistible para ella, como el que resultaba para los dioses griegos ver a las jóvenes muchachas recolectar narcisos. La intensidad y la pasión envolvían las sábanas y sus dos cuerpos estaban borrachos de deseo. Le daba vergüenza desnudarse delante de él y lo hacía bajo un arranque de valentía que previamente unas copas de vino añejo le habían aportado, pero siempre con las luces apagadas, para no dejar entrever lo que a ella le parecían imperfecciones. Su busto no era lo grande que deseaba y su figura no era esbelta, precisamente. En esos meses había perdido unos cuantos kilos, pero aún su masa corporal estaba por encima de su peso ideal, y aquella nimiedad le acomplejaba porque sabía que él siempre había estado con mujeres muy bellas y bien dotadas de atributos sexuales, a veces incluso de plástico. Sin embargo, a él parecía no importarle ni en lo más mínimo aquel detalle, pues se volvía loco en su sólo presencia y sus manos, eran demasiado curiosas y juguetonas como para dejar espacio para el pudor. De la noche a la mañana, se habían convertido en expertos el uno del otro, en amantes que por naturaleza animal, practicaban a menudo su romance. Aún no podía creer que un chico como él, con tanto éxito entre las mujeres y que podía estar con cualquier mujer más guapa que la media, estuviera encandilado con ella. Es cierto que era una chica mona, pero siempre se había considerado del montón y nunca había estado con alguien que tuviera un cuerpo tan parecido a un adonis. Estaba feliz como una niña con un juguete nuevo y a la vez ansiosa, pues se pasaba los días tachándolos en el calendario para recibir su llamada.
Pronto la atracción que condujo al deseo y que llevó a la pasión, dio paso al enganche y el enganche, irremediablemente a la obsesión. “Cuando un hombre nota que suspiras por sus huesos es cuando se vuelven indiferentes hacia ti”. Le había repetido su tía, que seguía soltera por decisión propia, una vez cuando le había visto llorar por algún tema sentimental. No podía evitar quererle, aún sabiendo que no le había prometido nada, sino más bien al contrario. Desde el comienzo dejó claro que no quería una relación y que aquello era esporádico. Sin embargo, los sentimientos a veces son como terremotos que agitan y difíciles de manejar y controlar. Las llamadas fueron siendo cada vez menos frecuentes y cada vez, más distanciadas en el tiempo. Aquella indiferencia le llevaron a un estado de tristeza, porque en todo ese tiempo su felicidad había dependido exclusivamente de él y de sus citas. Así, y sin pretenderlo, había empezado su viaje al “Gran Abajo” como le pasó a Perséfone en su rapto. A los dos meses de no tener ningún contacto con él, se enteró por casualidad de que se estaba viendo con otra chica. Inmediatamente, aquella anónima se había convertido en su enemigo número uno. Sentía celos a la par que envidia por ella, cuando se había pasado la vida proclamando a sus allegados que “no era una chica envidiosa y mucho menos celosa”.
Al mismo tiempo sentía resentimiento hacia él y más que amarle, le quería para ella. Todas estas emociones la llevaron a su propio infierno particular. Su humor se había agriado y quería estar sola la mayor parte del tiempo. Pasaron los meses, llegó la navidad y un día y de manera fortuita, leyó unos versos de una coach llamada Itziar Azkona que se publicaba en el periódico y que decía lo siguiente: “Mientras mi corazón palpite por alguien es que es grande mi sueño y elevado mi destino”. Desde ese momento su visión comenzó a cambiar. Aquellos versos dieron valor a lo que ella sentía. Se dio cuenta que debía aceptar sus sentimientos pero no ser una presa de ellos y que en consecuencia, los demás no eran los culpables. En realidad, estaba aprendiendo sobre la paciencia y la aceptación. Aprendiendo a que no siempre todo ocurre cómo y cuando uno desea y a responsabilizarse de sus sentimientos negativos en silencio, en solitario, pero con honor. A manejar la situación y darle una salida más elevada. Puede que él nunca se hubiera enamorado de ella, pero ella sí de él y sus sentimientos eran dignos y muy respetables. Comprendió, que la obsesión no es suficiente para mantener a dos personas juntas, como no lo es en algunas ocasiones, el propio amor.
"In order
to reach the truth, it is necessary at some point in one’s life, to rid oneself
of all the opinions one has received, and to rebuild one’s entire system of
knowledge from the very foundations". (René Descartes)
No pegábamos en nada y sin embargo me negaba a admitirlo. Discutíamos
por todo: sobre política, sobre mi forma de vestir tan diferente a la de su
aspecto de niño bien, sobre mis peculiares ideas para intentar arreglar el
mundo a las que él tildaba de comunistas, por el estilo de vida que cada uno
llevaba, por nuestros antagónicos gustos musicales, pero sobre todo,
discutíamos por todas aquellas mujeres a las que él veía a escondidas. Debido a
eso, yo estaba a la que saltaba y se lo recriminaba cada vez que me venía a la
memoria, la mayoría de las veces sin venir a cuento. Se empeñó en beber dos
whiskys más y a eso de la una empezó a desbarrar y a decir sandeces. Le dije
que se fuera a dormir pero no me hizo caso alguno, esa noche estaba como enloquecido.
En la barra había una chica muy mona que flirteaba
abiertamente con dos chicos. En un alarde de feminidad y conocedora de que
estaba siendo observada, la chica se levantó del taburete en donde estaba sentada
y moviendo suntuosamente sus curvas se dirigió al baño, para recreación de sus
dos acompañantes quienes la contemplaban detenidamente alejarse. Él se la quedó
mirando embobado de forma descarada y yo comencé a sentir unos celos tremendos
que me subían desde el estómago y que me tragaba para que no explotaran a medio
camino entre mi pecho y la garganta y saliesen en forma de gritos. Sentía celos
por aquella chica, por su cuerpo, o por lo que fuera que a él le hiciera
mirarla de aquella manera. Fue en ese momento cuando me di cuenta de todo.
Observándola desaparecer tras la puerta del aseo unas preguntas llegaron a mi
cabeza: ¿Por qué las mujeres envidiamos la
belleza de otras mujeres? ¿Por qué no envidiamos el trabajo, la creatividad o
la inteligencia como hacen los hombres? Es como si percibiéramos la belleza
de otra mujer como un peligro hacia nuestra pareja. ¡Qué gilipollez! pensé para mí. Aquella chica había generado en mí
una interpretación falsa de amenaza cuando en realidad aquello sólo fue una
creación mental mía a la que casi respondo como si fuera una amenaza real física.
En realidad, esa chica no era el problema entre él y yo, ella no tenía culpa
alguna de que estuviera tan buena y de que él se fijara en su cuerpo. El
problema residía en él y la pregunta era
si yo quería estar con alguien así: tan pendiente del físico de otras mujeres,
que no me valoraba, y que además tuviera la necesidad de acostarse con
cualquiera a la primera de cambio. La respuesta me vino a la cabeza de
inmediato y de forma rotunda: desde luego
que no.
En ese momento cogí mi bolso, me levanté decidida y le miré
a los ojos fijamente mientras le dije que no me merecía eso. Él entró en cólera
y me agarró del brazo con fuerza para no dejarme ir mientras me gritaba que
estaba loca y que mis celos eran patológicos. Una hora después, su mejor amigo vino
a buscarlo para llevárselo a casa. Hacia las cinco de la mañana me llamó por
teléfono para decirme que estaba muy mal y que me echaba de menos. La historia
se repetía ad infinitum. Por las noches bebía, desfasaba y cuando se le pasaba
el pedo se acordaba de mí. Poco a poco el amor ciego que sentía hacia él se transformó
en una mezcla de odio por todo el daño que me hacía y un ligero sentimiento de
benevolencia por encontrarle tan perdido. Debido a sus súplicas, accedí a verle
al día siguiente sin ninguna gana. Quedamos en el mismo bar. Se pasó horas
hablándome y lo volvía a hacer con el intermediario de un vaso de whisky en su
mano, repitiéndome de forma consistente que me quería y que nunca había sentido
nada parecido por ninguna otra mujer. Esa fue la última vez que le vi antes de
mi ataque. Con él tenía activado de forma habitual mis mecanismos de
supervivencia en todos los sentidos. A partir del instante en que pisé el
hospital no volví a responder a ninguna de sus llamadas.
El doctor que me atendió me explicó que cuando se activan
los mecanismos de supervivencia, también conocidos como estrés, el corazón
puede trabajar cinco veces más que en estado normal y que esa anomalía repetida
de forma continuada, acaba generando patologías cardíacas. Aquel doctor resultó
ser un filántropo y conmovido ante mi sufrimiento se ofreció a hacerme una
confesión con el único requisito de que yo también debía hacerle una, ya que
según él, todo en la vida era un intercambio, así que accedí y me dijo: “Las heridas emocionales cuestan mucho
esfuerzo y mucho trabajo en repararse. Por eso pongo toda mi intención en ser
amable y gentil con las personas que me rodean y a rodearme de aquellas
personas que también sean así conmigo”. Esas palabras me removieron por
dentro y las conservé desde entonces como un regalo. En ese momento no le
encontraba sentido a mi sufrimiento, mi corazón estaba roto y enfermo y lo que
era peor, mi corazón físico también lo estaba. Yo había hecho muchas
confidencias a lo largo de mi vida y no se me ocurría ninguna para contarle en
aquel instante, pero indagando un poco en silencio, recordé la única que nunca
había tenido el coraje de admitir a nadie y que aquel doctor desconocido iba a
ser el elegido de escuchar: “Yo he sido demasiado
dura conmigo misma durante todo este tiempo y demasiado blanda, para rodearme de
personas como él”.
Estamos siendo envenenados con tantos premios, tantas
medallas.
Ser el mejor en todo, encadena a la quimera del patrón de
perfección.
El éxito se mide por títulos, por números, por hechos
cuantificables cuando a mí, solo me une una sonrisa, me mueve una caricia y me colma
un abrazo. Ese es mi éxito.
Entre los que compiten, sólo hay un uno y un otro,
separados por la coma, el punto y el punto y coma. ¡Stop!.
A la que me descuido me pisan el cuello, para demostrar que
son mejores que yo.
Un hecho verídico: en mi huerto no crecen medallas ni
trofeos, sino hortalizas.
Ser el mejor no se cultiva. Ser la mejor expresión de uno
mismo, sí. Sin competir.
(No estoy aquí para ser el mejor en nada… no me considero
tan importante).
Estoy aquí para cumplir mi misión. Mi propio éxito.
Por último y para terminar os dejo un regalito, el link del programa de radio "Coordenadas" de RNE3 que en esta ocasión hablan de TEDx (en analogía a las conferencias TED que se hacen en California con mensajes innovadores y motivadores para un público inquieto) TEDx es su homónimo pero en Europa. Merece la pena escucharlo, este programa está genial, ¡disfrutad el puente! : http://www.rtve.es/alacarta/audios/coordenadas/coordenadas-antes-morir-03-12-12/1600346/