sábado, 12 de octubre de 2013

Animadversión a lo mejor


Desmitificar la idea de que algo o alguien es mejor que otra cosa o persona es un arduo trabajo. Estamos acostumbrados a catalogarlo todo, incluido al género humano, reduciendo nuestro objetivo a convertirnos en lo mejor y a querer destacar por encima de los demás. De ahí las continúas listas que nos bombardean en todos los ámbitos de nuestra vida.
Sin duda, vivir sin buscar la fama, el reconocimiento o el dinero, es sinónimo de calidad y de personas que basan su criterio más allá de su propia estima o del propio dinero y no como hacen la mayoría de los escritores, pintores, directores de cine, actores y guionistas actuales que priorizan lo primero ante todo. Si la fama llega o el dinero llega, bienvenido sea, pero que no sea el único propósito y por supuesto, no es sinónimo de ser mejor que alguien que no lo ha conseguido.

Hay personas que no buscan ni han buscado tal finalidad. Véase el caso de José Luis Sampedro quien aún teniendo la posibilidad de vanagloriarse en vida eligió vivir de forma modesta mientras sus colegas de profesión se mofaban de él por tal decisión. Incluso, a sabiendas de que su muerte podría convertirse en un acto mediático, pidió a sus allegados que no publicasen la noticia hasta que hubieran sido exhumados sus restos y así evitaría la mitificación de su persona y toda la parafernalia del espectáculo una vez muerto, como suele pasar.

Otros ejemplos son Jorge Luis Borges, quien decía que se sentía orgulloso de que no le hubieran otorgado el Nobel de Literatura porque así estaba en la misma lista que Kafka o Proust quienes no lo habían recibido tampoco. O el propio Jean Paul Sartre, que rechazó el prestigioso premio en 1964 y en una entrevista a una revista francesa aclaró su gesto:

"¿Por qué rechacé ese premio? Porque estimo que desde hace cierto tiempo tiene un color político.

Si hubiera aceptado el Nobel (y aunque hubiera hecho un discurso insolente en Estocolmo, lo que hubiera sido absurdo ) habría sido recuperado. Si hubiera sido miembro de un partido, del partido comunista, por ejemplo, la situación hubiera sido diferente. Indirectamente hubiera sido a mi partido que el premio habría sido discernido; es a él, en todo caso, que hubiera podido servir. Pero cuando se trata de un hombre aislado, aunque tenga opiniones "extremistas" se lo recupera necesariamente de un cierto modo, coronándolo. Es una manera de decir: "Finalmente es de los nuestros". Yo no podía aceptar eso.

La mayoría de los diarios me han atribuido razones personales: estaría herido porque Camus lo había obtenido antes que yo...tendría miedo que Simone de Beauvoir se sintiera celosa, a lo mejor era un alma bella que rechazaba todos los honores por orgullo. Tengo una respuesta muy simple: si tuviéramos un gobierno de Frente Popular y que me hubiera hecho el honor de discernirme un premio, lo habría aceptado con placer. No pienso para nada que los escritores deban ser caballeros solitarios, por el contrario. Pero no deben meterse en un avispero.

Lo que más me ha molestado en este asunto son las cartas de los pobres. Los pobres para mí son las personas que no tienen dinero pero que están suficientemente mistificadas para aceptar el mundo tal cual es. Esa gente forma legión. Me han escrito cartas dolorosas: "Deme a mí el dinero que rechaza".

En el fondo lo que escandaliza es que ese dinero no haya sido gastado. Cuando Mauriac escribe en su agenda: "Yo lo hubiera usado para arreglar mi cuarto de baño y el cerco de mi parque", es un maligno: sabe que no provocará ningún escándalo. Si hubiera distribuido ese dinero habría chocado más a la gente. Rechazarlo es inadmisible. Un norteamericano ha escrito: "Si me dan 100 dólares y los rechazo, no soy un hombre". Y además está la idea de que un escritor no merece ese dinero. El escritor es un personaje sospechoso. No trabaja, gana dinero y puede ser recibido, si lo quiere, por un rey de Suecia. Eso ya es escandaloso. Si además rechaza el dinero que no ha merecido, es el colmo. Se considera natural que un banquero tenga dinero y no lo dé. Pero que un escritor pueda rechazarlo, eso no pasa.

Todo esto es el mundo del dinero y las relaciones con el dinero son siempre falsas. Rechazo 26 millones y me lo reprochan, pero al mismo tiempo me explican que mis libros se venderán más porque la gente va a decirse: "¿Quién es este atropellado que escupe sobre semejante suma?". Mi gesto va pues a reportarme dinero. Es absurdo pero no puedo hacer nada. La paradoja es que rechazando el premio no he hecho nada. Aceptándolo hubiera hecho algo, que me habría dejado recuperar por el sistema".


 Nada es mejor que otra cosa, ni nadie es mejor que otra persona. Las listas forman parte de una absurda obsesión. La diversidad es lo único que hay, calificar según una escala no suma, en realidad reduce. Reduce porque deja de lado injustamente a una mayoría, basándose en los criterios personales y subjetivos de quien fabrica esas listas. Propicia el enjuiciamiento y arraiga la idea de competitividad en la sociedad. Esto también, es sólo una opinión más, así que la podéis tomar en consideración o no. Pero muchas gracias por leerme.

Beatriz Casaus 2013 ©


Gozo de no ser mejor

El mejor trabajador del año,

la mejor periodista de la televisión,

el más acertado científico,

el más prodigioso atleta,

el mejor bailarín de la compañía,

la cantante del año,

el más rico del mundo,

la canción de la década,

la empresa que más beneficios ha adquirido,

la mejor vestida de entre todas las famosas,

el mejor cuerpo del verano,

la sonrisa del año,

el más alto de la clase,

la más guapa del mundo,

el mejor amante,

el premio nobel al mejor escritor del año,

el político del milenio,

el óscar a la mejor película,

los premios, el reconocimiento,

el mejor, la mejor, el más, la más.

 
Me agotan los sufijos -ísimo, -ísima.

 
Lo mejor que he hecho

ha sido darme cuenta

de que nunca he hecho nada mejor

que nadie.

 
Bienvenido al reposo de quien canta, ríe, baila, escribe,

por el simple gozo de hacerlo.

 
Beatriz Casaus 2013 ©

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