"Tú mismo, tanto como cualquier otro ser en el universo entero, mereces tu propio amor y afecto" (Buddha)
"Ama al prójimo como a ti mismo" (Jesús de Nazaret)
A mí
Me adentré en la indomable indefensión de ser yo.
Descubrí que soy lo que queda cuando quedo desprovista de
capas de opiniones, prejuicios y de todo lo aprendido que se supone se debe
ser.
Se me había quedado pegado formando una segunda piel.
Durante tanto tiempo me había identificado con ello y
olvidado de mi verdadera esencia.
Dilatando el inconmensurable intento de ser la mejor versión de hija, amiga, novia, hermana, pero no podía, porque para eso primero tenía que ser la mejor versión de mí.
Y ni tan siquiera sabía quién era yo. También era importante.
Estaba condenada primero a pensar en los demás.
Atrapada en las buenas acciones con otros que se habían convertido en obligaciones.
Me cansé de mirar siempre otros ojos.
Si tengo que amar a todos, yo también estoy dentro de ese todos, pensé.
Un día cerré los ojos y me vi. Por primera vez me encontré.
Ahí estaba yo, en medio de esa oscuridad.
Y hacía frío en mí.
No me había mirado nunca.
En esa quietud escuché lo que me decía mi corazón y el corazón nunca miente.
Esa era la oportunidad de conocerme.
Empecé a resonar con la frase “soy suficiente”.
Tenía que estar para mí como había estado para otros.
Comprobar cómo estaba mi energía, sentimientos, darme mi espacio.
Anteponer mis necesidades a los deseos de los demás.
Cultivar una preciosa relación conmigo misma.
Escuchar mis propias palabras.
Está bien ser yo. Ser vulnerable y sensible está bien. Todo está bien.
El amor entonces estaba justo ahí al lado, rasgando la superficie. Anhelando ser encontrado.
Abracé mi sombra y mi luz resplandeció.
Elegí amarme.
Al fin y al cabo,
al final del día,
soy lo único que tengo.
Beatriz Casaus 2020 ©
No hay comentarios:
Publicar un comentario