"¿Estás seguro de que estamos despiertos? me parece que aún dormidos, soñamos" (Sueño de una noche de verano, William Shakespeare)
Sueños de una mañana
se acercan en la misma posición celeste
en la que sale el sol.
No es el zénit lo que acaricia el deseo,
sino lo diametralmente opuesto.
Su nadir, me atrae más y me embarca
en dulces ironías
flotando como el aire
enmarañado de pensamientos.
Se acerca esa marejada,
su mirada oculta y perdida
en los albores de mi memoria.
Allí donde caen los recuerdos al ser olvidados.
Todo lo recoge ese sol del horizonte,
se lo lleva el recuerdo palpitante.
Voy construyendo los pasos en libertad
mientras me levanto sola en esta habitación,
donde se han perdido los gemidos de un placer lejano.
Ya no me levanto por las noches
a contemplar las vísceras de los días caídos.
Los ojos me pesan como losas cargadas de costumbres.
Vivo sin esperar nada a cambio.
Vivo, por si pueden cambiar las cosas.
Las esperas nunca han sido lo mío
y sin embargo son mi mejor costumbre.
Es la noche la que me acoge
entre sus infatigables brazos de descanso.
Allí me puedo derrumbar si quiero
y ser un huésped en mi propia casa.
Lo más lejano del punto opuesto,
brillante, luminoso, soy,
porque no puedes ser amanecer
sin haber tocado el ocaso.
El mismo punto conecta entre una y otra cosa.
Es el declive del éxito lo que hace saborear la gloria.
Aguas bravas empapan los tiempos
en los que los soñadores
mirábamos por la ventana.
Todo es cuestión de intención.
Qué alimentar en los castillos
que cada uno se ha construido.
Las noches más oscuras acompañan
a las mañanas más luminosas.
Luces y sombras son la misma cosa.
No hay nada más placentero
que adentrarse en el propio hecho
de perderse para saber tu procedencia.
Solo los valientes caen para levantarse,
los que indagan en las profundidades
para conocer las superficies
con soberana facilidad y desapego.
Todo llega cuando estás más lejos de algo.
Vuelve,
para tocar los oscuros espejos del nadir.
Robados de esperanza y consuelo.
De esa esperanza
de llegar a lo alto
para saborear el suelo.
Beatriz Casaus 2022 ©
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