Me siento muy agradecida por vuestras lecturas. Por cada palabra leída que os haya evocado imágenes lejanas de la cotidianidad y hayan hecho caer el fino velo que existe entre el mundo de la poesía y el real, porque en el primero, todo es posible.
Solo la imaginación da alas para volar. Y a mí la imaginación me ha ayudado tanto...
El verdadero éxito es conquistarse a uno mismo. Dominar, o al menos aprender a gestionar las emociones y empaparse de amor.
Gracias a la poesía, uno está más cerca de eso.
Abrazos.
Cuerpos
El silencio
imita losas de labios cerrados
corrompidos
por miradas dormidas
en un final que ya estaba
escrito
desde el principio.
Se repite el confinamiento,
esta vez de una mente
aprisionada en un cuerpo.
Como un esbozo
de un trazado mejor,
y un calabozo sin rejas.
Percibo cuerpos líricos
anidados
con lo inefable.
Vivir entre sus límites
es comprender
las fronteras desde dentro.
La lejanía de llegar a comprenderse
cuando se tarda una vida entera.
Y mientras inseguridad,
más dudas,
o más cansancio.
Liviana
formada
la sapiencia de un estado
más grande de conciencia.
Ser un sujeto sutil,
ser,
un fragmento
de un tapiz
o una célebre imagen
con la que se forma
una misma
alma.
No hay guía
con rutas jalonadas.
La misma sepultura
entierra sueños,
desafíos,
gravedad
y los transforma
en simples ilusiones
que se hacen innecesarias
en el ahogo
de los años.
Los niños crecen,
los adultos,
envejecen.
Sus enemigos
son ellos
mismos
en su afán de amar a otros
quedan abandonados
en horas desiertas.
Levantan
cuerpos vacíos,
los inmortalizan
para la mente fidedigna
de un parámetro perpetuo.
Recordar
que nunca se podrá
dejar de nacer
o descubrir
que se nace
para dejar ir.
Pocos saben erigir
bases sólidas
sobre corazones edificables.
Los corazones no bombean
solo reparten ganas.
La mayoría se construyen
bajo un interés
tan indómito
como famoso,
la felicidad.
Pero esta se escabulle
entre los dedos
que tratan de retenerla,
solo existe
detrás de nuestro
rincón secreto.
Sentidos hablan
de realidades individuales.
Se oyen
mentiras,
se ven atrocidades,
se tocan sin sentir,
no saborean
la verdad
ni se percibe el amor
con el
cerebro.
Una montaña blanca
de deseos
que se sacrifican por una vida
conveniente.
Antes de ser clavados
sobre un suspiro sin aliento.
Estos, no son casas,
son ataduras de hábitos
que con en el transcurso
de los años,
pierden hasta la capacidad
de vivir.
Son como campanas
que resuenan
con los daños de otros,
como un rezo quebrado,
atado al dolor
que alguna vez
se causó.
Beatriz Casaus 2023 ©
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