lunes, 22 de enero de 2024

Enero

 

“Maybe…you´ll fall in love with me all over again.” (Ernest Hemingway)


Este fin de semana he estado de viaje con mi pareja para celebrar su cumpleaños, por eso no he podido hasta ahora colgar este poema que he escrito para él. Vamos camino de 12 añitos de amor, qué afortunada soy... 

Un abrazo.


Enero

 

Me llevo mi amor a todos lados,

a todos los mundos si es necesario.

Nada queda libre en mí

si no es por amor al amor.

 

Soy adalid de un sentimiento

edificado dentro de mis muros.

Más fuerte que una montaña de mar.

Intocable y encomiado al vacío

de saltar a tus brazos.

Y más, que un instante cortado

con una pluma del alma.

 

El agua se ha llevado la fresca indulgencia

y ha dejado los sedimentos

de lealtad y apreciación mutua.

 

Él nació en pleno invierno

y yo aprendí a vivir dentro de su frío.

Nosotros, somos verano juntos.

El primero y el último mes el uno del otro.

 

Hemos expiado las ruinas

que otros nos dejaron.

Nos queda la resaca del amor celebrado

sin necesidad de un matrimonio

que lo estropee.

Es la manera de vivir amando

la que hemos elegido.

Pocos se atreven a tan grande desafío

y perder la costumbre

de amarse solo a uno mismo.

 

Nací con un corazón pequeño

que se me ha ido ensanchando

con los años de amor.

La mano con la que te acaricio

es la misma que escribe tus logros a mi lado.

La que pernocta sin descanso

para escribir el infinito azul.

 

Eres el sol de enero.

El ocaso nos recuerda

que nos queda otro año por delante

para disfrutarnos.

 

Llegaremos a mirar el vuelo del viento

desde el hueco de estos zapatos,

caminando hacia la luz

que anidan los versos

y se viven los latidos

compartidos.


El amor, es la verdadera palabra mágica,

es el “abracadabra” de la realidad.

 

Beatriz Casaus 2024 ©




miércoles, 3 de enero de 2024

Dibujo roto

 

“Sería tan sencillo encontrar la calma en el mundo de la imaginación. Pero yo siempre he tratado de vivir en los dos mundos al mismo tiempo y no abandonar uno de ellos por culpa del otro.” (Milan Kundera)

Esta frase la dijo el escritor checo Milan Kundera, autor de “La insoportable levedad del ser”. Me siento identificada con este escritor, quien como yo, tenía fascinación por el vínculo imposible entre fantasía y lucidez. Aquellos quienes vivimos en dos mundos a la vez: el real y el imaginario. Este cuento-relato-poesía de verso libre es un ejemplo de ello. ¡Un abrazo!

 

Dibujo roto


Fue cuando ella le apartó el pelo de la frente. 

Le gustaba observarle sin perderse ni un ápice de su imperfecta simetría.

Sus hoyuelos, antes de existir, habían sido primero soñados por los ángeles y después, 

se habían hecho carne gracias al lápiz invisible de la ternura de una madre que le parió con mucho amor.

En aquella sonrisa se disolvían los deseos de escaparse. 

Todo él era el tapiz del cielo para perderse.

Pareciese, que con solo tocarle, se fuera a desvanecer de unos dedos esquivos y no merecedores del 

éxtasis del universo.

Aquella mirada era la causa exacta para perder el juicio. Causaba rubor y pasión irracional a la vez. 

Y su voz, solo comparable a la inmensidad de la trascendencia.

La gracia, la elegancia y el talento, todo diseñado para una misma persona.

Así de injusto era para el resto de la humanidad. Y así de afortunado era él. 

Se podía cantar en sus formas y soñar sobre los trazos perfectos de su figura.

Sus besos eran cálidos, suaves e intensos, de la misma naturaleza que la eternidad.

No sentía que estuviera exagerando ni que fuese idolatría, 

sino que estaba siendo meridianamente justa ante la encarnación de la magia de la alquimia

 materializada.

Sabía que solo se trasciende aquello a lo que se puede ofrecer gratitud 

y ella sentía gratitud por cada respiración a su lado.

Así que su paso por la certeza del cielo existía. 

Era él su sueño, su obsesión y sus pensamientos intrusivos, a la vez.

Los remordimientos no le permitían olvidarse de que estaba esposada/casada.

Lo que había sido su principal logro, ahora era su mayor dolor.

Cuando le conoció, estuvo llorando sin consuelo por el sentimiento de culpabilidad. 

Ella quería a su marido y no quería hacerle daño.

Había invertido mucho tiempo en diseñar el resto de sus días compartiéndolos junto a su esposo.

Con la cercanía que regalan los años juntos, 

la seguridad del conocerse tanto como para lanzarse al precipicio de ser uno mismo 

y el consuelo de lo conocido y lo familiar.

La sensación de sentirse en casa con alguien y que con tan pocos sucede. 

Ese poso del eterno cariño de los años que engaña con una falsa seguridad.

Aunque en realidad, nada lo sea.

Sin embargo, el embrujo del enamoramiento le cautivó de tal forma, que pensó que se había vuelto loca.

No podía dejar de pensar en él y de diseñar otro futuro alternativo.

Era la razón que le hacía perder la sin razón que albergaba.

Se había convertido en fugitiva de su casa y prófuga de su esposo.

Se debatía día y noche en una lucha sin tregua entre sus más profundos y poderosos deseos 

y el ferviente uso de la razón.

La que le recordaba que tanto la diferencia de edad como una vida normativa encauzada, 

debía ser su sino.

Solo compartían viejos sentimientos. 

Le había costado mucho conseguir esa vida que tanto esfuerzo y tiempo le costó construir.

Él le agarró sutilmente del cuello. 

Ya no importaba el tiempo que les separaba de sus nacimientos.

Le recostó a su lado y los dos se fusionaron en la misma ecuación del infinito.

 Allí se quedaron largo rato, hasta gestar los deseos del fuego de las lenguas.

Se perdieron el uno en el otro, tanto y tantas veces que a ella le costó encontrarse incluso en sus carnes.

Mirarse al espejo, suponía partirse en varias mitades. 

Las de unos, las de otros, y la de ella.

Por más que lo intentó, la lucha llegó a hacerle mella a su paz. 

Y ella sabía que todo aquello que quitase paz, no era conveniente.

Se dio cuenta que no podía seguir atrapada en un dibujo abstracto, tan perfecto pero difuso a la vez. 

Más perteneciente al mundo onírico que al real.

Su marido sin embargo, era un cuadro realista. 

Lo que se veía era lo que había. 

Sin dobleces, sin profundidad, sin ilusiones y sin esperanza.

La cruda y sincera realidad, que tanto abrumaba.

Amar tanto, suponía olvidar todo lo demás. 

Pero vivir en el secreto no era para valientes, sino para locos sin corazón.

Lo amaba tan profundamente que no era capaz siquiera de calcular el fondo de ese abismo.

Le miró por última vez para recordarle bien y le dijo que se verían más tarde, 

pero ese más tarde nunca ocurrió.

Como tantas otras cosas que se dicen y no se cumplen. 

Que se quedan en el olvido marchito de las palabras difusas.

Dentro de sus fueros internos, los dos sabían que se verían en otro espacio y en otro tiempo. 

Porque sus líneas se pertenecían.

Cuando los trazados de sus cuerpos se hubieran esfumado 

y donde solo los esbozos diseñados primero por los ángeles existían.

Donde el mundo de las formas no era importante. 

El lugar donde se construían los sueños y las ideas.

Allí donde los sentimientos de dolor no existían.

En ese mundo de absoluta potencialidad, donde todo es posible, 

ellos compartirían el mismo lienzo en blanco.

Se convirtieron en el pensamiento incesante el uno del otro para siempre.

Serían su pensamiento positivo respectivamente y la causa de su dolor, al mismo tiempo.

Al menos compartieron sus trazados en una realidad opaca. 

Y la convirtieron en poesía. 

Serían, como un dibujo que no debió nunca romperse.

 

Beatriz Casaus 2024 © 





Cada día cuenta

 


¿En qué momento la gente adulta se olvidó de lo más importante? Estoy rodeada de personas que ya no saben divertirse, que están tan ocupados en sus mundos “de cifras y responsabilidades” que no tienen tiempo para reírse. Ya no bailan, cantan, crean, juegan… solo andan todo el día preocupados con el ceño fruncido. 

Todo les parece caro y se vuelven tacaños. No salen de sus casas. No les gusta socializar. Juzgan, se quejan y critican. ¿En qué momento olvidaron que la vida no se trata de eso? la alegría y el gozo no corresponde a una sola edad, es una actitud ante la vida. 

A veces he dudado si soy yo la que no madura, pero creo que tengo la suficiente madurez y responsabilidad como para pagar todas mis facturas y ser consecuente con lo que pienso. La madurez también se aplica para elegir salir del drama y el victimismo. Para elegir una actitud de alegría y amor. 

Cada día cuenta. Cada sonrisa suma. Cada acto de comprensión y empatía, llena. Cada pensamiento positivo y optimista, relaja.  Cada respiración y bendición de nuestras vidas, se debe agradecer. Y cada vez que uno se escucha a sí mismo, es feliz.  

¡Os deseo una feliz actitud nueva para este año! Y a quien ya la tenga, darle la enhorabuena por aguantar esa vela dentro de un territorio oscuro.

Beatriz Casaus 2024 ©