sábado, 9 de agosto de 2025

Seres sin prisa

 “El hombre se esclaviza por el lujo y las vanidades. Y olvida que la felicidad se encuentra en las cosas sencillas de la vida”. ("Don Quijote de la Mancha", Miguel de Cervantes)





La magnificencia imperfecta de los árboles

Hay algo en los árboles que me fascina. Puedo quedarme hipnotizada, observando su originalidad sin medida. Son una creación sagrada y paradójica: quietos, y sin embargo, inmensamente vivos. Son seres sin prisa. Su inmovilidad perpetua desborda, como si contuvieran el secreto de una paciencia infinita.

Esa libertad absoluta con la que existen...Troncos que se curvan, bordes irregulares, cortezas agrietadas como pieles antiguas, giros esculpidos por el viento, ramas que se enredan sin lógica aparente. No siguen ningún patrón estético ni obedecen formas preestablecidas.

Sus líneas parecen improvisadas, como si un artista delirante las hubiese trazado en pleno éxtasis. Son formas erráticas, casi de supervivencia, y sin embargo, contienen una armonía que no responde a ninguna ley. Como si estuvieran delineados por pura imaginación, hechos de brochazos de fantasía sin pincel ni lienzo.

Cuerpos erguidos y, al mismo tiempo, vencidos por el tiempo. Testigos silenciosos del devenir. Ramas autónomas, retorcidas por su propia voluntad. Sostenidos por raíces profundas como verdades. Quietud desafiante. Serenidad salvaje. Hojas de bordes libres. Nunca domesticados. Siempre rebeldes.

Su sencillez toca lo eterno. En cada hoja que cae, el bosque susurra su legado.

Desafían la extraña relación entre orden y caos. Son garabatos vivos, sembrados por alguna mente cósmica que decidió crear sin molde ni medida. Y crecieron, cada uno, a su manera, obedeciendo solo a su esencia.

No hay dos iguales. Cada árbol es una escultura única, un contorno irrepetible.

Parecen soñados. Mágicos. Salidos de un mundo onírico donde lo irreal, lo caótico, lo libre y lo auténtico es lo más bello que existe.

Un olivo no envidia al álamo.
Un abeto no se cuestiona su falta de elegancia junto a la acacia.
Y sin embargo, todos hacen lo mismo: levantan los brazos al cielo, en un acto de fe sin dogma, intentando fundirse con él.

Los árboles nos recuerdan la belleza de lo terrestre, de lo material, de lo imperfecto.

La imperfección más perfecta hecha forma en la naturaleza.

Por eso, su magnificencia es incomparable. Porque no puede medirse. Solo sentirse.


Beatriz Casaus 2025 ©







1 comentario:

  1. Beatriz, poetisa, naturalista....filósofa!
    Da gusto leerte.
    Un abrazo

    ResponderEliminar