“Las emociones son la guía del alma. Es una de las formas que la conciencia y el alma tienen de comunicarse. Si algo te hace sentir bien, estás en el camino correcto. Si algo te hace sentir mal, no sigas por ese camino aunque tu mente te diga lo contrario.” ("Quién eres tú y qué haces aquí. El libro de iO" de Jesús Yanes)
"Le temen al amor, porque crea un mundo que ellos, no pueden controlar." (George Orwell, en su libro "1984")
La correa invisible
El otro día, mientras paseaba a mi perrito Lolo, me di cuenta de algo que llegó a mí de forma fortuita y que me pareció una enseñanza preciosa. Hay momentos, cuando el camino está despejado y no se ve a nadie venir, en los que me gusta desatarle la correa y dejarle correr libre.
Verle moverse sin miedo, siguiendo su instinto, oliendo cada rincón como si fuera nuevo (aunque lo hayamos caminado cada día), me produce una emoción difícil de describir. Es una mezcla de ternura y una especie de alivio sereno de percibirle así de libre.
A veces, sin que yo le diga nada, él decide caminar a mi lado. Lo hace porque quiere, no porque deba. Camina junto a mí hasta que le apetece, y cuando siente el impulso, vuelve a alejarse para explorar, husmear o simplemente disfrutar de su independencia. Y en ese gesto, tan sencillo y tan natural, comprendí algo profundo sobre el amor.
Me di cuenta de que lo que sucede entre mi perro y yo se parece mucho a lo que busco en mis relaciones, ya sean de pareja, de amistad o incluso de familia. Yo no quiero amar desde la posesión, ni desde la necesidad de tener al otro atado a mí. Me gusta la libertad. Me gusta ver felices a quienes amo, plenos en su propia vida, aunque eso signifique que a veces toman caminos distintos o momentos de distancia.
Amo con locura a Lolo, lo amo como se ama a alguien que te ha enseñado a mirar la vida con ojos más limpios. Y lo mismo me pasa con las personas que quiero, pero sé que el amor verdadero no es retener, sino confiar. Que amar de verdad implica renunciar al control, al miedo, a ese impulso de asegurarse constantemente de que el otro “sigue ahí”.
El amor, cuando es auténtico, no necesita cadenas. No exige presencia constante ni vigilancia silenciosa. Quien te ama de verdad no necesita estar atado en corto: se queda porque quiere, porque su corazón ha elegido quedarse. Así como yo misma lo hago. Es paradójico comprobar, que cuanto más libertad y espacio das, más quieren estar a tu lado. Más muestran quererte, tenerte y estar a cada momento contigo. Porque lo que no se demanda, nace en el otro de forma genuina.
Creo que la felicidad y la libertad están profundamente unidas. Y esa libertad no significa desapego emocional o indiferencia, es todo lo contrario, pero de forma sana, se trata de madurez emocional. Comprender que nadie nos pertenece, y que la belleza de los vínculos está precisamente en su naturaleza cambiante, viva y humana.
Hay amores que se marchitan cuando se aprietan demasiado, y otros que florecen cuando se les da espacio para respirar. Por eso, amar, de verdad amar, es también saber soltar un poco. Es entender que el amor se fortalece cuando se confía, cuando se celebra la autonomía del otro, cuando uno se alegra de su vuelo en lugar de temer su distancia. No hay amor más grande que el de una madre hacia sus hijos. Y, sin embargo, llega un momento en que debe permitirles alejarse. Porque ese amor no se pierde nunca. Su forma más pura se expresa en la libertad que les concede. Y ese amor les impulsa.
Así como Lolo, que corre libre y, aun así, vuelve siempre. Vuelve porque sabe que este vínculo no depende de una correa, sino de algo más profundo. De una conexión invisible hecha de respeto, ternura y libertad compartida. Y quizá eso sea, en el fondo, el verdadero amor: dejar ir… sabiendo que cuando se ama, nunca se va a ningún otro lugar que no sea estar a tu lado.
De tanto amor
Yo solo quiero hablar de amor,
de esa materia inocente y prístina
que no se derrite
de tanto usarla.
En el epígrafe de vivir
hay un vacío
que se siente cercano
de tanto que acompaña.
No me interesa vivir
sino es de la mano de un otro
que me la ofrece y que creo mía,
de tanto tenerla.
El amor es baluarte
de la verdadera religión,
esa que no juzga ni ciega las obras
por sus creencias,
de tanto tergiversarlas.
Yo solo quiero hablar de amor,
del que se dobla cuando se da,
de tanto repartirlo.
Pero no todos los que aman
saben hacerlo sin que duela,
de tanto reclamarlo.
Hay amores que nacen del hambre
y otros del asombro;
los primeros se devoran a sí mismos,
los segundos permanecen,
de tanto admirarlos.
El amor también es una grieta
por donde se escapa la luz
y entra la sombra.
A veces cura,
de tanto sostenerla.
Hay quien ama como quien reza,
sin saber si alguien escucha.
Y aún así el amor responde
de tanto creer en él.
Amar de verdad, amar,
es dejar que el otro exista sin ti,
sin insistir,
más allá del reflejo,
más allá del miedo,
más allá de la idea de “mío”.
Hacer crecer el amor dentro,
como un río que ensancha su cauce
y se desborda sin miedo
cada vez que aprende a fluir,
soltando su caudal,
de tanto nombrarlo.
Y aunque duela soltar,
aunque a veces duela
y te hagas ceniza,
yo solo quiero hablar de amor,
de ese que no se agota,
de tanto practicarlo.
Recitar con el corazón,
para no manchar el alféizar
de mi coherencia.
Es lo único a lo que aspiro:
amar, para no temer.
Porque el amor, cuando se da,
se multiplica.
Beatriz Casaus 2025 ©


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