Viaje
a ninguna parte
Bajo un cielo roto,
trozos de cristales suaves
caen sobre mí
cuidando lo poco que queda sin herir
aún.
Tendrías que ser del agua,
y no del cielo.
De este cielo roto se caen muchas cosas,
demasiadas tardes,
hasta la noche cuando cae
se duerme.
Del agua, son lágrimas las que resbalan cuando ríes,
es tu calor cayendo en gotas de rocío,
o tu saliva meciéndose en besos de praliné,
que son el aceite esencial de mi piel
llenándose de azul profundo,
como una sobredosis de océano.
La bóveda celeste se transforma
según cambio mi perspectiva,
convexa desde fuera o cóncava
desde dentro de mí. Tu hogar,
donde todo se agranda con lentes de lupa
y la tierra es débil pero infinita.
He de aprender a viajar sin moverme,
a repartir semillas de amor
como frutos de haba tonka
para que cuando las huelas,
te acuerdes de mí.
Una voz se despide,
un sonido vacío que no cabe en el aire.
Te alejas pero nadie se acerca a consolar.
Encerrada en una dicotomía gris,
quedan los segundos que compartimos a distancia.
Tan simultáneos y diferentes como nosotros.
Mañana es atrasar la felicidad,
porque siempre creo que mañana te veré,
y los días siguen siendo blancos,
con momentos oscuros
en los dos hemisferios.
Verde es la llegada,
como el fondo del mar
donde todo es lento y parece eterno,
o como cuando te vuelvo a ver,
en verde esmeralda.
El amor va a ser nuestro único medio de transporte.
Tu viaje de ida a ninguna parte
comienza en mí y acaba en mi memoria.
El olvido también es pasajero de este tren del tiempo,
pero no se baja en ninguna estación.
Cuando me mires, estarás cerca,
tan cerca que no me hará falta ni mirarte,
pero quiero que sepas que aunque no me veas,
también seguiré viva en tu recuerdo azul
observando este cielo roto
que ha perdido su color en tu ausencia
pero que sigue siendo
un palacio de innumerables estrellas.
Beatriz Casaus 2013 ©
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