viernes, 22 de noviembre de 2013

Antagonista


"No es síntoma de buena salud, el estar perfectamente adaptado a una sociedad enferma". (J.Krishnamurti)

Antagonista
Me falta escribir todo lo que no está escrito.
Me falta ser insensible a las emociones, volverme fría y racional. Apartar lo emocional de mi vida diaria.
Me falta haber estudiado dos carreras, un máster, haber hecho una tesis, haberme doctorado y hablar cuatro idiomas.
Me falta consumir revistas que proclamen una belleza debajo del umbral de la salud.
Me falta tener una economía desahogada para ahorrar.
Me falta ser precavida para el futuro.
Me falta un seguro de vida, un contrato indefinido y una futura pensión vitalicia.
Me falta una maleta hecha y un billete con parada en la siguiente estación, la del sentido del humor que tanta falta hace.
Me falta guardar un secreto. Tengo muchos.
Me falta hacerme tolerante a la violencia e intolerante a la huida.
Me falta domesticarme en las actividades domésticas.
Me falta volverme una maestra de las emociones, fingir si alguien me cae mal y ocultar que quiero estar con alguien.
Me falta desarrollar aires de grandeza, antipatía y superioridad si elevo mi ego, en proporción directa a mi poder adquisitivo.
Me falta esconder mis sueños, deseos, anhelos, dolores o todo aquello que proviene de mi interior, porque parece vetado y sólo admisible a los niños, a la gente infantil o ultrasensible.
Me falta querer el mejor coche o móvil del mercado, ser propietaria de una casa, o estar movida a conseguirlo.
Me falta querer destacar, ser la protagonista o el centro de atención de todas las miradas de quienes ansían tener lo que no tienen.
Me falta perder mi criterio personal fundiéndome en una simbiosis entre el televisor y mi persona.
Me falta crecer, que no envejecer.
Me falta contar hasta diez antes de hablar.
Me falta necesitar altas dosis de telediario, con noticias malas que perjudican seriamente la salud.
Me falta depender de factores como el tiempo o la cantidad.
Me falta sentirme cómoda con lo establecido.
Me falta no confundir la felicidad con el placer.
Me falta no sentirme como la antagonista de una sociedad sin pies ni cabeza.
(Una sociedad en la que todo el mundo mira hacia otro lado como si no pasara nada. Pensando que nada extraño ocurre y que quienes lo pasan mal están  a miles de kilómetros de distancia, cuando en realidad, es sólo a nosotros a quienes lo más terrible está sucediendo: la pérdido de nosotros mismos. La más triste realidad emocional está a la orden del día, como los altos porcentajes de consumo de antidepresivos demuestran, el aumento de personas que no encuentran sentido a sus vidas o que se sienten solas, inapetentes o tristes. Sin embargo, la más grande liberación al darnos cuenta de ello y al hacer algo al respecto es posible).
Me falta no ser antagónica a las personas que se mueven por dinero. Por competir a ser el mejor, a ganar más. Instadas a seguir los estudios que más dinero reporten y menospreciando las artes o el talento.
Me falta desconocer que la fuerza que impulsa mis venas es ayudar, tanto a nivel económico, mental o emocional y el día que deje de serlo, me habré perdido yo también.
Me falta ignorar el hecho de que los seres humanos más pobres, son aquellos que no saben compartir.
 
Con todo esto puedo decir que me faltan demasiadas cosas,
pero son cosas, a las que no echo nada en falta.

Beatriz Casaus 2013 ©
 

domingo, 10 de noviembre de 2013

Apátrida

Soy del viento,

como una bocanada de aire fresco,

salteando las encrucijadas de la confusión en la atmósfera.

Vivo a la intemperie,

regando la tierra con sonrisas

de aquellas que comienzan en la boca

y terminan en los pies.

Con la palma de mi mano tendida hacia arriba

sin mostrar nada,

sólo recogiendo lo que queda por conseguir.

Adelante, siempre hacia adelante sin un hogar al que regresar.

Lo que el recuerdo más grande perdona

me hace llegar a la frontera del olvido.

 Deshilachando la máscara de la personalidad

ensombrecida, por los miedos cosidos a mano.

Soy del aire,

como una llanura ciega sin retorno

ni dirección que guíe el camino

más que el sonido del silbido de mi instinto.

Viajando de poblado en poblado,

para oler el azufre de la mentira en los volcanes,

tocar la cúpula efímera de las catedrales,

ser testigo de la infinitud

de la selva perdida en el tiempo,

dar forma a las piedras solitarias de las montañas

o para tirar aquello que no hace falta,

que son la mayoría de las cosas acumuladas por los años.

Desde donde nace un suspiro

 y se pierde un soplo de vida

las raíces se extienden dentro de mí,

hacia la esperanza del núcleo donde floto sin alas,

con el silencio que golpea a un grito,

para contar una historia nueva al alba,

como cada mañana.

Mi arquitectura,

es de las manos que no dan forma.

Mi sonido,

la caricia gélida del rocío en las flores.

Los colores no crecen en ninguna parte.

Son mis hermanastros, ellos también nacieron del sol.

Soy apátrida, anónima, extranjera, foránea.

Sigo la geometría del viento y llego muy arriba si quiero,

hasta llegar al final de los números.

Mi vista no tiene límites

porque no tengo ojos que aprieten mi visión.

Soy rebelde como un huracán,

y tan cálida como una brisa fresca.

Derribo torres de oro o castillos de barro.

Me cuesta mucho manejarme,

estoy fuera de la edad pero no del clima.

He encontrado un sentido para experimentar

el puente de amor que se había disuelto en el cielo.

No lo puedo tocar,

es como una pregunta etérea que no se responde,

un secreto desnudo por voces abiertas.

Esta realidad es muy difícil,

pero lo sería mucho más si no fuera libre.

Que se sepa que de amor no se muere nadie,

que sólo el tiempo,

amante de la indiferencia,

es capaz de escapar del vendaval de la pasión

y que el enamoramiento,

son falsas ráfagas de amor,

que buscan la boca para derramar

besos

         de aire.
 
Beatriz Casaus 2013 ©
 

Los poetas que luchaban contra las palabras


“Yo tengo un concepto dramático de la vida, y romántico, no me corresponde lo que no llega profundamente a mi sensibilidad.”(Pablo Neruda)

Tanto como un libro en sí, tengo una especial predilección por el prólogo del mismo, y soy capaz de rechazar un buen libro si el prólogo que le antecede no me ha gustado. Sin embargo, hay algunos que me inyectan curiosidad y me incitan a seguir leyendo, este ha sido el caso del prólogo del libro “Confieso que he vivido” de Pablo Neruda. Que os guste. El prólogo, el libro si lo queréis leer y lo que aquí se escribe :)

“Estas memorias o recuerdos son intermitentes y a ratos olvidadizos porque así precisamente es la vida. La intermitencia del sueño nos permite sostener los días de trabajo. Muchos de mis recuerdos se han desdibujado al evocarlos, han devenido en polvo como un cristal irremediablemente herido.
Las memorias del memorialista no son las memorias del poeta. Aquél, vivió tal vez menos, pero fotografió mucho más y nos recrea con la pulcritud de los detalles. Éste nos entrega una galería de fantasmas sacudidos por el fuego y la sombra de su época.
Tal vez no viví en mí mismo; tal vez viví la vida de los otros. De cuanto he dejado escrito en estas páginas se desprenderán siempre –como en las arboledas de otoño y como en el tiempo de las viñas- las hojas amarillas que van a morir y las uvas que revivirán en el vino sagrado. Mi vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta.” (Prólogo del libro: Confieso que he vivido, de Pablo Neruda)


Los poetas que luchaban contra la palabra

Se preguntaban cómo definir,
limitar, determinar o acorralar,
aquello que no tiene forma.
Lo invertebrado de un sentimiento
o una vivencia.
Ni el mejor de los poetas,
si es que hay uno, 
ni el mejor de los lingüistas,
logrará captar la esencia
de un momento,
ni hacer sentir un ápice de lo sutil
y abstracto de algo inmaterial,
por bellos y articulados
términos que utilicen.
Lo único que podrán hacer,
es batallar en su mente
buscando vocablos precisos,
crear nuevos conceptos de la realidad
mediante signos expresados
en distintas lenguas,
que describan con su pensamiento

lo que evoca su corazón.

Los poetas son los guerreros de la lengua

artífices de un puzzle subjetivo.
Su propio puzzle, del que son
Creadores.
Transforman y la dan vida
en base a sus sentimientos.  
Pelean contra las palabras
enfrentando
lo que sienten con valentía,
pero saldrán de ello
incólumes,
porque han lidiado consigo mismos.
La diferencia entre un poeta
y alguien que no lo es,
es que el poeta siente
la imperiosa necesidad
de luchar contra sí mismo

y expresarlo.

 Beatriz Casaus 2013 ©