domingo, 10 de noviembre de 2013

Apátrida

Soy del viento,

como una bocanada de aire fresco,

salteando las encrucijadas de la confusión en la atmósfera.

Vivo a la intemperie,

regando la tierra con sonrisas

de aquellas que comienzan en la boca

y terminan en los pies.

Con la palma de mi mano tendida hacia arriba

sin mostrar nada,

sólo recogiendo lo que queda por conseguir.

Adelante, siempre hacia adelante sin un hogar al que regresar.

Lo que el recuerdo más grande perdona

me hace llegar a la frontera del olvido.

 Deshilachando la máscara de la personalidad

ensombrecida, por los miedos cosidos a mano.

Soy del aire,

como una llanura ciega sin retorno

ni dirección que guíe el camino

más que el sonido del silbido de mi instinto.

Viajando de poblado en poblado,

para oler el azufre de la mentira en los volcanes,

tocar la cúpula efímera de las catedrales,

ser testigo de la infinitud

de la selva perdida en el tiempo,

dar forma a las piedras solitarias de las montañas

o para tirar aquello que no hace falta,

que son la mayoría de las cosas acumuladas por los años.

Desde donde nace un suspiro

 y se pierde un soplo de vida

las raíces se extienden dentro de mí,

hacia la esperanza del núcleo donde floto sin alas,

con el silencio que golpea a un grito,

para contar una historia nueva al alba,

como cada mañana.

Mi arquitectura,

es de las manos que no dan forma.

Mi sonido,

la caricia gélida del rocío en las flores.

Los colores no crecen en ninguna parte.

Son mis hermanastros, ellos también nacieron del sol.

Soy apátrida, anónima, extranjera, foránea.

Sigo la geometría del viento y llego muy arriba si quiero,

hasta llegar al final de los números.

Mi vista no tiene límites

porque no tengo ojos que aprieten mi visión.

Soy rebelde como un huracán,

y tan cálida como una brisa fresca.

Derribo torres de oro o castillos de barro.

Me cuesta mucho manejarme,

estoy fuera de la edad pero no del clima.

He encontrado un sentido para experimentar

el puente de amor que se había disuelto en el cielo.

No lo puedo tocar,

es como una pregunta etérea que no se responde,

un secreto desnudo por voces abiertas.

Esta realidad es muy difícil,

pero lo sería mucho más si no fuera libre.

Que se sepa que de amor no se muere nadie,

que sólo el tiempo,

amante de la indiferencia,

es capaz de escapar del vendaval de la pasión

y que el enamoramiento,

son falsas ráfagas de amor,

que buscan la boca para derramar

besos

         de aire.
 
Beatriz Casaus 2013 ©
 

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