“En nosotros existe un río de sentimiento en el que cada gota de agua es un sentimiento diferente y en el que cada sentimiento necesita de todos los demás para existir. Para observarlo, basta con sentarnos a la orilla del río e identificar cada sentimiento a medida que sale a la superficie, avanza con la corriente y desaparece.” (Thich Nhat Hahn)
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Hoy es luna llena, y como toda luna llena que se precie, es un día que intensifica las emociones. Hay mucha carga emocional en el ambiente y estamos más sensibles; algunos incluso pueden sentirse desbordados. Lo mejor, entonces, no es rechazar las emociones, sino abrazarlas y aceptarlas. Resistirse solo genera más conflicto. Rechazar una emoción la convierte en un catalizador que desestabiliza aún más.
Las emociones, como muestra la fotografía que acompaña este texto, pueden parecerse a las olas. Quiero utilizar este símil para hacerme entender. Algunas emociones son pequeñas, apenas un leve chapoteo en los tobillos, pero otras, pueden llegar con la fuerza de un tsunami. Sin embargo, el problema no es la ola en sí, sino que muchas veces creemos que somos la ola. Nos identificamos tanto con el miedo, la rabia, la tristeza o incluso con la alegría, que olvidamos que en realidad somos el océano completo: un océano infinito, eterno, que simplemente permite que las olas aparezcan, se eleven, rompan y vuelvan a disolverse.
Cuando nos creemos la ola, sufrimos. Nos enredamos en pensamientos saboteadores e incluso autodestructivos. Pero cuando recordamos que solo estamos experimentando una emoción, como quien observa una nube pasar o escucha una canción que tarde o temprano termina, la percepción cambia. Dejamos de luchar contra ella y, en su lugar, sacamos nuestra tabla de surf interior.
Surfear las emociones no significa ignorarlas ni reprimirlas, sino que implica observarlas, transitarlas y permitir que pasen, montándonos en ellas con la conciencia de que, aunque parezcan gigantescas, ninguna dura para siempre. Y al otro lado, siempre nos espera la calma del mar abierto. La clave está en recordar que tú no eres la emoción que estás transitando. Tú eres ese ser eterno que observa. Eres el surfista, no la ola.
El ser humano no es solo racional, también es profundamente emocional. Nuestra naturaleza está regida por un intelecto y por un cuerpo emocional con el que aprendemos a navegar cada día. Sin embargo, hemos aprendido a esconder nuestras emociones porque se considera que es mejor ser fríos y racionales, pero esa represión interna puede derivar en enfermedades. De hecho, hay estudios que demuestran que gran parte de las dolencias físicas tienen su origen en conflictos emocionales no resueltos. Así lo sostiene, por ejemplo, la medicina germánica.
También, el doctor Mario Alonso Puig, de quien soy admiradora, explica que las emociones negativas, como el estrés, la ira o el miedo, pueden provocar enfermedades al desencadenar procesos bioquímicos que dañan el cuerpo, mientras que las emociones positivas, como la alegría o la compasión, lo protegen. Según él, las emociones incluso pueden modular los genes. Es decir, las emociones pueden determinar nuestra salud en última instancia. Por lo que para cuidarse, también hemos de cuidar aquello que pensamos y sentimos.
Yo me considero una persona PAS (Persona Altamente Sensible) y os aseguro que transitar por un mundo como este, con el grado de sensibilidad que albergamos las personas como yo, es un auténtico reto. Sin embargo, he aprendido varios trucos a base de mucho esfuerzo, autoconocimiento y aprendizaje que me han ayudado bastante. Lo más importante es dejarse sentir. No hay que forzarse a no sentir lo que se sienta. Si estás atravesando un duelo, una decepción, tristeza, rabia o cualquier otra emoción, permítete sentirla. Todo aquello que negamos se vuelve más fuerte.
Al permitirnos sentir, somos capaces de transitar las aguas profundas de las emociones con un chaleco salvavidas: ese conocimiento de saber que nosotros no somos ese sentimiento que estamos experimentando, sino que simplemente lo estamos atravesando. Si adoptamos esa perspectiva de observador, dejamos de identificarnos con nuestras emociones.
Es cierto que cada persona tiene una personalidad distinta, y que algunas sienten las cosas de manera más intensa o diferente que otras. Hay quienes se acercan más a emociones como la ira, la rabia o la tristeza, por ejemplo. Pero si esa persona toma consciencia de que no es su tendencia emocional, en ese instante deja de estar dominada por ella. Siempre que nos hacemos conscientes de nuestros propios patrones, nos volvemos más poderosos, porque de algún modo los sanamos. Somos espectadores de nuestras emociones, las transitamos para poder trascenderlas.
Otro truco que intento utilizar es darme cuenta de que, según lo que pienso, genero unas emociones u otras. Si pienso en cosas positivas, me sentiré mejor; si pienso en algo negativo, me sentiré peor. En última instancia, todo pensamiento es solo eso: un pensamiento. Hay personas que tienden a pensamientos muy negativos, y cuando se dan cuenta de este simple pero revelador detalle, su vida cambia. Si alguien tiene un pensamiento suicida, por ejemplo, el hecho de comprender que aquello es solo un pensamiento, le aleja del bucle emocional que ese pensamiento conlleva. Darse cuenta de que incluso lo peor que podamos llegar a pensar es únicamente un pensamiento, le resta carga emocional y nos devuelve la calma.
En fin, somos seres humanos, no hacedores humanos. Y como tales, nuestra esencia es ser, y para ser, hay que permitirse sentir. En ese ser también habitan las emociones. Aprender a vivir con ellas, tomarlas de la mano y aceptarlas, nos vuelve más conscientes. Elegir deliberadamente albergar una mayor cantidad de emociones positivas, como el amor, la amistad, la paz, la alegría, la compasión o la empatía, nos hace sentir mejor, y en definitiva, nos permite llevar una vida más armónica, tanto para nosotros mismos como para quienes nos rodean.
Al final, la vida no se trata de evitar las olas, sino de aprender a surfearlas.
Beatriz Casaus 2025 ©
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