“Mientras el ego dirija tu vida, la mayor parte de tus pensamientos, emociones y acciones surgirán del deseo y del miedo.” (Eckhart Tolle)
“Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En no ser un trepador social. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos, ante esta antropología del ganador, de lejos prefiero al que pierde.” (Pier Paolo Pasolini)
"Sólo en las circunstancias más aciagas de la vida sale a relucir sin disimulo el carácter de una persona. Sólo en tiempos de sufrimiento y privaciones se demuestra qué nos pertenece realmente, qué nos sigue siendo fiel y no puede sernos arrebatado". (Hermann Hesse)
Estamos bajo el influjo del stellium en Escorpio y esta entrada, tanto el texto como el poema que he escrito, es un reflejo representativo de ello. No esperéis que sea light. Vamos a desentrañar algo con lo que muchas personas todavía sufren y de lo que poco se habla. Pero antes, dejemos una premisa clara:
Nadie es para todos. No todos me quieren, me eligen, ni me desean. Igual que yo no quiero como pareja a todo el mundo, ni elijo, ni deseo a cualquiera. Y eso está perfectamente bien. De hecho, es lo natural.
No tengo interés en gustarle a todo el mundo porque, sencillamente, tampoco todo el mundo es para mí. Pretender agradar universalmente es una forma de agotamiento y de autoengaño; un juego venenoso del ego.
Hay que aprender a estar en paz con la idea de que habrá personas a las que no les interesemos. Eso no tiene nada que ver con nuestro valor. Es lo más natural del mundo. Sería casi antinatural resultar atractivo para todos.
Dicho esto, también están quienes no consiguen cerrar ciclos y se quedan enganchados en el pasado. Es una trampa que solo daña a quien la vive y que desgasta. He visto ese patrón repetirse en diferentes personas, tanto hombres como mujeres. Me comentan sin remordimiento vigilar a las nuevas parejas de sus “casi algo” o de sus exparejas. Desperdician tiempo valioso comparándose, perdiendo autoestima o deseando, incluso, que esas nuevas relaciones fracasen. Esto último me parece aberrante y no me canso de repetirlo.
Hablamos de personas gobernadas por una herida. El ego no les permite asumir que fueron rechazadas y se quedan atrapadas en la pregunta infinita: “¿Por qué yo no y él/ella sí?”. Craso error ese, pues es un enfoque autodestructivo.
El otro día, sin ir más lejos, alguien cercano tuvo un accidente de tráfico y me comentó su temor, que ante una serie de desgracias consecutivas en su vida, tuviera algo que ver energéticamente la ex de su reciente nueva pareja, teniendo en cuenta lo que conoce de ella. Es decir, que hasta ese punto de daño puede hacer quien no sana y no permite vivir en paz a los demás.
Viven en celos, comparación y vigilancia. Compiten en la sombra, incapaces de aceptar que la otra persona eligió y no fue a ell@s. Y no es culpa de nadie. Esa frustración se transforma en rabia, tristeza y, finalmente, en una adicción emocional. No son conscientes de que esa fijación solo empeora una baja autoestima, un apego ansioso y una profunda desconexión con su propia vida.
El ego no soporta admitir la pérdida, y vive anclada en historias que terminaron hace poco o mucho. Mientras tanto, la otra parte implicada probablemente ni siquiera los recuerda. He sido testigo de cómo su estado psicológico oscila entre la ira, la depresión y la negación, sin saber el daño que eso genera en su bienestar.
En mi caso, no me escondo en decir que he tenido bastantes relaciones sentimentales y muchos “casi algo” y cuando me entero de que un ex, o un “casi algo”, está con alguien, me alegro sinceramente por él. Le deseo lo mejor tanto a él como a su nueva pareja y sigo con mi vida. Esa es la verdadera señal de haber cerrado un ciclo desde el cariño y el respeto. Practicar dejar ir en paz.
También he vivido situaciones en las que no fui elegida. Y no pasa nada. Al principio duele, luego se acepta, se pasa el duelo, se desenamora y se sigue adelante. En una vida entera, quizá solo una o dos personas llegan a reconocernos de verdad, y eso ya es un milagro en un planeta con miles de millones de almas.
Aceptar que no todos nos van a elegir es un acto de humildad que baja del pedestal al ego. El amor no se mendiga ni se impone: simplemente sucede cuando es mutuo. Y no sucede con todo el mundo. Sucede pocas veces… pero cuando llega, se siente como un hogar.
Cuando alguien inicia una historia con otra persona, no tiene nada que ver contigo. Sencillamente ya no se está en esa ecuación. No es que no fueras suficiente, ni raro, ni menos valioso. Simplemente, no eras su persona. Y probablemente él/ella tampoco era la tuya. Hay que aceptarlo con madurez. Y si hiciste algo que llevó a esa persona a alejarse, toca autocrítica.
Sinceramente, me alegro por todos esos vínculos que no florecieron conmigo, porque también dejaron su enseñanza. Les deseo crecimiento y felicidad. Si no era conmigo, que sea con quien realmente los haga brillar.
No pienso perder un minuto comparándome ni mirando atrás. Lo hice una vez y me arrepiento profundamente. Aquí nadie está exento de sombra... Un mediodía de septiembre, hace muchos años, (fecha que recuerdo bien porque marcó un antes y un después) me descubrí mirando a otra mujer durante unos segundos.
Lo hice sin intención de herir; solo fue un reflejo de la inseguridad que por aquel entonces atravesaba. Un impulso humano, pero no uno que me representara. Ocurrió el día después de una información que me dio la persona que por aquel entonces estaba conociendo (para que no huyera si me enteraba por terceros). Así que reaccioné desde la curiosidad y la vulnerabilidad.
No me siento orgullosa de aquel momento y no volví a repetirlo, ni con esa mujer ni con nadie. Quien me conoce sabe que no me interesan las miradas invasivas; tampoco me gusta que las tengan conmigo. Nunca me han aportado nada las dinámicas de rivalidad ni competencia. Siempre he tenido claro que, si un vínculo exige medir fuerzas con otra persona, entonces simplemente no es un espacio en el que yo deba permanecer, y prefiero apartarme.
Esa experiencia, fue un ejercicio de autoconocimiento. Me siento orgullosa de cómo lo gestioné a partir de ese día. En realidad, me enseñó que estaba segura de mi vínculo y de mí. Y sobre todo me enseñó con absoluta claridad qué no volvería a permitir en mi interior.
Hoy veo a algunas personas atrapadas en esa obsesión y lo único que reflejan es una brecha abierta. Convertir la nostalgia en obsesión es dependencia emocional. Lo mejor es pasar página. Saber soltar y volver a uno mismo. Dejar de vigilar, de competir y por favor, dejar de alegrarse del fracaso ajeno. El rencor no embellece, sino todo lo contrario. El bienestar interior está en soltar con amor.
La verdadera libertad empieza cuando comprendes que no necesitas que todos te quieran. Ser elegido no es el premio; el premio es encontrarte a ti mismo mientras sueltas. Es darte valor sin depender de la aprobación ajena. Es mirar hacia adelante y, si tu vida no te llena, cambiarla. Obsesionarse con quien ya siguió su camino no es opción. Aceptar que no eres para todos. Y que no hace falta serlo es liberador. Lo serás para quien también lo sea para ti.
Es muy importante aprender a perder con dignidad. Todos hemos perdido alguna vez o varias veces. Recordar que el amor más grande que existe es el de quien sabe soltar.
Fuerte abrazo y otro que también me lo doy a mí.
Beatriz Casaus 2025 ©
Sangre rota
Se ahoga con una nube,
tan densa como un cuarto sin ventanas,
suspendida sobre su cabeza.
Confunde el ocho con el ochenta,
la herida con el espejo,
la verdad tergiversada.
El placer se volvió un caramelo agrio,
pegado al paladar del recuerdo,
fermentado sobre dolor.
Rumia la congoja del rechazo
como res que no sabe morir.
Huele el aire
por si pronuncia su nombre
en otra piel.
Tiene hambre de fallos,
olfato fino para el error
que no sea suyo.
Acecha en busca de desdicha,
para beber de ella.
En su incesante hurga,
celebra el naufragio ajeno,
como si el sufrimiento de otros
pudiera drenar el suyo.
Se rasca el escozor hasta abrirse casa,
en la carne irritada.
Vive en un bucle atemporal
donde el reloj no avanza.
Se atrapa reviviendo
la identidad que le brindaba.
Idealiza hasta momificar,
enterrado bajo el trauma
como si un “no” fuera lápida
y no simplemente una puerta cerrada.
No acepta indiferencia ni el adiós.
Sigue siendo
un fantasma prestado
que no le pertenece
pero aún así ronda
por sus cadenas.
No soporta la idea
de que otra respiración
ocupe su lugar.
No hay pesar más feroz
que la podredumbre del despecho,
con forma de furia meticulosa,
alimentada por un amor
que jamás se pronunció.
Habita la desdicha
de un deseo no culminado.
Pero no llega el final.
Y se arranca los pelos amasados ya,
de tanto observar
lo que no es suyo.
El peligro no es un cuchillo,
ni una bala,
ni una herida que sangra.
El peligro son pensamientos,
no reconocer
que no perdió nada,
porque nunca lo tuvo.
Beatriz Casaus 2025 ©

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