Ayer sí que me sentía INDIGNADA cuando me enteré de la noticia del desalojo de la acampada en la puerta del Sol. Me pareció vergonzoso que se infringiera el artículo 21 de la Constitución española que dice explícítamente: "Se reconoce el derecho de la unión pacífica y sin armas. El ejercicio de este derecho no necesitará autorización previa". Sin embargo la repercusión de este hecho ha suscitado un mayor sentimiento de adhesión a este movimiento del 15M y el gobierno empieza a sentir una ligera sensación de miedo por encontrarse ante una revolución quizás mayor de lo que se pensaban. Los periódicos internacionales ya la están comenzando a comparar con la de Egipto incluso... Debo decir que estoy orgullosa de toda la gente que apoya este movimiento y que se mueven para defender nuestros derechos, denunciar las corrupciones políticas, las injusticias de los poderes económicos y reclamar un mundo más humano para todos. Me recuerda un poco a la revolución de Mayo del 68: un movimiento que no pedía mejoras sino un cambio más profundo en sus vidas y no obedecía a tendencias políticas.
Gracias a los que estáis en Sol acampando por todos nosotros, y que ni la lluvia ni cualquier otro impedimento os logren disolver. Como gritabáis esta tarde: ¡La lluvia no disuelve, sólo moja!
Domingo. Domingo soleado. Domingo soleado de primavera. Domingo soleado de primavera bonito. Domingo soleado de primavera bonito y tú no estás aquí... por eso me ha salido este poema tristón y no lo estoy, estoy feliz de que estés en mi vida y contenta. Sin embargo siento que quizás valga la pena pasar estos malos ratos de añoranza por los buenos que paso cuando estamos juntos. Será el karma, no lo sé, aunque si es así, espero que pase pronto :)
Muñeca rota Paz cuando te veo dormir esconderme perderme y hallarme en ti. Espejo sutil reflejo de verte en mí. Soñar que estoy despierta durmiendo a tu lado no encontrar un recuerdo que me sirva de anhelo y el acecho al peligro de ser abandonado. Camino sin rumbo, hacia las raíces de tus brazos del candor que derraman a mi vientre fecundo tus largos abrazos. Es sencillo creerte lejos y tenerte cerca un delirio para mis sentidos que te aclaman en las horas cálidas de los días perdidos. Me hallo con cautela en tu fragancia y recuerdo que no es miedo sino huída lo que provoca que estés lejos y no vaya. Me pregunto si es más segura la batalla o más larga la caída. Vivo en una constante de tu ausencia en la calma de tu voz que adolece mi inocencia y me cautiva quiero que seas mi rutina mi día a día, pero me asustan las responsabilidades tengo miedo de no encajar nuevas prioridades y de no abarcarte en una vida. Evito querer quererte demasiado de revivir otra derrota a propósito de olvidar el pasado y convertirme poco a poco en una muñeca rota.
"Si un problema tiene solución, ¿para qué perturbarse? Y si no la tiene, ¿para qué perturbarse?" (Proverbio chino)
En una aldea vivía un granjero muy sabio que compartía una pequeña casa con su hijo. Un buen día, al ir al establo a dar de comer al único caballo que tenían, el chico descubrió que se había escapado. La noticia corrió por todo el pueblo. Tanto es así, que los habitantes enseguida acudieron a ver al granjero. Y con el rostro triste y apenado, le dijeron: "¡Qué mala suerte habéis tenido, para un caballo que poseíais y se os ha marchado!". Y el hombre, sin perder la compostura, simplemente respondió: "Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?".
Unos días después, el hijo del granjero se quedó sorprendido al ver a dos caballos pastando enfrente de la puerta del establo. Por lo visto, el animal había regresado en compañía de otro, de aspecto fiero y salvaje. Cuando los vecinos se enteraron de lo que había sucedido, no tardaron demasiado en volver a la casa del granjero. Sonrientes y contentos, le comentaron: "¡Qué buena suerte habéis tenido. No solo habéis recuperado a vuestro caballo, sino que ahora, además, poseéis
uno nuevo!". Y el hombre, tranquilo y sereno, les contestó: "Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?"
Solo veinticuatro horas más tarde, padre e hijo salieron a cabalgar juntos. De pronto, el caballo de aspecto fiero y salvaje empezó a dar saltos, provocando que el chaval se cayera al suelo. Y lo hizo de tal manera que se rompió las dos piernas. Al enterarse del incidente, la gente del pueblo fue corriendo a visitar al granjero. Y una vez en su casa, de nuevo con el rostro triste y apenado, le dijeron: "¡Qué mala suerte habéis tenido. El nuevo caballo está gafado y maldito.Pobrecillo tu hijo, que no va a poder caminar durante unos cuantos meses!". Y el hombre, sin perder la compostura, volvió a responderles: "Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?".
Tres semanas después, el país entró en guerra. Y todos los jóvenes de la aldea fueron obligados a alistarse. Todos, salvo el hijo del granjero, que al haberse roto las dos piernas debía permanecer
reposando en cama. Por este motivo, los habitantes del pueblo acudieron en masa a casa del granjero. Y una vez más le dijeron: "¡Qué buena suerte habéis tenido. Si no se os hubiera escapado vuestro caballo, no habríais encontrado al otro caballo salvaje. Y si no fuera por este, tu hijo ahora no estaría herido. Es increíble lo afortunados que sois. Al haberse roto las dos piernas, tu muchacho se ha librado de ir a la guerra!". Y el hombre, completamente tranquilo y sereno, les contestó: "Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?".
Fuente:
SACADO DEL REPORTAJE: PSICOLOGÍA - "Problemas que son oportunidades"
BORJA VILASECA 08/05/2011. EL PAÍS.
El reloj de cuco del salón daba las 12 del mediodía, siempre tan solemne, tan exacto. Lucía no había probado bocado desde hacía dos días alegando una gastroenteritis ficticia y sus padres se lo habían creído, como siempre.
Decidió probarse el vestido para la fiesta de esa noche. Enfundada en aquella seda negra ajustada se sentía distinta, irreconocible para sí misma, acostumbrada a verse siempre en ropa cómoda y amplia. Era la fiesta de graduación y quería deslumbrar. Para ello había destinado gran parte de sus ahorros en aquel carísimo vestido con un gran escote en la espalda que le quedaba como un guante. Aunque su autoestima estuviera más baja que la de Kafka al escribir “La metamorfosis” y rozara límites insanos, sacó todo el arrojo que llevaba dentro y se atrevió a salir así a la calle.
El gruñido de los cláxones de los coches, las miradas de los hombres o la irritación de las demás mujeres a su paso, la hicieron pensar que quizás no le sentara mal el vestido y que era probable que esta vez, estuviese guapa.
En la cena, intentó resistirse a los platos fuertes, adoraba masticar aquella apetitosa carne en su salsa, pero había aprendido a reconocer el placer en las ensaladas, a no comer con gula, a tragarse las ganas y a saborear cada bocado como si fuera el último. A su lado estaba la chica más famosa de su promoción, Clarisa. Sus conversaciones frívolas entretenían a todos y la hacían ser el centro de atención. Tenía una melena morena, larga y lisa y unos dientes blanquísimos perfectamente alienados. No era muy alta pero su constitución tan delgada le hacía parecerlo y siempre llevaba uñas de porcelana cuidadas al extremo. Sonreía todo el tiempo, lo que le provocaba desconfianza a Lucía. No se podía creer que el aburrido profesor de química que estaba sentado a su lado fuese tan gracioso como para provocarla semejantes carcajadas. De pronto, se le asemejaba a una hiena. Cuando se reía abría tanto la boca que parecía querer estar tratando de enseñar hasta el último de sus alienados molares. Algo característico en ella es que solía llevar pendientes de perlas blancos. Lucía encontraba los pendientes de perlas como un referente para distinguir si una chica era pija o no, además del moreno anaranjado de los rayos u.v.a., claro. La vida de Clarisa era una constante de vanidades y de mentiras. Cuando notaba que la miraban o para llevarse la atención de la gente, alzaba más la voz y gesticulaba más. Lucía intentó entablar conversación con ella pero ella se hacía la sorda y no le dirigió la palabra durante toda la cena. Se preguntó si Clarisa alguna vez habría pasado hambre o si habría sufrido por algo. Parecía tan perfecta… para la gente lo era, lo que la hacía perfecta para Lucía. Durante un instante, vió que en la mesa de al lado había una bandeja a rebosar de exultantes postres. Empezó a salivar desmesuradamente y tuvo que beberse de un trago la copa de vino que le habían servido. Nunca antes había probado el alcohol porque había leído en numerosas revistas de belleza que tenía muchas calorías así que súbitamente se empezó a sofocar. Intentó abanicarse con las manos pero su calor no disminuía, se levantó estrepitosamente y todos en la mesa la miraron. Lucía se disculpó y se fue al baño para refrescarse un poco.
Al salir del aseo, una señora mayor le agarró por el brazo y la dijo: “¿Por qué llevas esa mirada tan triste joven? A tu edad los problemas no son problemas, aprovecha la vida que hay muchas cosas bonitas que vivir”. Lucía se sintió ofendida.“¡Qué sabrá esa señora sobre mi vida para sentenciar semejante frase! Se creerá un hada madrina o algo por el estilo… ¿acaso sólo la gente mayor tiene derecho a estar triste? Además esta es mi noche de graduación, no estoy triste…” Refunfuñaba entre dientes.
Cuando volvió a sentarse en la mesa, comenzó a sentirse peor y decidió cogerse un taxi y volver a casa. Su gran noche había acabado mucho antes de lo planeado, a su pesar.
Cuando llegó, lo primero que hizo fue dirigirse al baño, como tantas otras veces. Se conocía el camino perfectamente bien y lo hacía de forma automática. Una vez dentro, se quitó los zapatos y se sentó en el suelo. Todo le daba vueltas y vueltas. Se arrimó a la taza del váter y comenzó a vomitar. Cuando terminó, sintió de nuevo un ardor tremendo en la garganta. Tantos años vomitando y ésta era la primera vez que no tenía que provocárselo. Se empezó a sentir un poco mejor una vez que había expulsado el vino de la cena, pero una tristeza la invadió por completo y empezó a llorar desconsoladamente. De pronto, le vinieron a la mente las palabras de aquella señora mayor y como un rayo de luz la golpearon inspirándola: “Se trata de vivir…¡Claro!¡Eso era! Vivir o morir”. Si seguía vomitando su cuerpo no aguantaría muchos años más y si lo hiciera sería con secuelas devastadoras en sus encías y en su esófago, por citar algunas. Por otro lado, si dejaba de hacerlo, si no vomitaba más, empezaría a vivir y a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida: comer, beber, sonreír, estar contenta…. Lo que pareciera la cosa más simple para cualquier persona corriente, para ella significaba todo un mundo llevarlo a la práctica. Vomitar no era la solución de nada, le estaba restando vida. Así que se prometió a sí misma que cada vez que le entraran las ganas de hacerlo, saldría corriendo para evitarlo. Y así fue. Corrió varias veces para controlar el impulso. Incluso los músculos de sus piernas se desarrollaron. Corrió tanto que la gente la empezó a llamar Forrest Gump, pero a Lucía ya poco le importaba.
Lucía comenzó a vomitar un martes a los 12 años y no dejó de hacerlo hasta ese viernes de su graduación a los 23. Había probado infinidad de dietas de todas las clases y probado con todo tipo de cremas de adelgazamiento. Pero nada de eso le había provocado ni una sola sonrisa. Todo es cuestión de decidirse: Vivir o morir. Desde aquel día, Lucía eligió vivir y dejó de llorar.
Una larga noche de discoteca. Sostengo el cubata que aún me mantiene erguida y le doy un par de tragos. No quiero parecer una estúpida pero soy de los que creen que las victorias se hacen más dulces si se ha luchado a bocajarro en la batalla. Estoy apoyada en la barra de un bar esperando a alguien desconocido. He superado crisis, ansiedades y una ceremonia eclesiástica con invitados desconocidos. Sigo en pie, aunque me tambalee por el nocivo efecto de un caro Gyn Tonic. Aquel con el que brindé en ocasiones más alegres. Me acompaña un moribundo que me repite que las cosas no las hice bien en el pasado, pero esta noche le doy largas, prefiero no escucharle. Me sumerjo en las profundidades de un océano sin fondo, sin nombre. De pronto en la pista de baile, vislumbro un pequeño brillo que se mueve iluminando cualquier resquicio de oscuridad. Va creciendo y sacude los instintos de cualquier animal desamparado. Sus movimientos me atraen como en un campo magnético. No hay dolor más amargo que el que ha dejado de doler, me repito. El brillo que ha crecido considerablemente, se mueve en el centro de la pista y casi como un guía me dirige hasta allí. Cuando me acerco, comienza a cegarme pero no desisto y me sonríe. Suena “Nights in White Satin” y me recuerda que estamos a principios de los 70 pero yo sin embargo no recuerdo ni cuando nací. Ya no escucho ninguna otra canción. Me convierto por un corto espacio de tiempo en alguien más. Alguien que nunca fue dañado. Me acaban de robar el corazón, como antes. Ese resplandor me envuelve y veo destellos esparciéndose por todo el local. La magia se ha hecho realidad. Me convierto poco a poco en aquella luminosidad cautivadora y no veo fin.La luz ha desaparecido. Ya no la veo, aunque paradójicamente la noto cerca, muy cerca de mí, tanto o más incluso que mi propia respiración. Me siento eufórica porque sé que no me la podrán arrebatar, es tan mía como mi propia voz o como la sangre que recorre mis venas y arterias. Me ha envuelto y hecho suyaalumbrándome desde dentro. Oigo una sirena de ambulancia, pero como siempre, pienso que no me va a tocar a mí. Aunque nunca llegue al final, sé que es durante el camino donde se aprende, pienso.Todo lo demás me da igual. Confío en que toda esa opacidad de mi delirio, no era más que la sombra de aquella luz. Ahora sin embargo, aunque no la vea, la siento dentro de mí, casi como un hijo que llevara dentro. Quizás sea a eso lo que se refieren con el término dar a luz. Veo más allá de mí y percibo todo lo que antes ni siquiera me imaginaba. Se acaba la canción y sigo escuchando las sirenas esta vez, alejándose.