Una larga noche de discoteca. Sostengo el cubata que aún me mantiene erguida y le doy un par de tragos. No quiero parecer una estúpida pero soy de los que creen que las victorias se hacen más dulces si se ha luchado a bocajarro en la batalla. Estoy apoyada en la barra de un bar esperando a alguien desconocido. He superado crisis, ansiedades y una ceremonia eclesiástica con invitados desconocidos. Sigo en pie, aunque me tambalee por el nocivo efecto de un caro Gyn Tonic. Aquel con el que brindé en ocasiones más alegres. Me acompaña un moribundo que me repite que las cosas no las hice bien en el pasado, pero esta noche le doy largas, prefiero no escucharle. Me sumerjo en las profundidades de un océano sin fondo, sin nombre. De pronto en la pista de baile, vislumbro un pequeño brillo que se mueve iluminando cualquier resquicio de oscuridad. Va creciendo y sacude los instintos de cualquier animal desamparado. Sus movimientos me atraen como en un campo magnético. No hay dolor más amargo que el que ha dejado de doler, me repito. El brillo que ha crecido considerablemente, se mueve en el centro de la pista y casi como un guía me dirige hasta allí. Cuando me acerco, comienza a cegarme pero no desisto y me sonríe. Suena “Nights in White Satin” y me recuerda que estamos a principios de los 70 pero yo sin embargo no recuerdo ni cuando nací. Ya no escucho ninguna otra canción. Me convierto por un corto espacio de tiempo en alguien más. Alguien que nunca fue dañado. Me acaban de robar el corazón, como antes. Ese resplandor me envuelve y veo destellos esparciéndose por todo el local. La magia se ha hecho realidad. Me convierto poco a poco en aquella luminosidad cautivadora y no veo fin. La luz ha desaparecido. Ya no la veo, aunque paradójicamente la noto cerca, muy cerca de mí, tanto o más incluso que mi propia respiración. Me siento eufórica porque sé que no me la podrán arrebatar, es tan mía como mi propia voz o como la sangre que recorre mis venas y arterias. Me ha envuelto y hecho suya alumbrándome desde dentro. Oigo una sirena de ambulancia, pero como siempre, pienso que no me va a tocar a mí. Aunque nunca llegue al final, sé que es durante el camino donde se aprende, pienso.Todo lo demás me da igual. Confío en que toda esa opacidad de mi delirio, no era más que la sombra de aquella luz. Ahora sin embargo, aunque no la vea, la siento dentro de mí, casi como un hijo que llevara dentro. Quizás sea a eso lo que se refieren con el término dar a luz. Veo más allá de mí y percibo todo lo que antes ni siquiera me imaginaba. Se acaba la canción y sigo escuchando las sirenas esta vez, alejándose.
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