domingo, 14 de agosto de 2011

El calendario del faro que no quería alumbrar



 Esa noche era la primera de las 13 lunas del año. El cielo se encontraba despejado, con tan sólo unas pequeñas nubes en el firmamento que como en un cuadro, un pintor descuidado habría olvidado borrar. La luz ceremoniosa de la luna en la bóveda celeste, reflejaba ciertos destellos en el agua del mar, provocando un hechizo en quien lo contemplara. El mar estaba tranquilo y más calmado que nunca, como si estuviera embrujado contemplando al astro gigante y estremecido ante tanta belleza. Aquella noche asumía un carácter profético. Se podía oler en el ambiente que no era una noche cualquiera e incluso la atmósfera llevaba en sí algo trascendente. 
 El Faro había calculado que en el transcurso de 202 años la luna orbitaría por la constelación del murciélago y se presentaría de aquella forma. Habían pasado 28 días y medio para que la luna volviera a presentarse desde la Tierra como luna llena y su aspecto era incluso mayor y más azafranado que la Luna de cosecha correspondiente a los meses siguientes.

Era consciente que aquella noche podía atraer a su vida aquello que deseaba. El magnetismo de la luna se lo iba a propiciar, tal y como vaticinaba su calendario. Su más intenso anhelo versaba en la compañía, ya que siempre estaba solo alumbrando la oscuridad de las interminables noches. Durante el día dormía y despertaba cuando anochecía para realizar su cometido por lo que no tenía la oportunidad de tener contacto con nadie. Deseaba fehacientemente ser algo diferente, haber nacido con otra utilidad más práctica y común. Además estaba destinado a no poder comunicarse con ningún otro faro porque se encontraban en puertos diferentes. Anclado a la tierra por sus fuertes muros que le impedían moverse, sentía como no tenía control sobre su vida, como si estuviera atrapado en ellos. Esa noche sin embargo, tenía fe en que algo especial ocurriría.
Los brillos del agua se asemejaban a hadas revoltosas que bailaban al ritmo de las pequeñas olas y la luna se había movido a lo largo del cielo para colocarse triunfante justo encima del faro. El faro miró hacia su derecha y contempló unos seres que se congregaban en la playa en un gran círculo mientras practicaban un ritual en la arena con fuego, agua, tierra y aire. Aquellas criaturas vestidas de blanco cantaban y hacían bailes alrededor de un fuego. Se sintió capaz de pedirles ayuda para cambiar de forma, así que les alumbró directamente. Los seres dejaron de cantar sus cánticos espirituales y se dieron cuenta que el faro les hablaba. “No podemos ayudarte amigo faro”, concluyó una mujer anciana que llevaba una fina banda luminosa en su frente y un vestido largo, blanco y vaporoso. “Eres un faro y los faros existen para dar luz donde hay oscuridad. Tienes el valioso cometido de alumbrar las oscuras noches de los pescadores que salen en sus barcos y de ser un referente en sus navíos. Bríndales servicio. Allá donde estás tú, se dirigen. Les marcas su camino desde la distancia”. El faro le pidió ser uno de ellos, pero la anciana asombrada le dijo: “¿Por qué quieres ser como nosotros? Nosotros somos perecederos, no volveremos a ver esta luna llena que ocurre cada 200 años, por eso lo celebramos bailando y haciendo cánticos en su nombre, tú sin embargo, nos sobrevivirás a todos y verás los cambios de los tiempos. Tus paredes son sólidas como las raíces de los árboles y están por siempre fijadas a esta tierra sagrada”. En ese instante, la luna se ocultó tras una gran nube y se levantó un viento huracanado. Las criaturas blancas salieron corriendo dejando sola a la anciana pero a ella parecía no importarle y les siguió tranquila y alegremente cantando una canción, mientras se alejaba.
El faro se quedó en silencio sosegado por lo que la anciana le había dicho. A él no le afectaban las inclemencias climáticas pues sus tabiques eran gruesos y fuertes, sin embargo el viento se había convertido en tifón y ahora empezaba a arrancar ramas en los árboles y a mover con una intensidad desmedida todo lo que había a su alrededor. El mar había perdido su tranquilidad y se había vuelto desbocado y salvaje. A lo lejos, vislumbró un pequeño barco que no podía navegar. Estaba a la deriva mientras intentaba luchar contra unas olas gigantescas. El faro se percató de su problema y les alumbró con toda su fuerza e intención. Los pescadores se tiraron del barco y nadaron extenuados hasta la luz del faro. Al llegar a la orilla, un humilde pescador medio atragantado le dijo: “Gracias faro, porque nos has alumbrado el camino. Gracias a ti hemos podido llegar a tierra y estamos salvados. Te estamos tremendamente agradecidos”.
En ese preciso instante, el faro comprendió que aquel suceso era el evento especial que había estado esperando durante tanto tiempo. Ya no necesitaría llevar los cálculos de las noches ni del calendario lunar. A partir de aquel momento, encontró sentido a su existencia sintiéndose pleno consigo mismo y con su labor. "Desde esta noche, amigo pescador, seré vuestro Faro y os alumbraré." manifestó el faro sonriendo.
El viento huracanado aminoró y la calma volvió al mar. Las nubes se disiparon y la luna reapareció en todo su esplendor. El pescador le devolvió la sonrisa y le dejó un trozo de madera del barco que se había quedado en su zapato como ofrenda. Le miró con reverencia y le dijo: "Que así sea. Desde esta noche de Luna llena, serás nuestro Faro, nuestro Faro de Luz".
 
Beatriz Casaus 2011 ©

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