que estamos en periodo de escasez
y no se nos ocurre ninguno).
Si tengo un pensamiento y lo escribo,
ese pensamiento deja de serlo
y se convierte en una frase
que alguien lee en algún libro.
Ese alguien hace como suya la frase
transformada en pensamiento
en la cabeza de alguna persona.
Aquel, pronuncia la frase
reformada en palabras
que salen de su boca.
Los sonidos de esas palabras,
que forman mi pensamiento,
los oye un anónimo
y los amarra.
Sin percatarse de ello,
lo mantiene en su memoria
como información almacenada
en algún rincón de su cerebro.
No recuerda de dónde proceden,
pero se lo cuenta a una chica guapa,
para hacerse el interesante
y probar suerte.
Ahora, es conversación de una pareja
que sin saber de lo que hablan,
sentados en un parque
lo tergiversan.
Su hijo de tres años
lo aprende de sus padres
y cuando va a la escuela y crece,
repite mi pensamiento tergiversado.
Veinte niños más lo asimilan
sin rechistar.
Pero uno, removida su conciencia
se lo dice a su maestra,
quien había leído mi pensamiento
por casualidad en algún sitio
y le contesta:
“Los pensamientos,
tanto el tuyo como el mío,
hay que respetarlos
y lo importante,
es inventar nuevos
y aprender a utilizarlos”.
Beatriz Casaus 2012 ©
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