"A veces prefiero hablar con obreros y albañiles, que con esa gente estúpida que se hace llamar culta." (Frida Kahlo)
Esta mañana he sido testigo, como tantas otras veces que camino por el centro de Madrid, de un hecho que no por verlo a menudo adquiere menor importancia. Me refiero a la cantidad de indigentes, inmigrantes que piden limosna, personas que piden en el metro o de los "sin techo", que deambulan por las calles o acampan en alguna esquina provistos tan sólo de cartones, mantas, y en ocasiones tetrabricks de vino (lo que denota que tienen problemas de adicción, lo que no es razón de juicio sino de comprensión).
Ha sido una persona de entre todas ellas, un hombre de raza negra que vendía un periódico de beneficencia y que pedía atención mientras lloraba angustiado sin que nadie le hiciera caso, que me ha llevado a pararme un rato con él. Relatando esta anécdota me niego rotundamente a que se tenga una visión de mí como de "buena persona". Debería ser algo normal tener conciencia de los demás y sobre todo de estas personas desfavorecidas, en vez de sorprendernos cuando alguien se para y comparte un diálogo o limosna con alguien que tiene una enorme desazón porque está solo, lejos de su familia, en un país que se le presenta hostil, del que desconoce su lengua y en el que además malvive en condiciones insalubres. Cuento este hecho sólo para intentar difundir conciencia de la situación injusta en la que viven muchas personas, y para que no se las ignore. Vivimos en un mundo en el que la avaricia por consumir colma nuestras prioridades y nos hace seres egoístas e inconscientes de las necesidades primarias de otras personas que lo están pasando mal.
Pretendo que nos preguntemos cuál es la causa que provoca el sufrimiento de estas personas, no así que lo justifique, para que seamos críticos, y al menos de ese modo, nos volveremos más tolerantes, empáticos y sobre todo agradables con ellos, en vez de ignorarlos o de ponerles mala cara (esta mañana misma he visto eso de parte de unas señoras que vestían con marcas de diseño). Porque esa persona también podrías ser tú y porque todos merecemos unas condiciones dignas de vida.
Un hombre vale más que mil palabras
Como una brecha invisible en el cuerpo,
que abofeteará
con intención inocua
de hacer daño.
Invisible atraviesas
cual espectro,
los ojos huecos
de quienes miran y no te ven.
Tal perversidad radica
en su establecimiento de prioridades:
primero prendas,
(estupidez disfrazada de apariencia),
luego clases sociales,
después títulos, objetos,
después títulos, objetos,
y al final personas,
pero sólo las que son iguales a ellos.
Sordos, que voluntariamente
no oyen llover.
Haré que el llanto
sea la lluvia de tu Guinea
para que así la escuchen,
y haré también que broten de tus ojos
flores y no más lágrimas.
¿Hechos a imagen y semejanza de Dios?
Dios no ignoraría la clemencia
a quien pide ayuda.
Todos creados iguales,
pero casi todos lo han olvidado.
Nadie, aquí eres nadie,
o tal vez igual
a quien dejó de ser alguien,
como un ángel que no sabe que ha caído.
Gracias por dejarme
experimentar la hermosura
en tu piel, bella noche,
que es lo más parecido a la revolución
que he palpado.
En tus dientes de alabastro,
que provocan un diálogo
necesario con mi conciencia,
necesario con mi conciencia,
mientras tu mirada hurga
sin anestesia en el corazón,
mostrando un dolor de emergencia
que no es atendido.
Hacemos trueque de regalos,
yo te doy un papel sin valor
y tú me regalas una sonrisa,
como puertas que se abren
de par en par,
y me das la mano.
Me imagino que tu familia
no querría esto para ti,
ni yo tampoco...
Eres, ¡sin duda lo más bonito que he visto!,
un simple hombre
desnudo de orgullo
pidiendo atención.
A quien el mundo desampara,
condenado a la imperceptibilidad
de una sociedad difunta,
vetado a ser feliz
por injustas prioridades.
¡Aquí no existes amigo!
Un gran hombre perdido,
un diamante encontrado.
Beatriz Casaus 2013 ©