lunes, 23 de diciembre de 2013

Semillas


“Nadie tira piedras a un árbol sin frutos”

Semillas a borbotones brotan del pecho
como esperando a ser germinadas
y crecer en otro corazón sano.
 
Estoy sujeta a las dioptrías del amor,
convertida en su blanco perfecto.
Mi sueño
me sueña a mí todas las noches,
en sentido literal y figurado,
aprieta contra mis costillas
tantos límites y barreras,
una infancia dichosa enlatada,
un jardín con verjas,
el agua embotellada
con fecha de caducidad.
Hasta el pan y el hambre
se han hecho amigos inseparables.
A la felicidad,
la conozco de vista,
me estrechó la mano una vez,
me dio las gracias y me dejó,
como a los sitios abandonados.
He crecido en ciudades mojadas
donde debo subsistir
como el tronco de un árbol
bajo una tormenta.
Intento llenar las botellas de perdón
en vez del alcohol,
para ofrecer a los borrachos
la paz que anhelan.
Persigo otra vez la esperanza,
la espero sentada en mi portal cada día,
ilusionada,
como un gusano que se siente mariposa.
Hay algunas barras de bares donde llueve,
y praderas con sobredosis de sequía,
hay quienes incluso,
buscan la causa climatológica de ello.
Yo lo acepto, como todo lo demás.
No me reservo nada para los malvados
ni los culpables,
si hasta la justicia se encoge de hombros con ellos.
Estoy limpiando mi casa,
he empezado por mi corazón
y mis zapatillas.
Cuando termine, dejaré un regalo para cada uno:
Existe un día, una moraleja,
un abrazo o una propina que dar.
El tambor de la confianza
palpita al ritmo del latir,
hace que nazcan hojas nuevas
donde antes
sólo había cigarrillos.
Mientras,
mis semillas se esparcen en macetas
plantadas por todas partes,
en algunas de ellas nazco,
en otras renazco,
pero en la mayoría me reinvento.


 Beatriz Casaus 2013 ©
 

sábado, 21 de diciembre de 2013

El ermitaño


“Sé la luz de ti mismo” (Buda).


                    La noche oscura del alma (San Juan de la Cruz)


  En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.                     5

 
  A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
(¡oh dichosa ventura!)
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.                     10

 
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía                             
sino la que en el corazón ardía.                 15
 

Aquésta me guïaba
más cierta que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.                    20

 
¡Oh noche que me guiaste!,
¡oh noche amable más que el alborada!,
¡oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!                  25

 
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.               30

 
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.                  35

 
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado. 

(San Juan de la Cruz)

 
El ermitaño
 
Cayó la noche y lo hizo con su particular estruendo silencioso, inundando los rincones de oscuridad con perpetuo sigilo, como tratando de ocultar lo que encierra el día. Apenas había comido en las jornadas anteriores, sus dolores persistían y su cabeza no paraba de atormentarla por ello. De pronto percibió el olor de un aroma que brotaba desde todas partes. Siempre había escuchado que la nariz era el mejor vínculo con el pasado, que el olfato era el sentido más fuerte para perforar la historia olvidada y, entonces, reminiscencias del accidente almacenadas revolotearon en su mente, como unas aves que se filtran con cantos ominosos. Mientras intentaba restablecer cierto equilibrio mental, el enojo que creía muerto comenzó a emerger de nuevo. Hizo un gran esfuerzo para no caer en el agujero negro de sus emociones y volvió a recordar ese olor. El olor de los abrazos cálidos que hacen naufragar al alma. El olor de unos brazos fuertes que no estaban fabricados para soltarla. La misma presencia del amor hecho carne. Se sintió arrollada por el recuerdo del perfume que formaba parte de su piel, un aroma dulce con dejos de ébano y sándalo. El inconfundible perfume que ella misma le había regalado en tantas ocasiones. Sintió el calor de las lágrimas empezar a congregarse detrás de sus ojos, como si tocaran a la puerta de su corazón. Y las dejó salir. Se puso rígida cuando sintió el recuerdo de las caricias que su marido le daba suavemente en sus mejillas.

Era el día de navidad, pero para ella había llegado el momento de alejarse lejos del barullo y estar consigo misma, sola, acompañada únicamente de la presencia de sus dolores y recuerdos. “Qué afortunado se es cuando se está rodeado de personas que te quieren y te lo demuestran, pero cuánto más afortunado se es, cuando eres tú quien les quieres a ellos” pensó. Las ideas se atropellaban unas a otras en su mente. Decidió sacar fuerzas para levantarse, se abrigó y salió de la cabaña. Caminó un buen rato haciéndose paso entre la nevada y se alejó bastante. De pronto, lo que vio no era posible, los bancos de nieve se habían desvanecido, el camino frente a ella había perdido su cubierta de nieve y hielo como si alguien lo hubiera secado soplando. Miró a su alrededor mientras el manto blanco se disolvía y vislumbró una figura acercarse. Era una imagen sobria y pacífica, un anciano que portaba una lámpara en una de sus manos y en el interior de la lámpara había una estrella que brillaba con gran resplandor. El anciano se apoyaba con un báculo dorado, y vestía una larga túnica gris como el color de la ceniza. La expresión de su rostro era pacífica y su espalda estaba doblada hacia delante, como si hubiera trabajado mucho en su vida y quizás fuera el resultado de las preocupaciones pasadas. Se dirigió hacia ella y se paró a menos de dos metros, le saludó y empezó a hablar con serenidad. Ella no daba crédito ante el hecho de cómo había llegado hasta allí ese anciano. Se lo preguntó, pero él no contestó a ninguna de sus inquisitivas preguntas. Quizás estaba viviendo un brote psicótico. El hombre le recordó que estaba lejos, muy lejos y sola en la montaña. Le dijo que había dedicado su vida a aprender, a conocer y amar su cuerpo, pero que ahora debía trascenderlo y amar su alma para encontrar en ella una luz. Le pidió que cerrara los ojos. En este instante observó en su mente la luz que brillaba en la lámpara de aquel hombre con mucha más intensidad.
-“Es la primera vez que veo una luz directamente, antes sólo la veía reflejada en los ojos de él”. Le dijo al anciano asombrada y él sólo replicó:
-“Sigue el camino más puro, el camino de la conciencia”.
Cuando los abrió, el anciano había desaparecido misteriosamente. La noche seguía rodeando todo de oscuridad, la nieve había vuelto a cubrir el paisaje y el camino se había congelado. Increpada por ello y por la desaparición de aquel hombre de forma súbita, volvió a cerrar los ojos para tranquilizarse y vio de nuevo la estrella que había dentro de la lámpara, cada vez más brillante y resplandeciente. Aceptó la noche y paso a paso, volvió a la cabaña andando pacientemente. Supo que nadie podría ofrecerle respuestas y deseó que el trazado de aquel camino se hiciera a partir de ella misma. Había encontrado su propia luz, pero el precio que tenía que pagar para descubrirla, era cerrando los ojos.

Beatriz Casaus 2013 ©

 

viernes, 6 de diciembre de 2013

Dos formas de amar


Quiero expresar mediante estos dos escritos, dos tipos de amor: uno es el que todo el mundo conoce, (yo misma he sido toda una profesional y experta del mismo) y el otro, sólo los que se han tomado el tiempo y la dedicación de conocerse a sí mismos, experimentan.

Sobre este tema ya me he explayado en varias ocasiones con anterioridad, pero me parece necesario hablar acerca de él porque mucha gente no se ha dado cuenta de un detalle que quiero enfatizar: Cuando se necesita a la gente, no se puede amar a la gente.
Sé que desconcierta lo que acabo de decir, porque precisamente hemos estado escuchando lo contrario a través de una cultura que nos ha transmitido un tipo de mensaje sobre el amor, mediante películas, canciones, anuncios publicitarios o un sin fin de modos. Sin embargo se ha omitido un hecho en todo este tiempo, que es lo contrario a lo que se ha transmitido: Mientras necesites a alguien, a ese alguien no lo amas. Lo puedes llamar amor, pero no lo amas en realidad. En nuestra vida se produce una o en varias ocasiones (como es mi caso) ese milagro que es el enamoramiento. Me enamoro de alguien y ese alguien además, ¡por suerte se enamora de mí! Inmediatamente ahí aparece un elemento: la necesidad de la persona de la que me he enamorado, una necesidad desesperada e imperiosa por tenerla a nuestro lado y es entonces, cuando al amor le introducimos una serie de elementos derivados de esa necesidad y lo contaminamos. Aparece así el miedo a la pérdida, los celos, y un montón de emociones junto al amor, que son consecuencia de esa necesidad y del miedo que produce a que desaparezca y así el amor deja de serlo y se convierte en otra cosa, en un fenómeno emocional sin parangón.

En cambio, cuando lo único que importa para vivir es la vida, cuando uno medita y conecta consigo mismo, irremediablemente esa necesidad va desapareciendo poco a poco y ahí es cuando de verdad uno siente o se percata de que ama, y cuando de verdad se disfruta de la vida. Cuando sentimos la necesidad de alguien, realmente no es nuestro verdadero ser, es otra parte de nosotros la que tiene esa necesidad de personas o de cosas, la misma parte que además nos ha llevado por un camino por el que no hemos vivido, sino por el que nos hemos limitado a sobrevivir. Cuando empezamos a vivir, es cuando de verdad nos damos cuenta de lo que es el amor.

Tanto al que le guste como al que no, que se dé por abrazado J
 
Te vas

Como quien no dice nada,
te escabulles
entre los nombres impronunciables
y te vas.
Me conmociona
el minúsculo abismo que separa
tu boca de la mía.
Y yo tengo celos,
de la cuchara que toca tus labios.
Me duele
echarte tanto de menos
que ya casi hasta me gusta,
porque significa
que te quiero en demasía,
pero quererte tanto
lastima.
Así que el dolor es amor
y el amor es dolor.
Tengo marcas invisibles
que lo demuestran.
Quien ama más a alguien
que a uno mismo sufre,
pero quien sufre amando,
vive viviendo
una desdicha placentera.
 

Beatriz Casaus 2013 ©
 
 
Casada conmigo misma
 
No vivo encorvada o encogida por el amor, ni por el tuyo, ni el de nadie.
No vivo temerosa porque acabe, o sumida en celos o emociones que circundan al enamoramiento.
Vivo libre y feliz, porque he abierto mi corazón de par en par. Es soberano y no está maniatado a una emoción limitadora.
Te amo, porque no te necesito. Y sin embargo es ahora, cuando más te estoy amando, y mejor.
Estoy casada conmigo misma y para ello tampoco necesito un anillo, como no necesito nada, ni nadie, porque sé quién soy y de dónde vengo.
Gozo de la vida y sé lo que es y representa, porque vivo en la libertad de amar,
desde el interior más puro.
 
 
 Beatriz Casaus 2013 ©
 

viernes, 22 de noviembre de 2013

Antagonista


"No es síntoma de buena salud, el estar perfectamente adaptado a una sociedad enferma". (J.Krishnamurti)

Antagonista
Me falta escribir todo lo que no está escrito.
Me falta ser insensible a las emociones, volverme fría y racional. Apartar lo emocional de mi vida diaria.
Me falta haber estudiado dos carreras, un máster, haber hecho una tesis, haberme doctorado y hablar cuatro idiomas.
Me falta consumir revistas que proclamen una belleza debajo del umbral de la salud.
Me falta tener una economía desahogada para ahorrar.
Me falta ser precavida para el futuro.
Me falta un seguro de vida, un contrato indefinido y una futura pensión vitalicia.
Me falta una maleta hecha y un billete con parada en la siguiente estación, la del sentido del humor que tanta falta hace.
Me falta guardar un secreto. Tengo muchos.
Me falta hacerme tolerante a la violencia e intolerante a la huida.
Me falta domesticarme en las actividades domésticas.
Me falta volverme una maestra de las emociones, fingir si alguien me cae mal y ocultar que quiero estar con alguien.
Me falta desarrollar aires de grandeza, antipatía y superioridad si elevo mi ego, en proporción directa a mi poder adquisitivo.
Me falta esconder mis sueños, deseos, anhelos, dolores o todo aquello que proviene de mi interior, porque parece vetado y sólo admisible a los niños, a la gente infantil o ultrasensible.
Me falta querer el mejor coche o móvil del mercado, ser propietaria de una casa, o estar movida a conseguirlo.
Me falta querer destacar, ser la protagonista o el centro de atención de todas las miradas de quienes ansían tener lo que no tienen.
Me falta perder mi criterio personal fundiéndome en una simbiosis entre el televisor y mi persona.
Me falta crecer, que no envejecer.
Me falta contar hasta diez antes de hablar.
Me falta necesitar altas dosis de telediario, con noticias malas que perjudican seriamente la salud.
Me falta depender de factores como el tiempo o la cantidad.
Me falta sentirme cómoda con lo establecido.
Me falta no confundir la felicidad con el placer.
Me falta no sentirme como la antagonista de una sociedad sin pies ni cabeza.
(Una sociedad en la que todo el mundo mira hacia otro lado como si no pasara nada. Pensando que nada extraño ocurre y que quienes lo pasan mal están  a miles de kilómetros de distancia, cuando en realidad, es sólo a nosotros a quienes lo más terrible está sucediendo: la pérdido de nosotros mismos. La más triste realidad emocional está a la orden del día, como los altos porcentajes de consumo de antidepresivos demuestran, el aumento de personas que no encuentran sentido a sus vidas o que se sienten solas, inapetentes o tristes. Sin embargo, la más grande liberación al darnos cuenta de ello y al hacer algo al respecto es posible).
Me falta no ser antagónica a las personas que se mueven por dinero. Por competir a ser el mejor, a ganar más. Instadas a seguir los estudios que más dinero reporten y menospreciando las artes o el talento.
Me falta desconocer que la fuerza que impulsa mis venas es ayudar, tanto a nivel económico, mental o emocional y el día que deje de serlo, me habré perdido yo también.
Me falta ignorar el hecho de que los seres humanos más pobres, son aquellos que no saben compartir.
 
Con todo esto puedo decir que me faltan demasiadas cosas,
pero son cosas, a las que no echo nada en falta.

Beatriz Casaus 2013 ©
 

domingo, 10 de noviembre de 2013

Apátrida

Soy del viento,

como una bocanada de aire fresco,

salteando las encrucijadas de la confusión en la atmósfera.

Vivo a la intemperie,

regando la tierra con sonrisas

de aquellas que comienzan en la boca

y terminan en los pies.

Con la palma de mi mano tendida hacia arriba

sin mostrar nada,

sólo recogiendo lo que queda por conseguir.

Adelante, siempre hacia adelante sin un hogar al que regresar.

Lo que el recuerdo más grande perdona

me hace llegar a la frontera del olvido.

 Deshilachando la máscara de la personalidad

ensombrecida, por los miedos cosidos a mano.

Soy del aire,

como una llanura ciega sin retorno

ni dirección que guíe el camino

más que el sonido del silbido de mi instinto.

Viajando de poblado en poblado,

para oler el azufre de la mentira en los volcanes,

tocar la cúpula efímera de las catedrales,

ser testigo de la infinitud

de la selva perdida en el tiempo,

dar forma a las piedras solitarias de las montañas

o para tirar aquello que no hace falta,

que son la mayoría de las cosas acumuladas por los años.

Desde donde nace un suspiro

 y se pierde un soplo de vida

las raíces se extienden dentro de mí,

hacia la esperanza del núcleo donde floto sin alas,

con el silencio que golpea a un grito,

para contar una historia nueva al alba,

como cada mañana.

Mi arquitectura,

es de las manos que no dan forma.

Mi sonido,

la caricia gélida del rocío en las flores.

Los colores no crecen en ninguna parte.

Son mis hermanastros, ellos también nacieron del sol.

Soy apátrida, anónima, extranjera, foránea.

Sigo la geometría del viento y llego muy arriba si quiero,

hasta llegar al final de los números.

Mi vista no tiene límites

porque no tengo ojos que aprieten mi visión.

Soy rebelde como un huracán,

y tan cálida como una brisa fresca.

Derribo torres de oro o castillos de barro.

Me cuesta mucho manejarme,

estoy fuera de la edad pero no del clima.

He encontrado un sentido para experimentar

el puente de amor que se había disuelto en el cielo.

No lo puedo tocar,

es como una pregunta etérea que no se responde,

un secreto desnudo por voces abiertas.

Esta realidad es muy difícil,

pero lo sería mucho más si no fuera libre.

Que se sepa que de amor no se muere nadie,

que sólo el tiempo,

amante de la indiferencia,

es capaz de escapar del vendaval de la pasión

y que el enamoramiento,

son falsas ráfagas de amor,

que buscan la boca para derramar

besos

         de aire.
 
Beatriz Casaus 2013 ©
 

Los poetas que luchaban contra las palabras


“Yo tengo un concepto dramático de la vida, y romántico, no me corresponde lo que no llega profundamente a mi sensibilidad.”(Pablo Neruda)

Tanto como un libro en sí, tengo una especial predilección por el prólogo del mismo, y soy capaz de rechazar un buen libro si el prólogo que le antecede no me ha gustado. Sin embargo, hay algunos que me inyectan curiosidad y me incitan a seguir leyendo, este ha sido el caso del prólogo del libro “Confieso que he vivido” de Pablo Neruda. Que os guste. El prólogo, el libro si lo queréis leer y lo que aquí se escribe :)

“Estas memorias o recuerdos son intermitentes y a ratos olvidadizos porque así precisamente es la vida. La intermitencia del sueño nos permite sostener los días de trabajo. Muchos de mis recuerdos se han desdibujado al evocarlos, han devenido en polvo como un cristal irremediablemente herido.
Las memorias del memorialista no son las memorias del poeta. Aquél, vivió tal vez menos, pero fotografió mucho más y nos recrea con la pulcritud de los detalles. Éste nos entrega una galería de fantasmas sacudidos por el fuego y la sombra de su época.
Tal vez no viví en mí mismo; tal vez viví la vida de los otros. De cuanto he dejado escrito en estas páginas se desprenderán siempre –como en las arboledas de otoño y como en el tiempo de las viñas- las hojas amarillas que van a morir y las uvas que revivirán en el vino sagrado. Mi vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta.” (Prólogo del libro: Confieso que he vivido, de Pablo Neruda)


Los poetas que luchaban contra la palabra

Se preguntaban cómo definir,
limitar, determinar o acorralar,
aquello que no tiene forma.
Lo invertebrado de un sentimiento
o una vivencia.
Ni el mejor de los poetas,
si es que hay uno, 
ni el mejor de los lingüistas,
logrará captar la esencia
de un momento,
ni hacer sentir un ápice de lo sutil
y abstracto de algo inmaterial,
por bellos y articulados
términos que utilicen.
Lo único que podrán hacer,
es batallar en su mente
buscando vocablos precisos,
crear nuevos conceptos de la realidad
mediante signos expresados
en distintas lenguas,
que describan con su pensamiento

lo que evoca su corazón.

Los poetas son los guerreros de la lengua

artífices de un puzzle subjetivo.
Su propio puzzle, del que son
Creadores.
Transforman y la dan vida
en base a sus sentimientos.  
Pelean contra las palabras
enfrentando
lo que sienten con valentía,
pero saldrán de ello
incólumes,
porque han lidiado consigo mismos.
La diferencia entre un poeta
y alguien que no lo es,
es que el poeta siente
la imperiosa necesidad
de luchar contra sí mismo

y expresarlo.

 Beatriz Casaus 2013 ©
 

sábado, 19 de octubre de 2013

Puntos de vista

"Nada ha cambiado. Excepto mi actitud. Por eso, todo ha cambiado" (A. de Melho)

¿Qué prefieres, tener la razón o ser feliz? (Anónimo)

"Quien no encaja en el mundo, está siempre cerca de encontrarse a sí mismo". (Herman Hesse)
 
Era viernes por la tarde y yo acababa de salir del trabajo, los viernes el horario era reducido y como un animal muerto de hambre, decidí llamar como un recurso de supervivencia a mi madre, quien me sedujo al instante con la idea de hacerme unos espaguetis si iba a visitarla. Aquella era una oferta a la que no podía negarme sobre todo sabiendo que en mi nevera no había nada que fuera comestible o que se fuera a caducar en los próximos días. “Mira tu hermana, tiene 35 años, está casada, vive en su propia casa y tiene un hijo, tú deberías ir haciendo lo mismo o al menos ir pensando en ello que ya tienes una edad”. Sentenció mi madre sin anestesia mientras me servía el plato de espaguetis en la mesa, sin medir el efecto que aquellas palabras producían en alguien que se replanteaba su vida a cada segundo como una fusta para auto flagelarse. “Las vecinas no paran de comentarme que qué hija más guapa tengo  y que si ya tiene novio formal”. Por estos y peores comentarios las visitas a casa de mi madre eran cada vez más reducidas y espaciadas en el tiempo. Siempre había sido la loca de la familia, la oveja descarriada que hacía lo que quería y la rebelde sin causa. Aquella visión que tenían de mi persona no me molestaba si no fuera por aquellos comentarios insufribles que iban asociados a ello. Engullí los espaguetis como pude y me tomé el postre casi sin rechistar. Mi madre no tenía la culpa de pensar cómo pensaba, según su punto de vista estaba haciendo lo correcto y en realidad sólo lo hacía porque se preocupaba, así que al despedirme solía darla un abrazo y decirla que yo estaba bien y que no se preocupara, así ella se quedaba relajada y de paso, yo también. Repetía esa frase con asiduidad en mi cabeza como un mantra aunque en realidad no me sintiera así. “Estoy bien, estoy bien” y al final de tanto repetirlo uno hasta se lo cree. Aunque ella no se lo tragaba del todo y se despedía preguntándome que si realmente estaba bien porque me veía demasiado delgada y que comiera más.  Llegué a casa cansada de toda la semana, me tumbé en el sofá y justo cuando estaba a punto de conciliar el sueño, sonó el teléfono. Cuando te acaban de despertar de la siesta no sueles contestar todo lo amable que se espera, así que en vez de un agradable ¿Sí, diga? Escupí un seco: ¡Sí! ¡Diga!. Mi hermana se asustó y me preguntó que si estaba bien. Era la segunda persona en ese día que me lo preguntaba a lo que le contesté con total sinceridad que me acababa de interrumpir la única siesta de la semana que tenía, y que por favor me contara la razón de su llamada. Empezó a contarme cosas sin sentido, como intentando dar vueltas a algo sin decir nada en realidad y noté como su voz se quebraba y se quedó en silencio. “¿Qué te pasa?” Le pregunté. “Nada, nada”. “¿Cómo que nada, pero si estás llorando?”“No, no estoy llorando, es que estaba pelando cebollas”. “Ah, que estás cocinando a las 5 de la tarde…” “Sí, estoy haciendo una tortilla. A Dani le gusta y me la ha pedido”. “¿Me vas a contar qué te pasa?”Insistí. Ese fue el comienzo de un diálogo que duró dos horas y cuarto. Mi hermana estaba superada con su maternidad y papel de ama de casa, se dedicaba en cuerpo y alma a su hijo y había dejado de lado todas sus inquietudes y trabajo para dedicárselo a su marido y bebé, el cual absorbía las veinticuatro horas de su día, lo que la hacía sentir desbordada. Para una persona como mi hermana, con tanta capacidad intelectual, tener que dedicar todo su tiempo a un trabajo físico, aunque fuera tan enriquecedor como es cuidar a un hijo, la hacía sentir incompleta o insatisfecha. Yo la entendía perfectamente, porque aquel era mi miedo respecto a la maternidad también. Hablamos, se desahogó e incluso al final nos estuvimos riendo un buen rato. Lo bueno de nuestra familia, es que incluso en las peores situaciones de la vida, siempre hemos encontrado alguna razón para reírnos. Una vez, a mis hermanos y a mí hasta nos echaron de un entierro, y es que aún no entiendo por qué no se puede uno reír en un entierro, estoy segura que a la persona que se va, le gustaría más que ver a sus seres queridos pataleando de dolor. En otras culturas, cuando alguien se muere incluso le hacen una fiesta, pero aquí en occidente es todo sobrio, lúgubre y trágico. Aunque claro, entiendo la pérdida y el duelo que hay que pasar. Cuando murió mi padre fue un proceso desgarrador, pero le despedimos con una sonrisa e intentamos seguir nuestra vida con cariño a su recuerdo y sin la necesidad de ir contando a todo el mundo lo que había pasado engrandando el dolor de su pérdida. Pasó y punto. Siempre he creído en esa frase de que: “No son las situaciones las que te hacen sentir de un modo u otro, si no el modo en el que tú te las tomas” y de todo se sale, eso lo tengo más que comprobado. Había quedado a las 6 de la tarde para ir al cine con dos amigas. Cada cual más peculiar. Una, era azafata de vuelo y vivía inmersa en la vorágine de la persecución de la belleza física, la juventud y siendo víctima de la presión social por conseguir el aspecto físico perfecto, tanto para su trabajo como para su vida personal. Para ello se gastaba más de la mitad de su sueldo en adquirir el último trapito de moda y consumía en los centros comerciales sin saciarse, casi como una droga. Se había hecho cuatro operaciones de estética y aún se seguía sintiendo poco atractiva. La otra, estaba absorbida por su trabajo y no la veía desde hacía bastante tiempo, por esa misma razón. Su único tema de conversación giraba en torno a su empresa y no entendía como una persona como yo, que según ella estaba capacitada para desarrollar un trabajo más cualificado, me contentara con tener una posición mediocre en una empresa sin ningún beneficio, según sus propias palabras. En realidad tenía toda la razón del mundo desde un punto de vista material, pero mi opinión era diferente. Antes de entrar en el cine, cuando estábamos haciendo la cola, Luisa, la azafata, empezó a llorar sin razón alguna. María se percató pero no la hizo mucho caso. Yo intenté consolarla pero María me interrumpió, “Déjala, ¿no ves que tiene que estar sonriendo todo el tiempo en su trabajo?, necesita desahogarse con las únicas personas con las que puede hacerlo. Todo el mundo esconde los sentimientos negativos y en algún momento tienen que salir”. Me pareció desolador lo que me acababa de decir, pero tenía razón, Luisa lo único que necesitaba era llorar en aquel momento y no sabía muy bien por qué, así nos lo explicó. Nosotras simplemente la escuchamos y abrazamos, ni tan siquiera ella sabía la causa exacta de su llanto, simplemente le había salido así .Nos explicó que como vivía sola y pasaba mucho tiempo sola en los aeropuertos y en su trabajo las relaciones eran superficiales, en cuanto tuvo un contacto más real, necesitó llorar. Tras aquella anécdota que me dejó un poco tocada, nos metimos en el cine de versión original. Es una pena que las películas se doblen y que los únicos sitios donde se proyectan cintas originales sean en cines pequeños donde acude poca gente, aunque aquello también tiene su encanto, todo sea dicho. Tras la película nos fuimos de cañas. Conseguí que Luisa se lo pasara bien y que María se interesara por hablar otros temas  y como siempre, yo llegué a casa más contenta de lo debido. Cuando abrí la puerta, me encontré a Isaac desnudo esperándome con pose sexy y con la casa abarrotada de velas por todas partes. No sabía si reír o qué hacer, la situación era bastante embarazosa pero me había hecho ilusión. Isaac nunca había usado las llaves de casa antes, excepto para aquel día en el que me quedé encerrada en el cuarto de baño, en el que tuvimos que llamar al cerrajero para que rompiera el cerrojo y sacarme. Encontrármelo desnudo con su incipiente barriga y su sonrisa blanqueada no me excitó sino que me dieron ganas de reír. Así que eso fue lo que hice. Pero a Isaac poco le importó y se abalanzó sobre mí en ese momento. Para mi sorpresa se quedó toda la noche. A la mañana siguiente se fue de casa sin tomar café, con prisa por no llegar tarde para no despertar a sus hijos. Mentía a su mujer diciéndole que se iba de fiesta con sus colegas de trabajo pero él estaba convencido de que ella no le mentía a él. “Para ella la fidelidad es muy importante, si se enterara me mataría, además como la tengo contentísima en la cama no creo que ni se le pase por la cabeza”. Me comentó en una ocasión. Y yo me quedaba con cara de tonta cada vez que salía por la puerta. Nunca sabía exactamente cuándo le iba a volver a ver o si esa iba a ser la última vez. La culpabilidad hurgaba en mi conciencia y me sentía como “la otra” irremediablemente. Me levanté, me duché y me miré al espejo. En ese momento recordé el dibujo extraño de su espalda arqueada, sus gruesas manos y el modo con que tocaba la superficie de mi anatomía. Miré a aquella mujer que estaba en frente de mí en el espejo como si fuese una desconocida y lo hice de forma objetiva. Logré posicionarme en el punto del observador que miraba el espejo y no desde mí misma o desde mi punto de vista subjetivo. Pensé en él otra vez, también de forma objetiva y me di cuenta que no me hacía feliz aquella situación, ni esa relación ni todo lo demás. Que mi vida no era lo que yo esperaba que fuera y que probablemente si me operara, tuviese mejor físico, consumiera más, trabajase más o me casara y tuviera hijos como mis dos amigas, mi hermana o mi madre me señalaba, tampoco lo sería. Debía haber algo más. Algo que se me escapaba. Miré mi cuerpo desde fuera sin ningún tipo de juicio. Observé, simplemente. Sin ningún pensamiento que se colara por mi cabeza me di cuenta de que  la realidad no era ni buena ni mala, de que esa imagen que estaba mirando de mi propia persona, la percibía través de mis reflejos condicionados y de forma subjetiva. Que como la realidad, aquel reflejo que se presentaba ante mí o mi vida, no era más que una imagen a la que ahora le había cambiado el punto de vista de observación y con ello su perspectiva. Aunque el reflejo fuera el mismo que había estado mirando durante todos estos años, mi forma de verlo había cambiado y por lo tanto de sentirme. No sé cómo, no lo recuerdo, pero un momento después me caí y me debí dar un golpe contra el suelo bastante fuerte porque me quedé todo el día acostada. La gente de mi alrededor me dice que el golpe que me di me trastocó pero yo les digo que fue antes del golpe que cambié. Ellos no me entienden ni me creen, pero me da igual. Yo sólo sé que ahora cuando visito a mi madre y me pregunta si estoy bien, ya no me esfuerzo en repetir nada, la sonrío y ella se queda tranquila.
Beatriz Casaus 2013 ©





sábado, 12 de octubre de 2013

Animadversión a lo mejor


Desmitificar la idea de que algo o alguien es mejor que otra cosa o persona es un arduo trabajo. Estamos acostumbrados a catalogarlo todo, incluido al género humano, reduciendo nuestro objetivo a convertirnos en lo mejor y a querer destacar por encima de los demás. De ahí las continúas listas que nos bombardean en todos los ámbitos de nuestra vida.
Sin duda, vivir sin buscar la fama, el reconocimiento o el dinero, es sinónimo de calidad y de personas que basan su criterio más allá de su propia estima o del propio dinero y no como hacen la mayoría de los escritores, pintores, directores de cine, actores y guionistas actuales que priorizan lo primero ante todo. Si la fama llega o el dinero llega, bienvenido sea, pero que no sea el único propósito y por supuesto, no es sinónimo de ser mejor que alguien que no lo ha conseguido.

Hay personas que no buscan ni han buscado tal finalidad. Véase el caso de José Luis Sampedro quien aún teniendo la posibilidad de vanagloriarse en vida eligió vivir de forma modesta mientras sus colegas de profesión se mofaban de él por tal decisión. Incluso, a sabiendas de que su muerte podría convertirse en un acto mediático, pidió a sus allegados que no publicasen la noticia hasta que hubieran sido exhumados sus restos y así evitaría la mitificación de su persona y toda la parafernalia del espectáculo una vez muerto, como suele pasar.

Otros ejemplos son Jorge Luis Borges, quien decía que se sentía orgulloso de que no le hubieran otorgado el Nobel de Literatura porque así estaba en la misma lista que Kafka o Proust quienes no lo habían recibido tampoco. O el propio Jean Paul Sartre, que rechazó el prestigioso premio en 1964 y en una entrevista a una revista francesa aclaró su gesto:

"¿Por qué rechacé ese premio? Porque estimo que desde hace cierto tiempo tiene un color político.

Si hubiera aceptado el Nobel (y aunque hubiera hecho un discurso insolente en Estocolmo, lo que hubiera sido absurdo ) habría sido recuperado. Si hubiera sido miembro de un partido, del partido comunista, por ejemplo, la situación hubiera sido diferente. Indirectamente hubiera sido a mi partido que el premio habría sido discernido; es a él, en todo caso, que hubiera podido servir. Pero cuando se trata de un hombre aislado, aunque tenga opiniones "extremistas" se lo recupera necesariamente de un cierto modo, coronándolo. Es una manera de decir: "Finalmente es de los nuestros". Yo no podía aceptar eso.

La mayoría de los diarios me han atribuido razones personales: estaría herido porque Camus lo había obtenido antes que yo...tendría miedo que Simone de Beauvoir se sintiera celosa, a lo mejor era un alma bella que rechazaba todos los honores por orgullo. Tengo una respuesta muy simple: si tuviéramos un gobierno de Frente Popular y que me hubiera hecho el honor de discernirme un premio, lo habría aceptado con placer. No pienso para nada que los escritores deban ser caballeros solitarios, por el contrario. Pero no deben meterse en un avispero.

Lo que más me ha molestado en este asunto son las cartas de los pobres. Los pobres para mí son las personas que no tienen dinero pero que están suficientemente mistificadas para aceptar el mundo tal cual es. Esa gente forma legión. Me han escrito cartas dolorosas: "Deme a mí el dinero que rechaza".

En el fondo lo que escandaliza es que ese dinero no haya sido gastado. Cuando Mauriac escribe en su agenda: "Yo lo hubiera usado para arreglar mi cuarto de baño y el cerco de mi parque", es un maligno: sabe que no provocará ningún escándalo. Si hubiera distribuido ese dinero habría chocado más a la gente. Rechazarlo es inadmisible. Un norteamericano ha escrito: "Si me dan 100 dólares y los rechazo, no soy un hombre". Y además está la idea de que un escritor no merece ese dinero. El escritor es un personaje sospechoso. No trabaja, gana dinero y puede ser recibido, si lo quiere, por un rey de Suecia. Eso ya es escandaloso. Si además rechaza el dinero que no ha merecido, es el colmo. Se considera natural que un banquero tenga dinero y no lo dé. Pero que un escritor pueda rechazarlo, eso no pasa.

Todo esto es el mundo del dinero y las relaciones con el dinero son siempre falsas. Rechazo 26 millones y me lo reprochan, pero al mismo tiempo me explican que mis libros se venderán más porque la gente va a decirse: "¿Quién es este atropellado que escupe sobre semejante suma?". Mi gesto va pues a reportarme dinero. Es absurdo pero no puedo hacer nada. La paradoja es que rechazando el premio no he hecho nada. Aceptándolo hubiera hecho algo, que me habría dejado recuperar por el sistema".


 Nada es mejor que otra cosa, ni nadie es mejor que otra persona. Las listas forman parte de una absurda obsesión. La diversidad es lo único que hay, calificar según una escala no suma, en realidad reduce. Reduce porque deja de lado injustamente a una mayoría, basándose en los criterios personales y subjetivos de quien fabrica esas listas. Propicia el enjuiciamiento y arraiga la idea de competitividad en la sociedad. Esto también, es sólo una opinión más, así que la podéis tomar en consideración o no. Pero muchas gracias por leerme.

Beatriz Casaus 2013 ©


Gozo de no ser mejor

El mejor trabajador del año,

la mejor periodista de la televisión,

el más acertado científico,

el más prodigioso atleta,

el mejor bailarín de la compañía,

la cantante del año,

el más rico del mundo,

la canción de la década,

la empresa que más beneficios ha adquirido,

la mejor vestida de entre todas las famosas,

el mejor cuerpo del verano,

la sonrisa del año,

el más alto de la clase,

la más guapa del mundo,

el mejor amante,

el premio nobel al mejor escritor del año,

el político del milenio,

el óscar a la mejor película,

los premios, el reconocimiento,

el mejor, la mejor, el más, la más.

 
Me agotan los sufijos -ísimo, -ísima.

 
Lo mejor que he hecho

ha sido darme cuenta

de que nunca he hecho nada mejor

que nadie.

 
Bienvenido al reposo de quien canta, ríe, baila, escribe,

por el simple gozo de hacerlo.

 
Beatriz Casaus 2013 ©