jueves, 4 de marzo de 2021

Superar la ira


“Se cuenta que, en una ocasión, un hombre se acercó a Buda y, sin decir palabra, le escupió en la cara. Sus discípulos se enfurecieron. Ananda, el discípulo más cercano, le pidió a Buda:

- ¡Dame permiso para darle su merecido a este hombre!

Buda se limpió la cara con serenidad y le respondió a Ananda:

- No. Yo hablaré con él.

 Y uniendo las palmas de las manos en señal de reverencia, le dijo al hombre:

- Gracias. Con tu gesto me has permitido comprobar que la ira me ha abandonado. Te estoy tremendamente agradecido. Tu gesto también ha demostrado que a Ananda y a los otros discípulos todavía pueden invadirle la ira. ¡¡Muchas gracias!! ¡Te estamos muy agradecidos!!

Obviamente, el hombre no daba crédito a lo que escuchaba, se sintió conmocionado y apenado. “

 

He querido dejar esta breve parábola aquí porque me parece de gran valor su enseñanza y creo necesaria para los momentos que vivimos. Ofrece varias lecturas, pero yo he sacado estas de las que hablo a continuación y quiero compartir con vosotros por si le ayuda a alguien.  

 

Lo fácil es recurrir a la ira o a la venganza. Si aprendemos a controlar eso y a situarnos en nuestro centro, nos volvemos poderosos, porque podemos controlar los propios impulsos naturales humanos y nos liberamos de ellos. Para ello recurro a algunos trucos que a mí me funcionan: ayunar, ya que controlas el deseo de comer y cuando lo superas, te empoderas. También la práctica de la meditación, porque ayuda a centrarnos y a relajarnos, y, por último, practicar la bondad, la compasión y el perdón,  incluso con nuestros enemigos.

 

Cuando se aprende a controlar los bajos instintos, se evoluciona como seres humanos y como espíritus, y esa es la verdadera razón de nuestra existencia, pues somos seres espirituales viviendo una experiencia física.

 

Hay que cultivar el amor. Cuando desprendes amor y no juzgas, te liberas. Llegar a ese punto es difícil pero no imposible. Sobre todo, aporta algo que no aporta la ira y la rabia que es la paz.

 

Una vez me preguntaron si podría enumerar las buenas personas y malas personas que me he encontrado en mi camino y lo tuve claro. Nunca he encontrado ninguno de los dos. Pero buenas personas cometiendo errores que las han hecho parecer malas personas, muchas, muchas veces.

 

Puedo hablar con conocimiento de causa porque yo también he sufrido injusticias y lo he pasado mal.  Aunque sufrí por un tiempo, luego me di cuenta de que los que me hacían daño eran yo, ya que no hay separación y que podía entender incluso su dolor, aunque no su comportamiento.  En el momento en que entendí su verdadera labor a un nivel profundo, la situación cesó.

 

Las personas que nos hacen daño son nuestros maestros porque nos enseñan nuestras heridas para poder sanarlas.

 

Aunque sea una experiencia difícil, soportar a enemigos o personas que nos hacen daño, en realidad es una experiencia rica en aprendizaje y de limpieza. A no ser que nos apeguemos a la revancha y al juego de hacer daño, porque en ese caso nos crearemos más sufrimiento.

 

Los enemigos presentan lo que no soportas de ti, porque lo que vemos en los otros es un reflejo nuestro. Con eso me refiero a que son los verdaderos maestros, porque nos enseñan qué tenemos que arreglar dentro de nosotros, y cuando se hace, desaparecen las situaciones desagradables y nuestras heridas, el hacernos consciente de ellas, se superan.

 

Esta parábola además enseña que no solamente se trata de ignorar las actitudes negativas de los demás: a veces, también puede ser bueno no tomar en serio cuando nos elogian o nos adulan. Mantenernos distantes de esos elogios puede ser la mejor opción para controlar el ego.


Que tengáis un bonito día 😊

 

Beatriz Casaus 2021 ©