sábado, 19 de octubre de 2013

Puntos de vista

"Nada ha cambiado. Excepto mi actitud. Por eso, todo ha cambiado" (A. de Melho)

¿Qué prefieres, tener la razón o ser feliz? (Anónimo)

"Quien no encaja en el mundo, está siempre cerca de encontrarse a sí mismo". (Herman Hesse)
 
Era viernes por la tarde y yo acababa de salir del trabajo, los viernes el horario era reducido y como un animal muerto de hambre, decidí llamar como un recurso de supervivencia a mi madre, quien me sedujo al instante con la idea de hacerme unos espaguetis si iba a visitarla. Aquella era una oferta a la que no podía negarme sobre todo sabiendo que en mi nevera no había nada que fuera comestible o que se fuera a caducar en los próximos días. “Mira tu hermana, tiene 35 años, está casada, vive en su propia casa y tiene un hijo, tú deberías ir haciendo lo mismo o al menos ir pensando en ello que ya tienes una edad”. Sentenció mi madre sin anestesia mientras me servía el plato de espaguetis en la mesa, sin medir el efecto que aquellas palabras producían en alguien que se replanteaba su vida a cada segundo como una fusta para auto flagelarse. “Las vecinas no paran de comentarme que qué hija más guapa tengo  y que si ya tiene novio formal”. Por estos y peores comentarios las visitas a casa de mi madre eran cada vez más reducidas y espaciadas en el tiempo. Siempre había sido la loca de la familia, la oveja descarriada que hacía lo que quería y la rebelde sin causa. Aquella visión que tenían de mi persona no me molestaba si no fuera por aquellos comentarios insufribles que iban asociados a ello. Engullí los espaguetis como pude y me tomé el postre casi sin rechistar. Mi madre no tenía la culpa de pensar cómo pensaba, según su punto de vista estaba haciendo lo correcto y en realidad sólo lo hacía porque se preocupaba, así que al despedirme solía darla un abrazo y decirla que yo estaba bien y que no se preocupara, así ella se quedaba relajada y de paso, yo también. Repetía esa frase con asiduidad en mi cabeza como un mantra aunque en realidad no me sintiera así. “Estoy bien, estoy bien” y al final de tanto repetirlo uno hasta se lo cree. Aunque ella no se lo tragaba del todo y se despedía preguntándome que si realmente estaba bien porque me veía demasiado delgada y que comiera más.  Llegué a casa cansada de toda la semana, me tumbé en el sofá y justo cuando estaba a punto de conciliar el sueño, sonó el teléfono. Cuando te acaban de despertar de la siesta no sueles contestar todo lo amable que se espera, así que en vez de un agradable ¿Sí, diga? Escupí un seco: ¡Sí! ¡Diga!. Mi hermana se asustó y me preguntó que si estaba bien. Era la segunda persona en ese día que me lo preguntaba a lo que le contesté con total sinceridad que me acababa de interrumpir la única siesta de la semana que tenía, y que por favor me contara la razón de su llamada. Empezó a contarme cosas sin sentido, como intentando dar vueltas a algo sin decir nada en realidad y noté como su voz se quebraba y se quedó en silencio. “¿Qué te pasa?” Le pregunté. “Nada, nada”. “¿Cómo que nada, pero si estás llorando?”“No, no estoy llorando, es que estaba pelando cebollas”. “Ah, que estás cocinando a las 5 de la tarde…” “Sí, estoy haciendo una tortilla. A Dani le gusta y me la ha pedido”. “¿Me vas a contar qué te pasa?”Insistí. Ese fue el comienzo de un diálogo que duró dos horas y cuarto. Mi hermana estaba superada con su maternidad y papel de ama de casa, se dedicaba en cuerpo y alma a su hijo y había dejado de lado todas sus inquietudes y trabajo para dedicárselo a su marido y bebé, el cual absorbía las veinticuatro horas de su día, lo que la hacía sentir desbordada. Para una persona como mi hermana, con tanta capacidad intelectual, tener que dedicar todo su tiempo a un trabajo físico, aunque fuera tan enriquecedor como es cuidar a un hijo, la hacía sentir incompleta o insatisfecha. Yo la entendía perfectamente, porque aquel era mi miedo respecto a la maternidad también. Hablamos, se desahogó e incluso al final nos estuvimos riendo un buen rato. Lo bueno de nuestra familia, es que incluso en las peores situaciones de la vida, siempre hemos encontrado alguna razón para reírnos. Una vez, a mis hermanos y a mí hasta nos echaron de un entierro, y es que aún no entiendo por qué no se puede uno reír en un entierro, estoy segura que a la persona que se va, le gustaría más que ver a sus seres queridos pataleando de dolor. En otras culturas, cuando alguien se muere incluso le hacen una fiesta, pero aquí en occidente es todo sobrio, lúgubre y trágico. Aunque claro, entiendo la pérdida y el duelo que hay que pasar. Cuando murió mi padre fue un proceso desgarrador, pero le despedimos con una sonrisa e intentamos seguir nuestra vida con cariño a su recuerdo y sin la necesidad de ir contando a todo el mundo lo que había pasado engrandando el dolor de su pérdida. Pasó y punto. Siempre he creído en esa frase de que: “No son las situaciones las que te hacen sentir de un modo u otro, si no el modo en el que tú te las tomas” y de todo se sale, eso lo tengo más que comprobado. Había quedado a las 6 de la tarde para ir al cine con dos amigas. Cada cual más peculiar. Una, era azafata de vuelo y vivía inmersa en la vorágine de la persecución de la belleza física, la juventud y siendo víctima de la presión social por conseguir el aspecto físico perfecto, tanto para su trabajo como para su vida personal. Para ello se gastaba más de la mitad de su sueldo en adquirir el último trapito de moda y consumía en los centros comerciales sin saciarse, casi como una droga. Se había hecho cuatro operaciones de estética y aún se seguía sintiendo poco atractiva. La otra, estaba absorbida por su trabajo y no la veía desde hacía bastante tiempo, por esa misma razón. Su único tema de conversación giraba en torno a su empresa y no entendía como una persona como yo, que según ella estaba capacitada para desarrollar un trabajo más cualificado, me contentara con tener una posición mediocre en una empresa sin ningún beneficio, según sus propias palabras. En realidad tenía toda la razón del mundo desde un punto de vista material, pero mi opinión era diferente. Antes de entrar en el cine, cuando estábamos haciendo la cola, Luisa, la azafata, empezó a llorar sin razón alguna. María se percató pero no la hizo mucho caso. Yo intenté consolarla pero María me interrumpió, “Déjala, ¿no ves que tiene que estar sonriendo todo el tiempo en su trabajo?, necesita desahogarse con las únicas personas con las que puede hacerlo. Todo el mundo esconde los sentimientos negativos y en algún momento tienen que salir”. Me pareció desolador lo que me acababa de decir, pero tenía razón, Luisa lo único que necesitaba era llorar en aquel momento y no sabía muy bien por qué, así nos lo explicó. Nosotras simplemente la escuchamos y abrazamos, ni tan siquiera ella sabía la causa exacta de su llanto, simplemente le había salido así .Nos explicó que como vivía sola y pasaba mucho tiempo sola en los aeropuertos y en su trabajo las relaciones eran superficiales, en cuanto tuvo un contacto más real, necesitó llorar. Tras aquella anécdota que me dejó un poco tocada, nos metimos en el cine de versión original. Es una pena que las películas se doblen y que los únicos sitios donde se proyectan cintas originales sean en cines pequeños donde acude poca gente, aunque aquello también tiene su encanto, todo sea dicho. Tras la película nos fuimos de cañas. Conseguí que Luisa se lo pasara bien y que María se interesara por hablar otros temas  y como siempre, yo llegué a casa más contenta de lo debido. Cuando abrí la puerta, me encontré a Isaac desnudo esperándome con pose sexy y con la casa abarrotada de velas por todas partes. No sabía si reír o qué hacer, la situación era bastante embarazosa pero me había hecho ilusión. Isaac nunca había usado las llaves de casa antes, excepto para aquel día en el que me quedé encerrada en el cuarto de baño, en el que tuvimos que llamar al cerrajero para que rompiera el cerrojo y sacarme. Encontrármelo desnudo con su incipiente barriga y su sonrisa blanqueada no me excitó sino que me dieron ganas de reír. Así que eso fue lo que hice. Pero a Isaac poco le importó y se abalanzó sobre mí en ese momento. Para mi sorpresa se quedó toda la noche. A la mañana siguiente se fue de casa sin tomar café, con prisa por no llegar tarde para no despertar a sus hijos. Mentía a su mujer diciéndole que se iba de fiesta con sus colegas de trabajo pero él estaba convencido de que ella no le mentía a él. “Para ella la fidelidad es muy importante, si se enterara me mataría, además como la tengo contentísima en la cama no creo que ni se le pase por la cabeza”. Me comentó en una ocasión. Y yo me quedaba con cara de tonta cada vez que salía por la puerta. Nunca sabía exactamente cuándo le iba a volver a ver o si esa iba a ser la última vez. La culpabilidad hurgaba en mi conciencia y me sentía como “la otra” irremediablemente. Me levanté, me duché y me miré al espejo. En ese momento recordé el dibujo extraño de su espalda arqueada, sus gruesas manos y el modo con que tocaba la superficie de mi anatomía. Miré a aquella mujer que estaba en frente de mí en el espejo como si fuese una desconocida y lo hice de forma objetiva. Logré posicionarme en el punto del observador que miraba el espejo y no desde mí misma o desde mi punto de vista subjetivo. Pensé en él otra vez, también de forma objetiva y me di cuenta que no me hacía feliz aquella situación, ni esa relación ni todo lo demás. Que mi vida no era lo que yo esperaba que fuera y que probablemente si me operara, tuviese mejor físico, consumiera más, trabajase más o me casara y tuviera hijos como mis dos amigas, mi hermana o mi madre me señalaba, tampoco lo sería. Debía haber algo más. Algo que se me escapaba. Miré mi cuerpo desde fuera sin ningún tipo de juicio. Observé, simplemente. Sin ningún pensamiento que se colara por mi cabeza me di cuenta de que  la realidad no era ni buena ni mala, de que esa imagen que estaba mirando de mi propia persona, la percibía través de mis reflejos condicionados y de forma subjetiva. Que como la realidad, aquel reflejo que se presentaba ante mí o mi vida, no era más que una imagen a la que ahora le había cambiado el punto de vista de observación y con ello su perspectiva. Aunque el reflejo fuera el mismo que había estado mirando durante todos estos años, mi forma de verlo había cambiado y por lo tanto de sentirme. No sé cómo, no lo recuerdo, pero un momento después me caí y me debí dar un golpe contra el suelo bastante fuerte porque me quedé todo el día acostada. La gente de mi alrededor me dice que el golpe que me di me trastocó pero yo les digo que fue antes del golpe que cambié. Ellos no me entienden ni me creen, pero me da igual. Yo sólo sé que ahora cuando visito a mi madre y me pregunta si estoy bien, ya no me esfuerzo en repetir nada, la sonrío y ella se queda tranquila.
Beatriz Casaus 2013 ©





sábado, 12 de octubre de 2013

Animadversión a lo mejor


Desmitificar la idea de que algo o alguien es mejor que otra cosa o persona es un arduo trabajo. Estamos acostumbrados a catalogarlo todo, incluido al género humano, reduciendo nuestro objetivo a convertirnos en lo mejor y a querer destacar por encima de los demás. De ahí las continúas listas que nos bombardean en todos los ámbitos de nuestra vida.
Sin duda, vivir sin buscar la fama, el reconocimiento o el dinero, es sinónimo de calidad y de personas que basan su criterio más allá de su propia estima o del propio dinero y no como hacen la mayoría de los escritores, pintores, directores de cine, actores y guionistas actuales que priorizan lo primero ante todo. Si la fama llega o el dinero llega, bienvenido sea, pero que no sea el único propósito y por supuesto, no es sinónimo de ser mejor que alguien que no lo ha conseguido.

Hay personas que no buscan ni han buscado tal finalidad. Véase el caso de José Luis Sampedro quien aún teniendo la posibilidad de vanagloriarse en vida eligió vivir de forma modesta mientras sus colegas de profesión se mofaban de él por tal decisión. Incluso, a sabiendas de que su muerte podría convertirse en un acto mediático, pidió a sus allegados que no publicasen la noticia hasta que hubieran sido exhumados sus restos y así evitaría la mitificación de su persona y toda la parafernalia del espectáculo una vez muerto, como suele pasar.

Otros ejemplos son Jorge Luis Borges, quien decía que se sentía orgulloso de que no le hubieran otorgado el Nobel de Literatura porque así estaba en la misma lista que Kafka o Proust quienes no lo habían recibido tampoco. O el propio Jean Paul Sartre, que rechazó el prestigioso premio en 1964 y en una entrevista a una revista francesa aclaró su gesto:

"¿Por qué rechacé ese premio? Porque estimo que desde hace cierto tiempo tiene un color político.

Si hubiera aceptado el Nobel (y aunque hubiera hecho un discurso insolente en Estocolmo, lo que hubiera sido absurdo ) habría sido recuperado. Si hubiera sido miembro de un partido, del partido comunista, por ejemplo, la situación hubiera sido diferente. Indirectamente hubiera sido a mi partido que el premio habría sido discernido; es a él, en todo caso, que hubiera podido servir. Pero cuando se trata de un hombre aislado, aunque tenga opiniones "extremistas" se lo recupera necesariamente de un cierto modo, coronándolo. Es una manera de decir: "Finalmente es de los nuestros". Yo no podía aceptar eso.

La mayoría de los diarios me han atribuido razones personales: estaría herido porque Camus lo había obtenido antes que yo...tendría miedo que Simone de Beauvoir se sintiera celosa, a lo mejor era un alma bella que rechazaba todos los honores por orgullo. Tengo una respuesta muy simple: si tuviéramos un gobierno de Frente Popular y que me hubiera hecho el honor de discernirme un premio, lo habría aceptado con placer. No pienso para nada que los escritores deban ser caballeros solitarios, por el contrario. Pero no deben meterse en un avispero.

Lo que más me ha molestado en este asunto son las cartas de los pobres. Los pobres para mí son las personas que no tienen dinero pero que están suficientemente mistificadas para aceptar el mundo tal cual es. Esa gente forma legión. Me han escrito cartas dolorosas: "Deme a mí el dinero que rechaza".

En el fondo lo que escandaliza es que ese dinero no haya sido gastado. Cuando Mauriac escribe en su agenda: "Yo lo hubiera usado para arreglar mi cuarto de baño y el cerco de mi parque", es un maligno: sabe que no provocará ningún escándalo. Si hubiera distribuido ese dinero habría chocado más a la gente. Rechazarlo es inadmisible. Un norteamericano ha escrito: "Si me dan 100 dólares y los rechazo, no soy un hombre". Y además está la idea de que un escritor no merece ese dinero. El escritor es un personaje sospechoso. No trabaja, gana dinero y puede ser recibido, si lo quiere, por un rey de Suecia. Eso ya es escandaloso. Si además rechaza el dinero que no ha merecido, es el colmo. Se considera natural que un banquero tenga dinero y no lo dé. Pero que un escritor pueda rechazarlo, eso no pasa.

Todo esto es el mundo del dinero y las relaciones con el dinero son siempre falsas. Rechazo 26 millones y me lo reprochan, pero al mismo tiempo me explican que mis libros se venderán más porque la gente va a decirse: "¿Quién es este atropellado que escupe sobre semejante suma?". Mi gesto va pues a reportarme dinero. Es absurdo pero no puedo hacer nada. La paradoja es que rechazando el premio no he hecho nada. Aceptándolo hubiera hecho algo, que me habría dejado recuperar por el sistema".


 Nada es mejor que otra cosa, ni nadie es mejor que otra persona. Las listas forman parte de una absurda obsesión. La diversidad es lo único que hay, calificar según una escala no suma, en realidad reduce. Reduce porque deja de lado injustamente a una mayoría, basándose en los criterios personales y subjetivos de quien fabrica esas listas. Propicia el enjuiciamiento y arraiga la idea de competitividad en la sociedad. Esto también, es sólo una opinión más, así que la podéis tomar en consideración o no. Pero muchas gracias por leerme.

Beatriz Casaus 2013 ©


Gozo de no ser mejor

El mejor trabajador del año,

la mejor periodista de la televisión,

el más acertado científico,

el más prodigioso atleta,

el mejor bailarín de la compañía,

la cantante del año,

el más rico del mundo,

la canción de la década,

la empresa que más beneficios ha adquirido,

la mejor vestida de entre todas las famosas,

el mejor cuerpo del verano,

la sonrisa del año,

el más alto de la clase,

la más guapa del mundo,

el mejor amante,

el premio nobel al mejor escritor del año,

el político del milenio,

el óscar a la mejor película,

los premios, el reconocimiento,

el mejor, la mejor, el más, la más.

 
Me agotan los sufijos -ísimo, -ísima.

 
Lo mejor que he hecho

ha sido darme cuenta

de que nunca he hecho nada mejor

que nadie.

 
Bienvenido al reposo de quien canta, ríe, baila, escribe,

por el simple gozo de hacerlo.

 
Beatriz Casaus 2013 ©

miércoles, 2 de octubre de 2013

Prisionera y un poema corto


“Me aparto de la gente que considera a la insolencia valor y cobardía a la ternura. Y también me aparto de aquellos que consideran charlatanería a la sabiduría e ignorancia al silencio” (Khalil Gibrán)

Prisionera
Dejadme tranquila ahora que puedo no ser,
ahora que puedo volar con el nombre pegado
a una boca que no es mía,
agarrada a un destino de abrazos

que aprietan tanto,
que duelen y asfixian.
¿Dónde está la libertad de haber nacido libre?
La princesa se ha convertido en reina
de su propia mazmorra.
Pero ser reina tiene mayor jerarquía

que ser princesa,
aunque sea dentro de una cárcel de oro.
Dejadme tranquila ahora
que he visto morir el verano en las hojas caídas.
 Las mismas que cubrirán mi corona
cuando me case de negro,
como las noches sin estrellas

de las ciudades vacías.
Suceden muchas cosas,
ahora mismo sucede que estoy envejeciendo.
El silencio tal vez nos enseñe
que callar nuestra voz es morir en un mar frío.
Dejadme quedarme quieta sin deshojar los días.
No quiero saber nada del arrepentimiento,
de esa espiga en un zapato nuevo,   
de permanecer entretenida

en fábricas de estabilidades ficticias,
ni de olvidar quién soy
aunque la mayoría lo haya hecho.
No tengo nada que ver con vivir sin estar vivo.
Dejadme tranquila
que he decidido volver a nacer ahora mismo
para no perder más el tiempo.
No seré más una reina prisionera,
me voy,
no porque no me guste este sitio,
sino porque me gustan

todos los demás.

Beatriz Casaus 2013 ©
 
Conformidad
Pocas cosas me han dicho tan poco,
pero con lo poquito que me dicen algunas cosas,
esas pocas cosas,
ya me dicen mucho.

 Beatriz Casaus 2013 ©