domingo, 25 de septiembre de 2022

Vale ser yo

 


Cumplir años me ha enseñado entre otras cosas, que la opinión de los demás, es solo es eso, la opinión de los demás. Hay casi ocho mil millones de opiniones como personas existen en el mundo. Solo son opiniones y cada cual tiene la suya. Ninguna tiene más valor ni es más verdadera que la otra. Por lo tanto, no darle importancia es una muestra de inteligencia. Siempre he basado mi valor en opiniones ajenas y eso solo me ha llevado a apartarme cada vez más de mí misma. A traicionarme de algún modo, descentralizarme y a proyectar en los demás una idealización más allá de toda realidad y lógica. Al darme cuenta de este nimio pero revelador detalle, la liberación que va a asociada a ello, es lo más esclarecedor que me ha pasado. No importa lo que hagas, la gente opinará sobre ello, y puedes ser malentendida/o, criticada/o, cuestionada/o, juzgada/o e incluso atacada/o. Y da igual, es solo su opinión. Ahora hago lo que siento y creo que es correcto basado en la creencia de que tomo las decisiones acertadas en las diferentes áreas de mi vida. Yo soy como yo soy y eso, y creedlo o no, es lo más importante que hemos venido a hacer. Ser quienes somos, saber de nuestro valor y simplemente, ser. Actuar según uno siente, cree y piensa, se llama coherencia y practicarla, es un hábito que otorga salud y un valor que suele faltar en nuestros comportamientos. Un abracito.


Vale ser yo.

A veces se hace difícil

apuntar la dirección de una lanza sin punta.

No se puede ser tan cobarde

como para no escucharse a uno mismo.


¿Y si el fin del mundo se produjera en mí misma?

Pues es solo mi mundo el que se rompe

dentro de un alegato encerrado

en una sepultura de por vida.


Nos han enseñado a resignarnos

mientras perdemos las ilusiones

que nos han permitido crecer

y no solo la comida,

cómo nos hicieron pensar.

“Para crecer tienes que comer”,

nos han dicho siempre.

Pues no.

Yo me nutro de esperanza, sueños e ilusiones

y si no las albergo en mis células,

mi vida no se puede pronunciar en mi boca.


Se desvanecen las palabras antes

de pronunciarlas porque me quedaría sin voz.

Muda y despierta a la vez no se puede estar.


He conocido las gestas de los héroes

que claman su verdad

y estas no son oídas por todos,

porque todos tenemos una idea diferente

de cómo deberían ser las cosas.


No es un fatuo final pronunciarse,

es no hacerlo y vivir bajo los entresijos

de los manejes ajenos.  


Yo solo sigo las exigencias de la justicia,

que no perdona ni un acto en el olvido.

No somos bellos por lo que callamos,

sino por lo que decimos en alto,

y, sobre todo,

por lo que nos decimos a nosotros mismos.


Luces y sombras son ajenas entre ellas.

Los cumplidos me encarcelan

y manejan a sus anchas.

Las críticas sin embargo son amigas,

porque siempre he sido mi principal verdugo.


No quiero integrarme en el río

de las opiniones de los demás,

porque me pierdo

y no sé dónde queda mi límite 

entre los otros y yo.


Se me hace difícil liderar mi vida de ese modo.

La vida no se puede transitar en modo pasivo.

O se vive, o se muere en vida

y yo ya he muerto tantas veces 

que me sé el camino.


Me suelo regañar a menudo por no entender

que el mañana no se puede regalar,

así que intento con arduo 

y casi hercúleo esfuerzo 

de hacer valioso cada despertar.


Beatriz Casaus 2022 ©




domingo, 26 de junio de 2022

Nadir

 "¿Estás seguro de que estamos despiertos? me parece que aún dormidos, soñamos" (Sueño de una noche de verano, William Shakespeare)


Sueños de una mañana

se acercan en la misma posición celeste

en la que sale el sol.

No es el zénit lo que acaricia el deseo,

sino lo diametralmente opuesto.

Su nadir, me atrae más y me embarca 

en dulces ironías

flotando como el aire 

enmarañado de pensamientos.

Se acerca esa marejada,

su mirada oculta y perdida

en los albores de mi memoria.

Allí donde caen los recuerdos al ser olvidados.

Todo lo recoge ese sol del horizonte,

se lo lleva el recuerdo palpitante.

Voy construyendo los pasos en libertad

mientras me levanto sola en esta habitación,

donde se han perdido los gemidos de un placer lejano.

Ya no me levanto por las noches

a contemplar las vísceras de los días caídos.

Los ojos me pesan como losas cargadas de costumbres.

Vivo sin esperar nada a cambio.

Vivo, por si pueden cambiar las cosas.

Las esperas nunca han sido lo mío

y sin embargo son mi mejor costumbre.

Es la noche la que me acoge

entre sus infatigables brazos de descanso.

Allí me puedo derrumbar si quiero

y ser un huésped en mi propia casa.

Lo más lejano del punto opuesto,

brillante, luminoso, soy,

porque no puedes ser amanecer

sin haber tocado el ocaso.

El mismo punto conecta entre una y otra cosa.

Es el declive del éxito lo que hace saborear la gloria.

Aguas bravas empapan los tiempos

en los que los soñadores

mirábamos por la ventana.

Todo es cuestión de intención.

Qué alimentar en los castillos

que cada uno se ha construido.

Las noches más oscuras acompañan 

a las mañanas más luminosas.

Luces y sombras son la misma cosa.  

No hay nada más placentero

que adentrarse en el propio hecho

de perderse para saber tu procedencia.

Solo los valientes caen para levantarse,

los que indagan en las profundidades

para conocer las superficies 

con soberana facilidad y desapego.

Todo llega cuando estás más lejos de algo.

Vuelve,

para tocar los oscuros espejos del nadir.

Robados de esperanza y consuelo.

De esa esperanza

de llegar a lo alto

para saborear el suelo.

 

Beatriz Casaus 2022 ©




domingo, 15 de mayo de 2022

La chica del fondo


Nunca se sintió princesa, sino más bien un G.I. Joe. No le gusta el rosa, ella prefiere vestir de blanco. No le gustan las joyas, ni la bisutería. Odia los pendientes de perlas. No le gusta hablar mal de otras mujeres. Si le preguntan cuál es su mejor complemento en un look, ella dice que un libro.

Le gustan los niños, los perros y los bebés, es lo único que ve por la calle. Pero nunca tuvo un sentimiento maternal muy desarrollado. Su anhelo u objetivo en la vida no ha sido casarse sino aprender más sobre la consciencia y sobre cómo evolucionar como ser humano y como alma. Se aburre soberanamente cuando los únicos temas de conversación de la mayoría de las mujeres con las que se relaciona giran en torno a sus hijos. Le gusta hablar de ideas suyas o de las que otros han escrito antes, cultura en general o sobre temas tabú como la muerte y las experiencias cercanas a la muerte, porque cree que son los únicos momentos en los que el velo se cae y se muestra la verdad.

No le gusta cocinar, ni compartir recetas. La pasta o la pizza no es su comida favorita. No le gusta la música salsa, el reggaetón o la bachata. Le gusta Chopin, el rock y las letras comprometidas o las creaciones originales. No le gustan los tíos cachas. Ni los muy guapos. Encuentra sumamente atractiva la bondad y la vulnerabilidad. No le gusta alardear de nada. Le gusta ser humilde. No le gusta ser el centro de atención. Se le facilitó un ego como quien reparte caramelos a la salida de un colegio y a ella le tocó uno lo suficiente básico como para que le permitiera utilizarlo para no llegar tarde a los sitios, saber la fecha que es o cosas mundanas por el estilo, porque si no, ella se considera de otro planeta. No se siente irremplazable o el ombligo del mundo. Cosa inhóspita en ese reparto de egos superlativos. Se queja de que conoce muy poca gente con poco ego.

Le gusta ser considerada con los demás y no hacer sentir de menos. Todo lo contrario, le gusta hacer sentir bien a todo el mundo a su alrededor. Su propósito es ser feliz haciendo feliz. No le gusta el idioma francés. Le gusta la sutil musicalidad y delicadeza del idioma portugués. Cuando algunas mujeres le indican sus gustos sobre Netflix y todos giran en torno a telenovelas sudamericanas que ni siquiera aparecen en su lista de sugeridos (la propia plataforma sabe que no le despiertan ni el más mínimo ápice de interés) ella les comenta para su sorpresa, que lo último que ha visto en Netflix han sido cuatro documentales, el último, muy interesante, trata sobre un ensayo clínico con setas alucinógenas en personas que sufren depresión desde hace más de dieciocho años y la frustración que sienten tanto doctores implicados en el estudio como los propios voluntarios al no poder continuar con esos tratamientos que han comprobado que sí funcionan pero que están prohibidos.

Disfruta mucho estando con gente, pero ama estar sola. Se considera honesta y sincera, leal y devota. Si alguien no le cae bien se le nota, no puede ser hipócrita. No le gusta hablar de la gente a sus espaldas. Vive sola y sin embargo lleva diez años con su pareja. Cree que la convivencia es un error. Pasa muchos días seguidos junto a su pareja, pero el espacio de cada uno, así como el tiempo de cada uno cuando lo necesite, le parece vital. No le gusta mandar a los demás o hacer que hagan lo que quiera. No es sutil ni sibilina. No le gusta convencer a alguien de nada. Si tiene un mal día no lo paga con nadie, en el peor caso, no sale de casa y así no tienen que aguantarle. Le gusta sudar, hacer ejercicio y no poder hablar si va corriendo. No le gusta hablar hasta por los codos. Le gusta el silencio y a veces hace ayunos de silencio. Le gusta hablar bajito. Le gusta viajar, pero no le gusta aparecer en las fotos de sus viajes. Nunca ha estado en París, y sin embargo muere de ganas de ir a Nueva Guinea o los destinos de los que nadie habla. No le gusta planear los viajes. No le gusta planear nada. Le gusta la improvisación y no saber qué va a pasar. No le gusta hablar por teléfono ni por WhatsApp. Le gusta mirar a la gente a los ojos y cogerles de la mano si comparten con ella algún dolor. Le gusta ir a los restaurantes caros, pero disfruta igual en una tasca o una franquicia. No se fija en los detalles de las cosas, no es observadora. No necesita nada caro en su vida. No distingue una gama cromática más allá de los colores primarios.  No le gusta criticar, juzgar o analizar la vida de nadie. Le gusta decir a las demás cosas bonitas. No le gusta que las personas tengan que adivinar qué le pasa. Le gusta la vida sana, pero se ha emborrachado en incontables ocasiones en su vida. Alguna vez le han tenido que llevar a casa y acostarle o sostener su cabeza para vomitar. No le gusta decir no, cuando quiere decir que sí. Le gusta hablar diciendo palabrotas. No le gusta ser políticamente correcta todo el tiempo. No le gusta opinar igual que la mayoría. Le gusta pensar por sí misma, por eso no ve la televisión. No le gusta sentirse la más guapa, ni tiene esa necesidad. Sus inquietudes son intelectuales y espirituales.

Es como esa chica del fondo de un local de moda, que se esconde tras una copa cargada de ron y poco Sprite, y que no para de tocarse el pelo porque se siente nerviosa si le observan. Lleva aún el abrigo en la mano porque no sabe cómo marcharse de una fiesta que no va con ella. La que se obliga a socializar. La que intenta pasar desapercibida, la que no necesita estar en la primera fila. De la que nadie habla al entrar. Pero de la que nadie se olvida, y no por lo bonita que es, sino porque cuando se la conoce, te das cuenta que no quedan muchas así.

 

Beatriz Casaus 2022 ©


**** Documentales y series recomendados de Netflix: End Game, Extremis, Surviving death, Doing Good, Magic Medicine, The Last Shaman, La asistenta, Pretend it´s a city, Life after death, El dilema de las redes sociales, After Death (con Ricky Gervais) The Crown, Anne with an E, Lo que el pulpo me enseñó, Stranger Things....***