domingo, 15 de mayo de 2022

La chica del fondo


Nunca se sintió princesa, sino más bien un G.I. Joe. No le gusta el rosa, ella prefiere vestir de blanco. No le gustan las joyas, ni la bisutería. Odia los pendientes de perlas. No le gusta hablar mal de otras mujeres. Si le preguntan cuál es su mejor complemento en un look, ella dice que un libro.

Le gustan los niños, los perros y los bebés, es lo único que ve por la calle. Pero nunca tuvo un sentimiento maternal muy desarrollado. Su anhelo u objetivo en la vida no ha sido casarse sino aprender más sobre la consciencia y sobre cómo evolucionar como ser humano y como alma. Se aburre soberanamente cuando los únicos temas de conversación de la mayoría de las mujeres con las que se relaciona giran en torno a sus hijos. Le gusta hablar de ideas suyas o de las que otros han escrito antes, cultura en general o sobre temas tabú como la muerte y las experiencias cercanas a la muerte, porque cree que son los únicos momentos en los que el velo se cae y se muestra la verdad.

No le gusta cocinar, ni compartir recetas. La pasta o la pizza no es su comida favorita. No le gusta la música salsa, el reggaetón o la bachata. Le gusta Chopin, el rock y las letras comprometidas o las creaciones originales. No le gustan los tíos cachas. Ni los muy guapos. Encuentra sumamente atractiva la bondad y la vulnerabilidad. No le gusta alardear de nada. Le gusta ser humilde. No le gusta ser el centro de atención. Se le facilitó un ego como quien reparte caramelos a la salida de un colegio y a ella le tocó uno lo suficiente básico como para que le permitiera utilizarlo para no llegar tarde a los sitios, saber la fecha que es o cosas mundanas por el estilo, porque si no, ella se considera de otro planeta. No se siente irremplazable o el ombligo del mundo. Cosa inhóspita en ese reparto de egos superlativos. Se queja de que conoce muy poca gente con poco ego.

Le gusta ser considerada con los demás y no hacer sentir de menos. Todo lo contrario, le gusta hacer sentir bien a todo el mundo a su alrededor. Su propósito es ser feliz haciendo feliz. No le gusta el idioma francés. Le gusta la sutil musicalidad y delicadeza del idioma portugués. Cuando algunas mujeres le indican sus gustos sobre Netflix y todos giran en torno a telenovelas sudamericanas que ni siquiera aparecen en su lista de sugeridos (la propia plataforma sabe que no le despiertan ni el más mínimo ápice de interés) ella les comenta para su sorpresa, que lo último que ha visto en Netflix han sido cuatro documentales, el último, muy interesante, trata sobre un ensayo clínico con setas alucinógenas en personas que sufren depresión desde hace más de dieciocho años y la frustración que sienten tanto doctores implicados en el estudio como los propios voluntarios al no poder continuar con esos tratamientos que han comprobado que sí funcionan pero que están prohibidos.

Disfruta mucho estando con gente, pero ama estar sola. Se considera honesta y sincera, leal y devota. Si alguien no le cae bien se le nota, no puede ser hipócrita. No le gusta hablar de la gente a sus espaldas. Vive sola y sin embargo lleva diez años con su pareja. Cree que la convivencia es un error. Pasa muchos días seguidos junto a su pareja, pero el espacio de cada uno, así como el tiempo de cada uno cuando lo necesite, le parece vital. No le gusta mandar a los demás o hacer que hagan lo que quiera. No es sutil ni sibilina. No le gusta convencer a alguien de nada. Si tiene un mal día no lo paga con nadie, en el peor caso, no sale de casa y así no tienen que aguantarle. Le gusta sudar, hacer ejercicio y no poder hablar si va corriendo. No le gusta hablar hasta por los codos. Le gusta el silencio y a veces hace ayunos de silencio. Le gusta hablar bajito. Le gusta viajar, pero no le gusta aparecer en las fotos de sus viajes. Nunca ha estado en París, y sin embargo muere de ganas de ir a Nueva Guinea o los destinos de los que nadie habla. No le gusta planear los viajes. No le gusta planear nada. Le gusta la improvisación y no saber qué va a pasar. No le gusta hablar por teléfono ni por WhatsApp. Le gusta mirar a la gente a los ojos y cogerles de la mano si comparten con ella algún dolor. Le gusta ir a los restaurantes caros, pero disfruta igual en una tasca o una franquicia. No se fija en los detalles de las cosas, no es observadora. No necesita nada caro en su vida. No distingue una gama cromática más allá de los colores primarios.  No le gusta criticar, juzgar o analizar la vida de nadie. Le gusta decir a las demás cosas bonitas. No le gusta que las personas tengan que adivinar qué le pasa. Le gusta la vida sana, pero se ha emborrachado en incontables ocasiones en su vida. Alguna vez le han tenido que llevar a casa y acostarle o sostener su cabeza para vomitar. No le gusta decir no, cuando quiere decir que sí. Le gusta hablar diciendo palabrotas. No le gusta ser políticamente correcta todo el tiempo. No le gusta opinar igual que la mayoría. Le gusta pensar por sí misma, por eso no ve la televisión. No le gusta sentirse la más guapa, ni tiene esa necesidad. Sus inquietudes son intelectuales y espirituales.

Es como esa chica del fondo de un local de moda, que se esconde tras una copa cargada de ron y poco Sprite, y que no para de tocarse el pelo porque se siente nerviosa si le observan. Lleva aún el abrigo en la mano porque no sabe cómo marcharse de una fiesta que no va con ella. La que se obliga a socializar. La que intenta pasar desapercibida, la que no necesita estar en la primera fila. De la que nadie habla al entrar. Pero de la que nadie se olvida, y no por lo bonita que es, sino porque cuando se la conoce, te das cuenta que no quedan muchas así.

 

Beatriz Casaus 2022 ©


**** Documentales y series recomendados de Netflix: End Game, Extremis, Surviving death, Doing Good, Magic Medicine, The Last Shaman, La asistenta, Pretend it´s a city, Life after death, El dilema de las redes sociales, After Death (con Ricky Gervais) The Crown, Anne with an E, Lo que el pulpo me enseñó, Stranger Things....***