jueves, 23 de febrero de 2012

Hay de todo en esta viña

Hay ojos que ni ven,
ni oídos que escuchan
la composición que una mente
interpreta con unas manos.

Hay voces destruídas
antes de reproducirse
en las cuerdas vocales
de una garganta.

Hay ideas ignoradas
al ser un planteamiento
de gente que no ha comprado su fama.

Hay medidas de alienación
para olvidar quién eres
y mantener el orden
en una uniforme masa.

Hay cerebros que son ordenadores programados
con "programas de televisión"
y hay palabras que siguen
adheridas a conceptos equivocados.

Hay razones sin lógica
y una sinrazón del sentir,
pues es más fácil ser lógico con lo que sientes
que con aquello que piensas
para ser feliz.

Hay personas que no viven
y que siguen pensando que el éxtasis
es propio del monopolio del cielo.
Hay quienes piensan,
que se encuentra en cada expresión de grandeza.

Hay infinidad de imágenes
requeridas en el apartado de "importante recordar",
a la hora de enfrentarse al mundo.

Hay manos que no tocan
y besos que palpan esas manos.
Hay espéctaculo en una mirada
que no necesita hablar.
Hay, quien por no hablar nada,
no utiliza ni sus labios, ni sus manos.

Hay relaciones por doquier
de personas doloridas
que buscan en la otra persona
todo aquello que les falta.

Hay aparatos que miden sincronicidades,
libros que dicen lo que otros han dicho,
radios que hablan lo que otros hablan,
y sin embargo,
hay gente que no está preparada.

También hay,
quienes como Ulises
sólo pensaban en su Penélope,
sin escuchar tan siquiera,
los bellos cánticos de las sirenas.

Beatriz Casaus 2012 ©

martes, 14 de febrero de 2012

Amar sí es mérito humano


Te busqué en muchos hombres pero ninguno eras tú.

Te dejé alas para que buscaras tu libertad y me aparté.

Te llamé pareja cuando en realidad eras compañero de experiencias.

Te tendí la mano y el brazo si hubiera hecho falta.

Te enseñé que el amor tiene numerosas ventajas.

Te escuché cuando habías olvidado tu voz.

Te alimenté con un vocabulario de emociones del que eras analfabeto.

Te protegí como una madre cuando ese no era mi papel.

Te brindé los mejores instantes compartidos.

Te respeté al descubrir que la perfección no es mérito humano.

Te acompañé cuando cambiaste de rumbo.

Te intenté cambiar y me liberé

al conocer que el cambio viene a través de mí.

Te reconocí,

cuando me rebelé contra mí misma.

Te encontré,

cuando me reconcilié con la vida.

Me equivoqué,

cuando te responsabilicé

       de mi felicidad.

Y te perdí,

 el mismo día

que
        te
             necesité.

Beatriz Casaus 2012 ©


miércoles, 8 de febrero de 2012

Hasta luego, New York

En la ciudad de Nueva York, se puede encontrar de todo excepto un taxi cuando hace falta o un apartamento de alquiler que no sea demasiado caro.

Yo vivía en el barrio de Chelsea, entre la novena y la décima avenida, y compartía piso con un compañero, quien se había convertido en mi mejor amigo, como suele pasar con aquellas personas que te ven a menudo en pijama y ropa interior. Mi calle estaba repleta de muchas galerías de arte y en los últimos meses había sido testigo de cómo varias de las que proliferaban en el Soho se habían movido allí. Era gracioso ver a los críticos de arte escondidos bajo sus caros sombreros, vergonzosos, mientras deambulaban los jueves y los viernes noche  para encontrar una pieza única. Estoy segura que preferirían pasear relajadamente con sus mejores prendas por la quinta avenida, pero el caramelo de un precio mucho más económico era razón suficiente como para ir al barrio gay de la ciudad a comprar.
 Esa noche llegaba tarde, lo habitual en mí. De nada me servía el reloj que mi madre me acababa de regalar para intentar ingresar un poco de orden y formalidad a mi vida.  Se le había metido en la cabeza que ese aparato de precisión me iba a cambiar. No lo llevaba nunca en la muñeca y lo guardaba con ahínco en las profundidades más recónditas de mi bolso. Me gustaba mi vida caótica y no tenía ninguna intención de cambiarla. Había pasado varios años en la universidad estudiando física y no me sirvió para nada. Mi madre pensaba que mi vida siempre iba hacia un mayor desorden, como “la teoría del caos”, pero yo tenía un orden establecido en ese caos, sólo que era diferente al nivel de organización que el de mi familia.
Me dirigía al club de moda. Había dos cosas que me encantaban del “Oasis Club”, que la entrada era gratuita y que allí se cocía lo más moderno del panorama alternativo de la ciudad, y decir eso de una ciudad como aquella, significaba encontrarte con artistas desconocidos que en un futuro próximo podrían convertirse en los próximos “Red Hot Chilli Pepppers”.  Tardé media hora más bajo el invierno frío de Manhattan para encontrar un taxi libre. Cuando lo encontré, resultó ser un taxista hortera que llevaba una camiseta con la bandera americana, y se cercioró de que el viaje le saliera rentable, porque aunque el club no quedaba demasiado lejos de casa, (en el “East side”) me  cobró casi veinte dólares por el trayecto.
Cuando llegué, el sitio estaba abarrotado como todos los viernes.  Bajé directa al sótano, no sin antes pedir en la barra una cerveza bien fría y darle un par de tragos. Lo primero que vi, fue como un fan borracho vagaba sobre el escenario intentando besar a Antoni mientras le quitaba el micrófono de la mano. Antoni no le daba importancia riéndose, pero al instante dos tipos aparecieron y le echaron sin vacilación del local. Antoni paró de tocar el piano, agarró una copa, brindó a su salud y siguió con su show. El Oasis era el lugar de culto de los músicos bohemios por aquellos años. Solían tocar allí sus nuevos trabajos y así conocían de primera mano si gustaba o no. Últimamente el local se había convertido en un sitio de ambiente gay e incluso muchos de sus cantantes eran travestis que acababan de salir del armario.
Yo también cantaba, pero sólo hacía versiones de clásicos porque no me atrevía aún a componer. No había vencido el miedo que me provocaba el pensamiento de que algún día la inspiración se pudiera ir. Por eso cuando escuchaba a Antoni interpretar sus propias canciones, me invadían sentimientos contrarios, por un lado, le albergaba una profunda y devota admiración y por otra, la envidia me mataba. Aquella noche me invitaron a la fiesta que daba uno de los chicos del local después del concierto y allí fue donde nos conocimos. No tardamos ni dos copas para convertirnos en íntimos. Le confesé embriagada que tenía el don de hacerme llorar cada vez que tocaba, no sabía explicarlo, pero era como si su música estuviera envuelta en un aura espiritual. Con las pintas de tipo duro que tenía, me parecía gracioso que en realidad no fuera cantante “punk”. Su sensibilidad era la más auténtica que había encontrado en ningún otro artista. Se hacía tan palpable sobre el escenario, que el público le miraba  hipnotizado y hambriento, para no perder ni uno de sus gestos, que conmovían  y llegaban muy dentro. Esa misma noche, acabamos revolcándonos por el suelo de la habitación de su apartamento y los dos nos olvidamos completamente de quiénes éramos. Él, un chico que no me quería y yo, una chica enamorada de alguien que no me convenía.
Al cabo de unos meses, Antoni se volvió autodestructivo, me hacía muchísimo daño ver como alguien con tanto talento lo estropeaba todo. El alcohol y las drogas se habían convertido en parte de su rutina diaria y aunque yo no quise admitirlo, me enteré de que incluso pudo haber participado en alguna orgía. Traté de no escucharme, y durante meses me hacía la loca, simplemente porque me sentía afortunada de estar con la persona a la que más admiraba. Pero una noche, él colapsó. O quizás fui yo. Le encontré en su apartamento tendido en el suelo e inconsciente. No paré de gritar su nombre histéricamente y de intentar reanimarle, los minutos se hacían eternos hasta que llegaba la ambulancia.Sentí como si mi vida también se iba junto con la suya.

Antoni mejoró y  el mismo día que se dio cuenta de que tenía que dejar ese mundo irreal en el que se había sumergido, le dejé. Recuerdo que antes de irme me preguntó: “¿Qué razón hay en el mundo para seguir manteniendo la esperanza?”  y yo, que siempre tenía una explicación científica para todo, haciendo alarde de mis años de carrera,le dije: “Bueno, la naturaleza ha hecho un gran esfuerzo para que existamos...cada célula de nuestro cuerpo contiene casi dos metros de código de ADN y si juntáramos todas las células de nuestro cuerpo por los extremos, se podría dar la vuelta a la tierra cinco millones de veces. Esa es una cantidad demasiado grande como para no darla importancia... Adiós Antoni…” Recuerdo su risa por el comentario mientras me iba. Al cerrar la puerta de su apartamento, comprendí que la longitud de nuestro ADN no era en ningún caso una señal de desorden, aunque mi madre se empeñara que en el mío sí...

Los artistas que de verdad emocionan son aquellos que usan el arte como una necesidad de expresar lo que llevan dentro. Me convencí que lo que yo tenía dentro también tenía que sacarlo, porque lo necesitaba.

En la ciudad de Nueva York, se puede encontrar de todo excepto un corazón dispuesto a querer y una belleza acogedora en sus edificios. El tiempo pasa rápido pero los inviernos se hacen largos, su belleza no es suficiente y los artistas bohemios duermen con nostalgia hasta que llegue la primavera. Yo, necesitaba una ciudad que fuera más dulce…

Beatriz Casaus 2012 ©

(Inspirado en Rufus Wainwright y en su canción Grey Gardens)



jueves, 2 de febrero de 2012

Ser fiel a uno mismo

"Tendrás todo lo que sueltes, todo lo demás te tendrá o te soltará a ti". (Buda)

Ser fiel a uno mismo significa escucharme
y darme la importancia que merezco.
Si algo no me hace feliz, no lo hago. Punto.
Ya olvidé lo que significa “aquello que piensan los demás”.
Confiar en la voz interior, que siempre es como un dulce susurro que hace sentir tan bien…
No malgastar mi tiempo en acomodarme a otros.
Durante tiempo olvidé mi importancia y me entregaba sin medida, perdiéndome a mí misma.
Ahora he encontrado toda mi fuerza y mi poder y soy capaz de todo. Soy el milagro de mi propia vida.
Actuar desde y para mí.
Ya no pertenezco a los intereses del mundo. No me fijo en sus imágenes ni pretendo ser alguien más. Me acepto tal y como soy ¡y eso es todo un regalazo!
Tengo mis propios intereses y los tengo bien claros porque resuenan en mi interior.
Ya no existe un vacío que merece ser llenado.
La vida me da una oportunidad a cada instante,
el poder de renovarme. Y lo aprovecho.                                                                        
He renacido muchas veces de mis cenizas,
y ha merecido la pena. Porque soy más fuerte que nunca y he comprobado que no tengo límites.
Quien me quiera que me quiera por quién soy y por cómo soy.
Yo no me doy a medias. Ofrezco mi parte más noble cuando lo hago así que merezco la misma reciprocidad.
Quien me lastime, en realidad lo hace consigo mismo y no merece la pena.
Mis emociones son lícitas, las hago caso y las doy valor. No me callo nada.
Soy de las que siguen dándole valor a las cosas importantes.
No me gusta aparentar, ni la fiesta entre desconocidos que dicen ser tus amigos, ni posar en las fotos con la mejor sonrisa, ni ser una marioneta sexual para ningún hombre, así que no visto de forma que lo de a entender. Mi principio es la elegancia.

Me gusta la sencillez, la humildad, la buena gente, la compasión y la diversión sana.
No juzgo nada, porque los juicios te envuelven en la prisión de una mente crítica.
Busco siempre lo bueno en el otro, y si no lo encuentro me aparto.

Ser fiel a uno mismo es lo mejor que me ha pasado en la vida y aunque me haya costado sudor y lágrimas ahora que lo he alcanzado, ¡no lo cambiaría por nada del mundo! 

Beatriz Casaus 2012 ©

¡¡Buenos días!!