sábado, 29 de diciembre de 2012

Jardín de Flores

"¡No renuncies jamás a tus sueños, los cuerdos nada saben del sueño admirable de un loco!" Charles Baudelaire.

                                                   ¡¡FELIZ 2013 PARA TOD@S!!

Que tengáis un año original, lleno de optimismo, fuerza, y sobre todo cargado de tres palabras tan importantes que deberían convertirse en nuestro mantra: Amor, paz y salud. Y que todos fluyamos con el cambio alegremente… ;)


Jardín de flores
Dentro de ti,
hay un jardín de flores
que si riegas con ternura
no se marchitarán.
Vivirás enamorado
de lagos, montañas, ríos y valles,
de calles, rostros, experiencias
que te acompañarán sin pretenderlo
y te harán sentir el cosquilleo
que ha plantado en ti Afrodita.
Tu alma gemela
estará en todas partes
y contemplarás la belleza 
dondequiera que mires,
porque antes has mirado dentro
y sólo habrás visto flores.
 Beatriz Casaus 2012 ©



jueves, 27 de diciembre de 2012

Crónica de una obsesión


“Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano es intentar sacar de la cabeza aquello que no sale del corazón”. Mario Benedetti.

Mito del rapto de Perséfone (o mito de la primavera)


Un día, Perséfone, hija de Zeus y Deméter, estaba tranquilamente recogiendo unas flores junto a sus hermanas y sus amigas las ninfas cuando de pronto, la tierra se abrió con una enorme grieta de la que emergió Hades, hermano de Zeus y dios de los Infiernos, llevándose consigo a Perséfone. Su madre Deméter, diosa de la fertilidad, el trigo y las cosechas, comenzó a vagar triste en busca de su hija, y la tierra se volvió estéril con su pena. Zeus, viendo sufrir a su mujer, le pidió a su hermano Hades que devolviera a su hija. Sin embargo Hades, listo como pocos, por ello era el dios de los Infiernos, le había dado de comer a Perséfone un grano de granada, y todo aquel que probara un bocado de cualquier cosa en el Infierno, quedaba siempre obligado a permanecer allí. Zeus, preocupado por la esterilidad de la tierra acordó con Hades que al menos Perséfone pasara parte del año con su madre Deméter en la tierra y otra parte, con él en los infiernos. Esos serían los seis meses al año en los que la tierra es fértil, el periodo de la primavera, y otros seis meses en el submundo, en el que el invierno taparía las cosechas

Crónica de una obsesión
Le fascinaba mirarle a los ojos mientras hacían el amor. Se deleitaba observando cómo sus movimientos le hacían retorcerse de placer y se esforzaba en no apartar su mirada de él para no perderse ni un ápice de su disfrute, darle gozo le reportaba tanto o más satisfacción que el suyo propio. Era un espectáculo tan irresistible para ella, como el que resultaba para los dioses griegos ver a las jóvenes muchachas recolectar narcisos. La intensidad y la pasión envolvían las sábanas y sus dos cuerpos estaban borrachos de deseo. Le daba vergüenza desnudarse delante de él y lo hacía bajo un arranque de valentía que previamente unas copas de vino añejo le habían aportado, pero siempre con las luces apagadas, para no dejar entrever lo que a ella le parecían imperfecciones. Su busto no era lo grande que deseaba y su figura no era esbelta, precisamente. En esos meses había perdido unos cuantos kilos, pero aún su masa corporal estaba por encima de su peso ideal, y aquella nimiedad le acomplejaba porque sabía que él siempre había estado con mujeres muy bellas y bien dotadas de atributos sexuales, a veces incluso de plástico. Sin embargo, a él parecía no importarle ni en lo más mínimo aquel detalle, pues se volvía loco en su sólo presencia y sus manos, eran demasiado curiosas y juguetonas como para dejar espacio para el pudor. De la noche a la mañana, se habían convertido en expertos el uno del otro, en amantes que por naturaleza animal, practicaban a menudo su romance. Aún no podía creer que un chico como él, con tanto éxito entre las mujeres y que podía estar con cualquier mujer más guapa que la media, estuviera encandilado con ella. Es cierto que era una chica mona, pero siempre se había considerado del montón y nunca había estado con alguien que tuviera un cuerpo tan parecido a un adonis. Estaba feliz como una niña con un juguete nuevo y a la vez ansiosa, pues se pasaba los días tachándolos en el calendario para recibir su llamada.
Pronto la atracción que condujo al deseo y que llevó a la pasión, dio paso al  enganche y el enganche, irremediablemente a la obsesión. “Cuando un hombre nota que suspiras por sus huesos es cuando se vuelven indiferentes hacia ti”. Le había repetido su tía, que seguía soltera por decisión propia, una vez cuando le había visto llorar por algún tema sentimental. No podía evitar quererle, aún sabiendo que no le había prometido nada, sino más bien al contrario. Desde el comienzo dejó claro que no quería una relación y que aquello era esporádico. Sin embargo, los sentimientos a veces son como terremotos que agitan y difíciles de manejar y controlar. Las llamadas fueron siendo cada vez menos frecuentes y cada vez, más distanciadas en el tiempo. Aquella indiferencia le llevaron a un estado de tristeza, porque en todo ese tiempo su felicidad había dependido exclusivamente de él y de sus citas. Así, y sin pretenderlo, había empezado su viaje al “Gran Abajo” como le pasó a Perséfone en su rapto. A los dos meses de no tener ningún contacto con él, se enteró por casualidad de que se estaba viendo con otra chica. Inmediatamente, aquella anónima se había convertido en su enemigo número uno. Sentía celos a la par que envidia por ella, cuando se había pasado la vida proclamando a sus allegados que “no era una chica envidiosa y mucho menos celosa”.
Al mismo tiempo sentía resentimiento hacia él y más que amarle, le quería para ella. Todas estas emociones la llevaron a su propio infierno particular. Su humor se había agriado y quería estar sola la mayor parte del tiempo. Pasaron los meses, llegó la navidad y un día y de manera fortuita, leyó unos versos de una coach llamada Itziar Azkona que se publicaba en el periódico y que decía lo siguiente: “Mientras mi corazón palpite por alguien es que es grande mi sueño y elevado mi destino”. Desde ese momento su visión comenzó a cambiar. Aquellos versos dieron valor a lo que ella sentía. Se dio cuenta que debía aceptar sus sentimientos pero no ser una presa de ellos y que en consecuencia, los demás no eran los culpables. En realidad, estaba aprendiendo sobre la paciencia y la aceptación. Aprendiendo a que no siempre todo ocurre cómo y cuando uno desea y a responsabilizarse de sus sentimientos negativos en silencio, en solitario, pero con honor. A manejar la situación y darle una salida más elevada. Puede que él nunca se hubiera enamorado de ella, pero ella sí de él y sus sentimientos eran dignos y muy respetables. Comprendió, que la obsesión no es suficiente para mantener a dos personas juntas, como no lo es en algunas ocasiones, el propio amor.
Beatriz Casaus 2012 ©

lunes, 17 de diciembre de 2012

Mecanismos de supervivencia


"In order to reach the truth, it is necessary at some point in one’s life, to rid oneself of all the opinions one has received, and to rebuild one’s entire system of knowledge from the very foundations". (René Descartes)


No pegábamos en nada y sin embargo me negaba a admitirlo. Discutíamos por todo: sobre política, sobre mi forma de vestir tan diferente a la de su aspecto de niño bien, sobre mis peculiares ideas para intentar arreglar el mundo a las que él tildaba de comunistas, por el estilo de vida que cada uno llevaba, por nuestros antagónicos gustos musicales, pero sobre todo, discutíamos por todas aquellas mujeres a las que él veía a escondidas. Debido a eso, yo estaba a la que saltaba y se lo recriminaba cada vez que me venía a la memoria, la mayoría de las veces sin venir a cuento. Se empeñó en beber dos whiskys más y a eso de la una empezó a desbarrar y a decir sandeces. Le dije que se fuera a dormir pero no me hizo caso alguno, esa noche estaba como enloquecido.

En la barra había una chica muy mona que flirteaba abiertamente con dos chicos. En un alarde de feminidad y conocedora de que estaba siendo observada, la chica se levantó del taburete en donde estaba sentada y moviendo suntuosamente sus curvas se dirigió al baño, para recreación de sus dos acompañantes quienes la contemplaban detenidamente alejarse. Él se la quedó mirando embobado de forma descarada y yo comencé a sentir unos celos tremendos que me subían desde el estómago y que me tragaba para que no explotaran a medio camino entre mi pecho y la garganta y saliesen en forma de gritos. Sentía celos por aquella chica, por su cuerpo, o por lo que fuera que a él le hiciera mirarla de aquella manera. Fue en ese momento cuando me di cuenta de todo. Observándola desaparecer tras la puerta del aseo unas preguntas llegaron a mi cabeza: ¿Por qué las mujeres envidiamos la belleza de otras mujeres? ¿Por qué no envidiamos el trabajo, la creatividad o la inteligencia como hacen los hombres? Es como si percibiéramos la belleza de otra mujer como un peligro hacia nuestra pareja. ¡Qué gilipollez! pensé para mí. Aquella chica había generado en mí una interpretación falsa de amenaza cuando en realidad aquello sólo fue una creación mental mía a la que casi respondo como si fuera una amenaza real física. En realidad, esa chica no era el problema entre él y yo, ella no tenía culpa alguna de que estuviera tan buena y de que él se fijara en su cuerpo. El problema residía en él  y la pregunta era si yo quería estar con alguien así: tan pendiente del físico de otras mujeres, que no me valoraba, y que además tuviera la necesidad de acostarse con cualquiera a la primera de cambio. La respuesta me vino a la cabeza de inmediato y de forma rotunda: desde luego que no.

En ese momento cogí mi bolso, me levanté decidida y le miré a los ojos fijamente mientras le dije que no me merecía eso. Él entró en cólera y me agarró del brazo con fuerza para no dejarme ir mientras me gritaba que estaba loca y que mis celos eran patológicos. Una hora después, su mejor amigo vino a buscarlo para llevárselo a casa. Hacia las cinco de la mañana me llamó por teléfono para decirme que estaba muy mal y que me echaba de menos. La historia se repetía ad infinitum. Por las noches bebía, desfasaba y cuando se le pasaba el pedo se acordaba de mí. Poco a poco el amor ciego que sentía hacia él se transformó en una mezcla de odio por todo el daño que me hacía y un ligero sentimiento de benevolencia por encontrarle tan perdido. Debido a sus súplicas, accedí a verle al día siguiente sin ninguna gana. Quedamos en el mismo bar. Se pasó horas hablándome y lo volvía a hacer con el intermediario de un vaso de whisky en su mano, repitiéndome de forma consistente que me quería y que nunca había sentido nada parecido por ninguna otra mujer. Esa fue la última vez que le vi antes de mi ataque. Con él tenía activado de forma habitual mis mecanismos de supervivencia en todos los sentidos. A partir del instante en que pisé el hospital no volví a responder a ninguna de sus llamadas.

El doctor que me atendió me explicó que cuando se activan los mecanismos de supervivencia, también conocidos como estrés, el corazón puede trabajar cinco veces más que en estado normal y que esa anomalía repetida de forma continuada, acaba generando patologías cardíacas. Aquel doctor resultó ser un filántropo y conmovido ante mi sufrimiento se ofreció a hacerme una confesión con el único requisito de que yo también debía hacerle una, ya que según él, todo en la vida era un intercambio, así que accedí y me dijo: “Las heridas emocionales cuestan mucho esfuerzo y mucho trabajo en repararse. Por eso pongo toda mi intención en ser amable y gentil con las personas que me rodean y a rodearme de aquellas personas que también sean así conmigo”. Esas palabras me removieron por dentro y las conservé desde entonces como un regalo. En ese momento no le encontraba sentido a mi sufrimiento, mi corazón estaba roto y enfermo y lo que era peor, mi corazón físico también lo estaba. Yo había hecho muchas confidencias a lo largo de mi vida y no se me ocurría ninguna para contarle en aquel instante, pero indagando un poco en silencio, recordé la única que nunca había tenido el coraje de admitir a nadie y que aquel doctor desconocido iba a ser el elegido de escuchar: “Yo he sido demasiado dura conmigo misma durante todo este tiempo y demasiado blanda, para rodearme de personas como él”.

Beatriz Casaus 2012 ©



sábado, 8 de diciembre de 2012

Cabalgando a contra viento


Power


I can make the earth stop in
its tracks. I made the
blue cars go away.
I can make myself invisible or small.
I can become gigantic and reach the
farthest things. I can change
the course of nature.
I can place myself anywhere in
space or time.
I can summon the dead.
I can perceive events on other worlds,
in my deepest inner mind,
and in the minds of others.
I can
I am

(Jim Morrison)



Cabalgando a contra viento

Cuando las hojas se caen,
no vuelven a la rama.

No es una bella sirena sumisa
que sabe enamorar a los marineros
con unas canciones y su sonrisa.
Es una temeraria Amazona
que cabalga a contra viento en libertad
sin necesidad de estar enamorada.
La tierra se ha vuelto estéril
y los pájaros perdidos,
se caen de las alturas
porque no encuentran su rumbo.
La estabilidad, la desestabiliza.
La señalan con el dedo
por ser mujer,
y tener miedo al compromiso.
Su espíritu busca aventura,
y no saber cocinar
o fecundar hijos.
Reivindica la independencia
como forma de vida.
Concibe el amor como todo, en libertad.
Sin la posesión del ser amado,
porque al  igual que ella
es alguien libre que ama por elección.
Hoy le quiere,
pero no le preguntes mañana…
Le atraen lugares lejanos, exóticos,
y alcanzar altas aspiraciones espirituales.
Los nuevos horizontes,
hacen que mire al futuro sin miedo.
Sigue la corriente del cambio
en cada río que encuentra.
Es impulsiva a la hora de actuar,
e improvisa al expresarse.
Vive al filo de lo osado:
Ha tendido la mano a la muerte
y ella la sostiene para que no se caiga.

Cuando las hojas se caen,
no vuelven a la rama.

Beatriz Casaus 2012 ©



miércoles, 5 de diciembre de 2012

Tantos premios, tantas cadenas/ Esta no es mi guerra


Tantos premios, tantas cadenas

“Niño, en todo lo que hagas, sé lo mejor en ello”
y le castraron su virtud,
quitándole un dibujo de su mano.
“Compite”, y el niño se echó a llorar,
porque se convirtió en el constante insatisfecho.
Creció y creyó que era mejor que los demás,
 porque ganaba más dinero.
Fracasó, porque su vida la midió con premios,
con cadenas…
Su virtud pudo haber sido su vocación,
pero se le perdió por el camino.

Estamos siendo envenenados con tantos premios, tantas medallas.
Ser el mejor en todo, encadena a la quimera del patrón de perfección.
El éxito se mide por títulos, por números, por hechos cuantificables cuando a mí, solo me une una sonrisa, me mueve una caricia y me colma un abrazo. Ese es mi éxito.
Entre los que compiten, sólo hay un uno y un otro,
separados por la coma, el punto y el punto y coma. ¡Stop!.
A la que me descuido me pisan el cuello, para demostrar que son mejores que yo.
Un hecho verídico: en mi huerto no crecen medallas ni trofeos, sino hortalizas.
Ser el mejor no se cultiva. Ser la mejor expresión de uno mismo, sí. Sin competir.
(No estoy aquí para ser el mejor en nada… no me considero tan importante).
Estoy aquí para cumplir mi misión. Mi propio éxito.

Beatriz Casaus 2012 ©


Esta no es mi guerra

Un corte en mi muñeca que no sangra
anuncia la llegada del próximo combate.
Hay un eco cayendo en la tarde,
y yo río, sonrío y me desdigo,
mientras un huracán me agita por dentro.
En esta guerra las palabras
se me clavan como un puñal en el costado.
El mar inmenso  de voz muda
que pugna por salir a la superficie,
mantiene fresco mi honor.
Y los ojos,
los tengo turbios de mirar el campo de batalla,
y morados, de tantos golpes.
Mi mirada no ve a través de esta lucha,
¿o es que aquí siempre es de noche?
Tal vez, este es el día o la hora,
o el instante, en que lo intuyo.
Si el cauce del río está en calma,
pronto llega la caída en la cascada.
Y entonces siento fatiga,
y la fatiga no es amiga aunque la conozcas muy bien…
Ya se han gastado muchas vidas
en intentar solventar errores.
Malherida, alzo mi mano con el pañuelo blanco.
Las coordenadas del armisticio me dan tregua.
Estandarte rojo por la sangre derramada.
Una copa de vino al ganador
y destierro, para el que no sigue banderas.
He preferido dar mi otra mejilla
que responder al contraataque,
porque estas no son mis armas,
y esta, no es mi guerra.

Beatriz Casaus 2012 ©



Por último y para terminar os dejo un regalito, el link del programa de radio "Coordenadas" de RNE3 que en esta ocasión hablan de TEDx (en analogía a las conferencias TED que se hacen en California con mensajes innovadores y motivadores para un público inquieto) TEDx es su homónimo pero en Europa. Merece la pena escucharlo, este programa está genial, ¡disfrutad el puente! :  http://www.rtve.es/alacarta/audios/coordenadas/coordenadas-antes-morir-03-12-12/1600346/