lunes, 12 de marzo de 2012

La ratita que encontró su don

"Entre las mariposas hay cierta especie nocturna en la que las hembras son menos numerosas que los machos… Si capturas una hembra de esta especie -y esto ha sido comprobado por los científicos- los machos acuden por la noche, haciendo un recorrido de varias horas de vuelo. Varias horas, ¡imagínate! Desde muchos kilómetros de distancia los machos notan la presencia de la única hembra de todo el contorno. Se ha intentado explicar el fenómeno, pero es imposible. Debe tratarse de un sentido del olfato o algo parecido, como en los buenos perros de caza, que saben encontrar y seguir un rastro casi imperceptible. Ya ves, la naturaleza está llena de estas cosas, y nadie puede explicarlas. Y yo digo entonces: si entre estas mariposas las hembras fueran tan numerosas como los machos, éstos no tendrían el olfato tan fino. Lo tienen únicamente porque lo han entrenado. Si un animal o un ser humano concentra toda su atención y su voluntad en una cosa determinada, la consigue. Ese es todo el misterio…Pero si una de esas mariposas, por ejemplo, quisiera concentrar su voluntad sobre una estrella, o algo por el estilo, no podría hacerlo. Así, ni lo intenta siquiera. Elige como objetivo sólo lo que tiene sentido y valor para ella, algo que necesita, algo que le es imprescindible. Por eso logra lo increíble; desarrolla un fantástico sexto sentido, que ningún animal excepto ella posee. Nosotros tenemos un radio de acción más amplio y más intereses que un animal. Pero también estamos limitados a un círculo relativamente estrecho y no podemos salir de él. Yo puedo fantasear sobre esto o aquello, imaginarme algo -por ejemplo, que me es indispensable ir al Polo Norte, o algo por el estilo- pero sólo puedo llevarlo a cabo y desearlo con suficiente fuerza si el deseo está completamente enraizado en mí, si todo mi ser está penetrado de él. En el momento en que esto sucede e intentas algo que se te impone desde dentro, la cosa marcha; entonces puedes enganchar tu voluntad al carro, como si fuera un buen caballo de tiro." Hermann Hesse

Esta es la historia de una humilde ratita que quería convertirse en una bella gata. La ratita vivía en un agujero muy pequeño en la pared de la casa de una familia feliz. La familia feliz tenía una gata persa muy bonita a la que mimaba mucho y le decían cuánto la querían todos los días. La ratita vivía sola y desde su pequeño agujero veía cómo la gata era querida y apreciada. La gata tenía un pelo suave y frondoso y unos bigotes largos y curvados que cubrían parte de sus grandes ojos. Cuanto más miraba a la gata más quería parecerse a ella, así que untaba en mantequilla sus pequeños bigotes para darles una forma similar, cepillaba sus pelos cortos y se coloreaba los ojos para hacerlos parecer más grandes.
Un día, la ratita muerta de hambre en su agujero fue a buscar un trozo de alimento por la casa. Encontró un trocito de queso en un rincón pero fue descubierta por la madre de la familia y ésta se puso a chillar. Llamó a su marido inmediatamente para que la persiguiera pero la ratita fue más rápida y logró escaparse. Antes de llegar a su agujero, se encontró a la gata comiendo relajadamente. La ratita la miró admirada y le preguntó si le podía dar algo de comida. La gata, mirándola con menosprecio le dijo que no compartía su comida con un animal de tan baja estirpe.
La ratita se fue pensando que el mundo era injusto con ella, ¿por qué la gata lo tenía todo, belleza, cariño y comida y ella no tenía nada? No paraba de darle vueltas a la cabeza a ese pensamiento y se puso muy triste. De pronto una luz entró en su pequeño agujero y le habló. Era una luciérnaga. La ratita no entendía qué hacía una luciérnaga en su agujero pues aquel no era sitio para ella. La luciérnaga le dijo que ella era una luciérnaga especial, se llamaba a sí misma “luciérnaga consejera” porque había desafiado lo que se supone que su especie debía hacer para vivir a su propio ritmo haciendo lo que mejor se le daba, dar consejos. Tenía el don de aparecerse en el sitio perfecto y el momento perfecto para alguien que necesitaba un consejo. Le preguntó por qué estaba tan triste y la ratita le contó cómo se sentía. La luciérnaga le dijo que no podía compararse con la gata porque eran animales diferentes y por lo tanto sus vidas eran diferentes. Le enseñó que las ratas son animales muy astutos y que si quería ser una buena rata debía de descubrir aquello que la hacía especial y diferente del resto de las demás ratas del mundo. La luciérnaga le dijo que en la India las ratas eran animales sagrados porque una vez existió un hombre muy importante llamado Buda que meditó casi toda su vida debajo de un árbol. Cuando ese hombre se iba a morir, pidió auxilio a los animales y el primero en llegar a socorrerle fue una rata. La rata se alegró mucho al conocer la historia porque pensó que quizás en ese país la iban a querer y no se asustarían cada vez que alguien la viera. La luciérnaga se despidió no sin antes decirla que recordase siempre que la única persona que debía darse cuenta de su valor era ella misma.
La ratita dormía plácidamente cuando sintió algo en su interior que se agitaba. No sabía muy bien qué era así que se despertó e hizo caso a su instinto animal. Se dejó llevar por aquella intuición y salió corriendo de su agujero. Se encontró con la gata a quien avisó que algo raro pasaba y que avisara a la familia para que saliesen de allí, pero la gata le miró con desdén y no le hizo caso. La ratita se fue y corrió por las calles sin saber muy bien a donde dirigirse. Llegó muy lejos y se encontró con otras ratas de otros muchos sitios que también corrían como ella. Preguntó a una de ellas hacia donde iban, pero tampoco lo sabía. La rata continuó haciendo caso a su intuición y se subió en un barco que le llevó a un país muy lejano. Cuando llegó, se enteró de que el pueblo del que había huido había sufrido un terrible terremoto y pensó en la suerte que habría corrido la familia feliz y la gata.
La ratita en poco tiempo consiguió un agujero bastante grande y espacioso en una pared muy bonita. Pensó que como no tenía a nadie que le dijera que le quería, tal y como había visto que hacían con la gata, ella misma se lo diría a menudo. Pronto se sintió muy feliz con su vida. Desde que empezó a tener ese nuevo pensamiento, todos los días le dejaban comida en la entrada de su agujero. Un día dando una vuelta por aquella ciudad, descubrió unos gatitos abandonados que tenían mucha hambre. La ratita sintió compasión por ellos y les llevaba cada día parte de la comida que le dejaban en su agujero. La ratita se comenzó a sentir muy bien dando lo único que tenía y así consiguió que los gatitos crecieran. Al poco tiempo, los gatos le estaban muy agradecidos y le preguntaron qué podían hacer por ella porque ningún otro animal los había ayudado tanto y menos uno que fuera rata. La rata les dijo que la agradecida era ella, porque se sentía mejor dando que recibiendo y que gracias a ellos había descubierto su don, lo que le hacía especial del resto de las demás ratas: ayudar a quien lo necesitase. Les dijo que en ese tiempo había encontrado su lugar en el mundo porque se había encontrado a sí misma. Ya no se comparaba con ningún otro animal más bello o más querido o más rico, y se sentía feliz con quién era y con lo que tenía. La ratita, solo les pidió un favor antes de que marcharan, y aquel favor fue que le dijeran cómo se llamaba el país donde estaban. Los gatos, se miraron entre ellos asombrados y extrañados ante la ignorancia de la ratita. Le dijeron que estaban en India. La ratita en aquel momento sonrió para sí misma y pensó en la luciérnaga consejera.

Beatriz Casaus 2012 ©




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