Solía ir todas las mañanas a tomar un café que nunca terminaba en el bar de al lado de su oficina situado en el barrio de Malasaña, del que intentaba cambiar por el de Salamanca pero en donde el alquiler se disparaba.
Todavía no eran ni las nueve y ya se presentaba largo el día
en su tercera jornada de dieta hipocalórica. Empezó a notar la falta de azúcar
en el cerebro para relacionar conceptos mientras leía el periódico así que le
pidió al camarero que le sirviese un café con sacarina. La noche anterior había
salido y padecía el típico sentimiento agridulce tras una noche de fiesta. Aún recordaba las risotadas de sus amigos
cuando les confesó después de varios gin tonic, que llevaba meses sin tener relaciones. “La gente no sabe de dónde viene ni a dónde
va, por eso no me interesa cualquiera” se disculpaba.
Desde que trabajaba
de representante para un grupo de música que empezaba a ser conocido gracias a
su propio mérito personal, no había tenido ni tres días de vacaciones seguidos
y aquello le empezaba a pasar factura. Hacía unos días había asistido a la
presentación en sociedad del disco y le había dejado exhausta emocional y anímicamente por toda la
parafernalia que envolvió al evento.
Levantó la vista de
su periódico y observó por primera vez
con cautela, cómo el atractivo camarero que le servía el café a diario, ahora
colocaba una mesa supletoria para los comensales extras del almuerzo. Examinó
detenidamente el cuerpo de aquel muchacho que aun lejos de ser un adonis, pues su camiseta dibujaba el contorno de una curva típica
de aficionado de cervezas, era esbelto y bien formado y desempeñaba su labor
con soltura y gracia. Se fijó en un detalle que había pasado por alto, llevaba
unas All-Star negras, las mismas que tenían los componentes de su grupo antes
de que ella les cambiase su forma de vestir. En el mundillo de la música como
en muchos otros, se venden las apariencias y aquel camarero parecía ingenuo ante
esa realidad. Ella por su parte, invertía todo su tiempo y esfuerzo en que todo
estuviese perfecto tanto en el producto que quería vender, su grupo, como
alrededor de ellos (la presentación del disco, el diseño de la portada, la
maquetación, los temas incluidos, el look de sus integrantes) Perseguía con
ahínco la perfección hasta en ella misma, pero la perfección se le escapaba
como una quimera de sus manos, comenzando por el tinte rubio que llevaba en su
pelo y en el que ya se atisbaban ciertas raíces y que junto a sus pobladas
cejas castañas delataban su origen ibérico, lejano del prototipo de belleza
nórdica que estaba de moda y al que trataba de emular.
El camarero volvió a la barra y le ofreció un poco de conversación,
pero ella se bebió deprisa mitad del café casi quemándose los dedos y la lengua
por lo caliente que estaba y salió corriendo excusándose como de costumbre de que tenía que ir a la
discográfica. “No tengo tiempo, hoy tengo
una reunión y me espera un largo día por delante”, sentenció mientras
recogía sus cosas. “Tiene usted una
profesión muy estresante, espero que le aporte también muchas alegrías” le
dijo el muchacho de las All-Star con total parsimonia mientras secaba unos
vasos con un paño de cocina.
“¿Alegrías?” pensó
para sí misma. Aquella palabra le había calado. Las alegrías se habían
convertido en los últimos años en circunstancias aleatorias, que como los regalos
de los roscones de reyes, nunca la tocaban a ella.
Mientras se iba, el camarero le ofreció como despedida una amplia
sonrisa. Aquel gesto le pareció sincero y su simplicidad incluso la impactó. Su
sonrisa no era especialmente bonita pero le resultó mucho más honesta y
saludable que aquellas a las que estaba acostumbrada en el mundo en el que se
codeaba. Allí, todos llevaban carillas simétricas y blanqueamientos dentales
carísimos. Sonreír entre ellos era un ejercicio más de apariencia. Sin embargo detrás
de aquellas mandíbulas profident se escondían todo tipo de intenciones e intereses
que solo una gran sonrisa puede ocultar.
Un momento de lucidez le pasó por su cabeza, quizás esa
misma noche no tenía por qué trasnochar para ahogar sus penas en varios gin
tonics. Podría madrugar un poco para que a la mañana siguiente tuviese tiempo para
poder tomar un café y disfrutar de una conversación, tranquilamente.
A pesar de todo, estaba en Malasaña.
Beatriz Casaus 2012 ©
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