sábado, 4 de agosto de 2012

La niña de las estrellas



La niña de las estrellas


Cada día era peor que el anterior. Los gritos y los reproches habían consumido el oxígeno y sólo se respiraba odio y tristeza en aquella casa. La tristeza se escondía como se esconden los caramelos a los niños para que no se los coman, sumergida bajo los reproches que se hacían sus padres constantemente y los que le hacían a ella por haber nacido. Su madre, muy joven se quedó embarazada  y por tal motivo tuvo que casarse a la fuerza con su padre. En aquel pueblo no existía el divorcio a menos que una desgracia aconteciera en la familia por lo que si alguien era infeliz en su matrimonio, no quedaba otra que aguantar y salir adelante como fuera. Sus padres la querían tan poco que ni tan siquiera la habían puesto un nombre. Cuando se referían a ella, la llamaban "niña" y en todo el pueblo se la conocía por ese apodo.

La niña pasaba la mayor parte del tiempo metida en su cuarto para soportar lo menos posible ese ambiente insano donde había crecido. Su habitación se había convertido en su único refugio. Allí se encerraba y tapaba sus oídos con las manos para no escuchar cómo sus padres se faltaban el respeto peleándose por cualquier nimiedad. Los insultos entre ellos eran habituales y a veces hasta los golpes.

Un día durante una fuerte discusión, la niña se escapó por la ventana de su habitación y vagó sin rumbo por el pueblo. Encontró una casa alejada en donde había un gran cartel que decía: “Los niños son bienvenidos”.  La puerta estaba medio abierta y como empezaba a hacer frío, no se lo pensó dos veces y entró sin llamar. No era muy grande, sólo tenía una habitación y estaba atestada de libros, lo que le hacía parecer más pequeña aún. Una mujer mayor que estaba cocinando en ese momento, la descubrió.

-¡Niña! ¿Qué haces aquí? Espera un momento… ¡yo te conozco!, tú eres la hija de aquella terrible pareja.
Asustada, la niña contestó:
- Ya me voy señora, no se preocupe.
-¿Qué te pasa? ¿por qué estás llorando?
-Mis padres se odian y no paran de chillarse y lo peor es que a mí también me odian. Soy muy mala, porque no me quieren. (Lloraba desconsoladamente).
-Eso no es cierto. A veces no entendemos por qué nos pasan las cosas que nos pasan. Corriste la mala fortuna de haber nacido en una familia así, pero esa no es tu culpa. No eres mala.
-Entonces, ¿por qué las demás niñas de la escuela son felices con sus familias y sus padres las quieren? El problema debo ser yo.
-Eso no te lo puedo contestar. Tú has venido a aprender una lección y quizás haber nacido en esa casa te aporte algunas respuestas. No tienes la culpa de cómo se tratan ni de cómo te tratan. Dime, bonita, ¿cuál es tu nombre?
-¿Usted tiene hijos?
-No, por desgracia no puedo tener hijos. Vivo aquí sola. Dime, ¿cómo te llamas?
-No tengo nombre. Mis padres no me lo pusieron. Todo el mundo me llama "niña".
-Ah, ¡entonces debes ser alguien muy especial! ¡claro que tienes un nombre! Lo que pasa es que aún no recuerdas cuál es. Si quieres, puedes venir cada tarde después de la escuela a verme y así me haces compañía. A cambio te enseñaré todos mis conocimientos, ¿qué te parece?
-¿Conocimientos sobre qué?
-Sobre lo que tú quieras saber. Y si quieres y estás dispuesta, te ayudaré a recordar tu nombre.

Cada tarde, tal y como le había dicho aquella mujer, iba a visitarla. Pronto se sinceró y le confesó que se sentía culpable por la forma en la que sus padres la trataban y diferente del resto de las niñas. Ellas recibían muchos regalos en navidades, por sus cumpleaños y sus padres se comportaban de forma normal con ellas e incluso eran cariñosos. También le contó que sólo la noche le aportaba tranquilidad porque era el único momento del día en que los gritos cesaban, cuando había silencio y disponía de tiempo para soñar e imaginarse una vida mejor.

Tal y como le había prometido, la mujer le mostró sus libros para que eligiera sobre lo que quería aprender. La niña se sintió muy interesada por los libros que trataban sobre las estrellas, en concreto, por las que más resaltaban durante las noches: la constelación de la Osa Mayor y la de la Osa Menor. Leyendo, descubrió una constelación que se encontraba entre esas dos y que aún le interesó más: La de Virgo. La mujer le informó que en primavera se veía con más claridad y que el alfa, (la estrella más brillante de una constelación) de Virgo era "La Espica" o "la Espiga de Virgo". La mujer, asombrada de la contundencia de la niña por aprender le contó una leyenda:

“La diosa Virgen Astrea, también conocida por Dike, (la virgen estelar) hija de Zeus y Temis, era la diosa de las leyes de la naturaleza y de la justicia. Zeus, contemplando desde el Olimpo las guerras y el caos bajo el que yacía la humanidad, decidió enviar a su hija, por ser la más pura de las diosas, para que lo arreglara. Astrea impuso la justicia y el orden entre los mortales y convirtió en fértil la tierra. La época en la que la Virgen vivió entre los hombres, fue conocida como la Edad de oro en la Tierra. Astrea era inmortal y permaneció virgen. Su trabajo era presidir los tribunales castigando los delitos y dando paz al mundo. Cuando los hombres dejaron de respetarla y seguir con sus guerras, se disgustó tanto que los abandonó y subió a los cielos para convertirse en estrella”.

Esta historia estremeció mucho a la niña. Se sentía identificada porque su propia fecha de nacimiento correspondía con el signo de Virgo. Su madre siempre le había contado pestes de las personas nacidas bajo ese signo y de que se arrepentía de haber tenido una hija así porque temía que al crecer se convirtiera en alguien fría, criticona y perfeccionista en exceso o puntillosa. La niña en realidad no tenía ninguno de esos atributos, sino que era cálida, bondadosa, humilde y servicial, a veces era tan humilde que no gozaba de mucha autoestima y se infravaloraba o comparaba a menudo. La madre era más parecida a esas cualidades que ella misma y quizás por ello esos defectos la molestaban tanto, porque le recordaban a sí misma.

Los libros decían que la Virgen representaba la idea de la justicia, con el aspecto de una joven muchacha que portaba una espiga. La espiga significaba los bienes materiales y la buena fortuna. Se trataba de un ser que encarnaba los siete valores capitales: castidad, templanza, generosidad, diligencia, paciencia, caridad y humildad, además de la aspiración a la perfección, el servicio y la sencillez. Aquellos atributos le parecían dignos de desarrollar en cualquier persona así que puso todo su empeño y esmero en pulir sus defectos humanos para parecerse a su ideal. Estaba tan entusiasmada con sus estudios, que pensaba en ellos durante todo el día e incluso, cuando iba a la escuela, hablaba de ello a todas las niñas, por lo que pronto empezaron a llamarla, “la niña de las estrellas”.

El gélido invierno finalizó dando paso a la primavera, y se dice que la niña consiguió entonces recordar su nombre, porque una noche desapareció sin dejar rastro alguno. Sus padres no se entristecieron y no la buscaron y al poco tiempo pudieron divorciarse finalmente. La mujer con la que pasaba las tardes estuvo apenada por la pérdida pero desde entonces cada vez que miraba al cielo sonreía. Abrió una escuela en su casa en su memoria, en donde se enseñaban las disciplinas que los niños que venían de familias problemáticas o sufrían por algo elegían por ser sus favoritas. Así les ayudaba y les daba el valor que habían olvidado tener.

Dicen en el pueblo, que la niña consiguió cultivar tanto los valores de Astrea, que puede que ella también hubiera ascendido al cielo y se hubiera convertido en alguna estrella.

 

Beatriz Casaus 2012 ©

4 comentarios:

  1. "La niña de las estrellas" es una forma sutil de contar secretos acerca de quien somos realmente.
    Todo lo que pasa a tu alrededor que parece decir algo de ti,de lo que realmente eres,no dice mas de ti que una peca en tu cara.

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  2. Siempre he creído que todos somos estrellas reflejadas en la tierra. Degustable relato.

    Saludos ;)

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  3. Estamos hechos del mismo material de las estrellas ;)¡Gracias por vuestros comentarios!

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  4. Muy lindo y conmovedor. Llega al corazón

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