“La vida es desierto y oasis. Nos derriba, nos
lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa. Tú puedes aportar
una estrofa. No dejes nunca de soñar, porque en sueños es libre el hombre.” (Walt
Whitman)
El otro día me preguntó una amiga que de dónde saco la
inspiración para escribir. Le contesté que no lo sé. Esa es la verdad. Realmente
vivo en un universo imaginario y paralelo, el mío propio y lo sencillo para mí es escribirlo, porque es como mi lenguaje natural.
Mi estado original es como si me hubieran rociado con polvo
de hadas. Vivo en un permanente estado de enamoramiento, enamorada de la vida y
de todo. Las cosas me parecen bellas, sublimes y en ocasiones inabarcables.
Permanezco asentada en una nube permanente. Por lo tanto lo
único sólido para mí son las nubes. Es mi hábitat y mi campo de visión. Matizado,
eso sí, con una paleta etérea de múltiples colores donde los grises no tienen
cabida.
Las palabras me llegan en cataratas de susurros, donde de pronto
la magia me invade y me pongo a escupir lo que siento. No hay truco. Es mi
forma de ser. Es como el que es cantante, que se pasa el día cantando y entonando.
A veces mis manos no son tan rápidas como mi mente y eso me frustra.
El universo mental es mucho más instantáneo. Si lo piensas, existe en ti, mientras
que en el universo material tarda más en manifestarse. Lo difícil de las
palabras es abarcar lo inefable y para eso estamos aquí sus amantes. O al menos lo intentamos.
Al mismo tiempo, debido a ese carácter alcista, las
decepciones son asiduas a mi existencia. Me caigo mucho pero me vuelvo a
levantar como si reiniciara otra vez todo. Caer y vuelta a empezar. Es mi forma
de reiniciarme, resetearme y de volverme a inventar. Como decía Fito y los
Fitipaldis en su canción “Acabo de llegar”: “Dejadme nacer, que me tengo
que inventar”.
De qué va todo esto
Cuál es nuestro destino,
cuál es nuestra razón del sufrimiento.
Lancé al infinito las preguntas
y obtuve por respuesta un eco inseguro
que se repetía a sí mismo.
Quizás aprender se trate de eso,
lanzar preguntas para obtener por respuestas
las mismas preguntas.
La serpiente que se muerde la cola
en un ciclo permanente de confusión.
Ni siquiera las respuestas pueden abarcarlo todo.
Y a mí ya se me acumulan.
Beatriz Casaus 2024 ©
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