viernes, 6 de octubre de 2023

Volver a nacer

Nicodemo le dijo: “¿Y cómo puede un hombre nacer, siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar en el vientre de su madre, y volver a nacer?” Jesús le respondió. “De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es.”

Pero entonces, ¿no he sido yo, quien ha dirigido su vida? ¿no he sido yo la que ha transitado por ella? ¿no he estado al mando en todo este tiempo?

Siento que he vivido mi vida ajenamente, como a lo lejos. He estado maniatada sin saberlo. A expensas de las voluntades ajenas y cercanas a la vez. Tan cercanas como las de mis seres queridos y tan lejanas, pero tan propias y hechas mías, como las voluntades del colectivo y de lo que se espera de mí.

Encerrada dentro de una burbuja de creencias limitantes basadas en la poca autoestima que esgrimía mi fuero interno. Viviendo, sí, pero como si “gerundio” fuera un nombre de persona de pueblo, sin participar activamente en ese tiempo verbal. Y luego está el miedo, ese aliado de batallas perdidas. Ese programa que te programa para coartar la autenticidad de ser uno mismo y dejarte a tu suerte.

Crecer, normalmente, es ir acumulando miedos. Es respaldarse en los refranes populares, en vez de ir inventando frases o dichos propios. Siempre es hacer más caso a lo ajeno que a lo propio. Por el “no vaya a ser…”  y establecerse “en el por si acaso”. Es un poco como hablar de lo que les sucedió a terceros: “Cuidado que a Fulanito le pasó tal cosa…” el tal Fulanito verdaderamente es un hombre de poca suerte, bastante gafe, podríamos decir. Todo le sucede a él. Y lo peor, es que Fulanito alcanza su gloria al arrebatarnos el único poder que tenemos en nuestras manos, el del poder hacer. Es el fatal destino del dejar de hacer cosas por el miedo, perdiendo así nuestra identidad para proyectar temores que paralizan.  

Solo los valientes se desprenden de sí mismos, de todo lo aprendido, oído, he incluso recitado durante años como pueriles borregos. Y, sin embargo, qué ironía, eso se considera una locura.

Me gusta distinguir que una cosa es crecer y otra madurar. Crecer, crecemos todos en mayor o menor medida si las circunstancias no nos son adversas, pero madurar, eso son palabras mayores. Es un término que va asociado a aprender a dejar ir, a soltar.

Creando el hábito de soltar pensamientos, creencias, situaciones, trabajos, relaciones y hasta personas… y transitando el duelo que va asociado a ello, pero despacito, de nuevo sin miedo, con coraje. Como si estuviéramos atravesando un pantano a pie, sin miedo a quedarnos atrapados en él. Sin regocijarse en el sufrimiento, (que hay alguno que es muy adicto a él) Pero un hábito, al fin y al cabo, del que no te acostumbras ni con la práctica adquirida.

Aceptando esa honesta y diáfana realidad de que no tenemos el control de nada. Solo podemos controlar lo que hacemos y cómo nos tomamos las cosas y eso se adquiere a través de la ayuda del conocimiento.

El conocimiento suele dar una aparente tranquilidad. Gracias al conocimiento no tienes miedo de que, si te pierdes, aparezcas en la luna. Sabes que es imposible que suceda. Pero si no lo supieras creerías que, si te pierdes, aparecerías allí. Saber da un ligero respiro, o un falso remanso de paz. Ahí es cuando interviene otra vez el término madurar, porque más pronto que tarde, hay también que dejar ir lo que sabemos.

Solo cuando te liberas de todo lo aprendido, puedes reinventarte. Renacer, tal y como dijo el nazareno. Volver a nacer, pero esta vez no de un vientre cálido y maternal, sino un nacimiento sin anestesia ni epidural. Un renacimiento en toda regla y digno de un ave fénix en todo su esplendor. Una reinvención de uno mismo, desde el lugar donde lo has perdido todo y lo has dado todo y te quedas sin nada. De pronto ese abismo puede asustar. Por eso hay que llenarlo con un delicado condimento que agregue sustancia al caldo. Ese condimento es el amor. Llenarse, regocijarse y bañarse de amor.

 

Volver a nacer


Dentro de la humildad de no saber,

querer saber.

Dentro de la sencillez de no tener,

querer no tener.

Dentro de la decisión de escoger una verdad,

reconocer la única verdad.

Nacer para bañarse en el amor.

Rendirse para abrazar al amor.

No luchar, para ir de la mano del amor y no del miedo.

Seguir adelante,

para reconciliarnos con nuestro verdadero ser.

Entregarse, desnudos de toda forma,

al amor.

 

Beatriz Casaus 2023 ©





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