"Mi religión es simple, mi religión es la amabilidad." (Dalai Lama)
"Dios no creó el mal. El mal es el resultado de la ausencia de Dios en los corazones humanos." (Albert Einstein)
Desde que tengo uso de conciencia, tengo la sensación de saber en mi fuero interno que Dios existe. De sentirme acompañada y de percibir que está conmigo siempre. Me refiero a cuando era muy pequeña, quizá con 4 ó 5 años. Recuerdo tener la total certeza de este hecho y de incluso dirigirme hacia él, hablándole, sabiendo que me escuchaba.
A medida que fui creciendo no he perdido esa sensación, sino todo lo contrario. Es algo con lo que camino todos los días de mi vida y en lo que pongo mi foco porque es lo que verdaderamente me importa en esta vida. Pero debido a esto, he tenido algunos “incidentes” puntuales, por llamarlo así.
Personas que
no entendían que tuviera tan desarrollado la parte espiritual, discusiones con
parejas que eran ateos, personas religiosas que no concebían mi forma de creer
en Dios, profesores que me ponían en evidencia delante de los demás, juicios a mi
inteligencia o burlas por mi credulidad. Sin embargo grandes personalidades tanto
de la ciencia como de la cultura han creído en Dios: Albert Einstein, Isaac Newton,
Kepler, Descartes, Antonio Machado, Walt Whitman, San Agustín, San Juan de la
Cruz, Spinoza, Mendel, Galileo, Michael Jackson, Ayrton Senna, Facundo Cabral… por citar algunos.
Desde pequeña tenía mi propia
versión de lo que es Dios. Le sentía como el amor más cálido y reconfortante
que existe y no como un Dios castigador que se enfadaba por los errores humanos
y nos enviaba al infierno tal y como predicaba la iglesia católica. A los 9
años, recuerdo estar en clase y que la profesora preguntara a todos si creíamos
en Dios, así que yo alcé la mano para pronunciar una frase que le enfadó
tremendamente. Dije: “En realidad, para mí todos somos dioses”. Y me expliqué.
Me refería a que Dios vivía en todos y cada uno de nosotros y que al estar en
nosotros y ser sus hijos, teníamos los mismos dones que él, porque también éramos
creadores, de forma que los seres humanos no éramos marionetas de la apetencia
divina, sino seres poderosos que teníamos que reclamar esa divinidad que residía
en nosotros. La profesora no sabía dónde meterse, se tiró días sin hablarme y
mis compañeros no tenían ni pajolera idea de lo que acababa de decir, así que
se olvidaron al instante.
Años más tarde, estando en el instituto, una profesora de
filosofía que ese día no estaba por la labor de trabajar preguntó con sorna
quién creía en Dios. Yo nunca he escondido mis creencias, porque me parece una
falta de coherencia creer en Dios y ocultarlo, así que de nuevo, alcé la mano.
Solo una persona más y yo la levantamos. Estoy segura de que muchos no se atrevieron
a decir que creían en Dios aunque así fuera, para evitarse el mal trago que
les iba a hacer pasar la profesora. Y eso fue lo que ocurrió conmigo. Me puso
en evidencia delante de todos durante la hora que duró la clase y me pidió que
hiciera el ridículo representando una especie de obra de teatro. Para su asombro, representé la obra bien y se llevó un buen
chasco porque todos me aplaudieron. No sabía que amo la interpretación, aunque quizá
fue la ayuda divina que me echó un cable.
A lo largo de mi vida he tenido múltiples evidencias del mundo espiritual. Me han pasado muchos sucesos paranormales y otros tantos que podemos catalogar como milagrosos. Actualmente, no puedo decir que creo en Dios, sino que sé que existe. Hace unos meses se lo contaba a una amiga escéptica. Le pregunté si había estado en Nueva York y ella contestó que no. Y le dije, “¿pero tú sabes que Nueva York existe aunque no hayas estado allí?” sonrió y me dijo que sí. Eso mismo sucede con Dios. No creo que Nueva York exista, sé que existe (además he tenido la fortuna de conocer la ciudad). Así como no vemos el oxígeno que respiramos, o las ondas eléctricas que nos rodean, las bacterias o los microorganismos, o el amor que profesamos a nuestros seres queridos, no quiere decir que no existan. Existen, solo que no los percibimos con nuestros sentidos físicos. Por lo tanto, sé que existen.
Siempre he tenido una sed inabarcable de conocer la verdad y solo las religiones responden a estas cuestiones profundas. Ello me ha llevado a tener la inquietud de aprender e investigar sobre otras culturas y religiones para saber cuál podría ser el nexo de todas ellas y así sacar alguna conclusión que me llevara a responder a mis preguntas. He aprendido mucho durante el proceso y me he llevado algo de cada una. Los indios Hopi, los mayas, la religión católica, protestante, musulmana, la cultura védica de la India, el hinduismo, el budismo, La Cábala… de todas he sacado algo valioso y me han aportado conocimiento. También me han llevado a la confusión y por ello, me he dado cuenta de que el acceso hacia la divinidad está dentro de cada uno. El corazón es la fuente de ese acceso. Y Jesús, es el camino directo.
Por último, quería compartir lo importante que ha sido para
mí en periodos específicos de mi vida en los que he atravesado momentos difíciles,
el aferrarme a Dios y en confiar en él. Orar y rezar tiene un gran poder. No sabemos cuánto.
Para mí, los salmos más poderosos de la Biblia son los Salmos 23 y 91. Son las dos oraciones más potentes que hay. Os los recomiendo para cualquier situación difícil. Cuando estuve muy malita en 2020, (desde marzo hasta finales de mayo) la vida me presentó la oportunidad de encarar mis mayores miedos (a la muerte, la de mis seres queridos, a la enfermedad, a morir sola y a la soledad) Cada día, recitaba el Salmo 23 de la Biblia. Me lo aprendí de memoria de tanto repetirlo. Y no solo fue mi consuelo, sino que me sucedieron tantos fenómenos milagrosos, que tengo la seguridad de que fui asistida y ayudada para atravesar ese proceso. Tanto es así, que gracias a esa prueba, puedo decir que he trascendido esos miedos y que he crecido exponencialmente en ese sentido. Me sucedieron los eventos más bellos de mi vida durante el periodo más duro. Todo tiene una razón y un sentido aunque en el momento no lo veamos.
También tengo una anécdota con el Salmo 91. Del otro día sin ir más lejos. Me sucedió algo que nunca me había pasado: tuve un terror nocturno. Me desperté sudando, con el corazón a mil pulsaciones y gritando con toda la intensidad posible. (Estoy viviendo momentos de estrés altos y entiendo que debió de manifestarse de ese modo) No voy a contar lo que vi en ese terror, pero ha sido lo más terrorífico que he vivido. Al despertarme, y ser tranquilizada por Alber, mi pareja, me puse a rezar y a pedir la asistencia de Jesús y del Arcángel San Miguel (conocido por ser el guerrero celestial y capaz de cortar con su espada azul de fuego, toda energía o presencia negativa). Enseguida me relajé y gracias a Dios (nunca mejor dicho) no me ha vuelto a suceder. Pero lo mejor de todo, y por eso es por lo que cuento esta historia, es que esa misma noche, antes de volver a quedarme dormida, estaba entretenida mirando Instagram y justo me apareció un “reel” en el que un hombre hablaba del Salmo 91. Así que busqué en internet el Salmo (hacía años lo había leído pero no lo recordaba) y cuál fue mi sorpresa, cuando en uno de sus versos decía que si confío en Dios, “no temerás a los terrores nocturnos”. Otra prueba irrefutable para mí de que Dios siempre ayuda y asiste en cuanto se le pide. ¿Coincidencia? hay una probabilidad muy baja de que así fuera. A las coincidencias yo las llamo "diosidencias", me parece un término más acertado :P
No sé explicar con rigor científico qué es Dios. Aunque estoy segura que en algún momento lleguemos como sociedad a ese punto. Se le han dado muchos nombres a lo largo de la historia, así como diferentes características y atributos. Pero lo que sí sé es que vivimos en él y a través de él. Es como el pez que se pregunta dónde está el agua, cuando vive en ella pero no la ve. Es la causa primera, la conciencia primigenia y cuántica, el amor más puro, la luz más prístina, el alfa y el omega, el Todo. Vivimos en un cuerpo físico que tiene una mente y nos creemos que solo somos eso, cuando en realidad somos conciencia y alma que se experimenta a sí misma en este traje que es lo que dejamos cuando retornamos a casa. Somos seres espirituales teniendo una experiencia física, así que, hagamos que valga la pena.
¡Un súper abracito y Feliz Navidad!
Beatriz Casaus 2024 ©